Hoy dos porteños por nacimiento —Macri jefe de
gobierno saliente de la Ciudad de Buenos Aires, y Scioli actual gobernador de
la provincia de Buenos Aires—, inauguran los balotajes en ese país, aunque
en 2003 pudo haber entre dos peronistas pero el expresidente Carlos Saúl Menem desistió a favor de Néstor Kirchner por la gran
cantidad de rechazo que el ex tenía.
Esta vez, la
diferencia salta los matices dentro del peronismo: Daniel Scioli Méndez es
heredero del kirchnerismo, por mucho que trate de distanciarse y que la
presidente CFK lo repudiara y humillara continuamente, y para lograr la
postulación tuvo que aceptar muchos compromisos políticos, incluido como
segundo el Chino Carlos Alberto
Zannini, estrechamente vinculado desde 1984 a los Kirchner, mientras Mauricio Macri
Blanco ha sido un opositor permanente al kirchnerismo. Y aunque en el espectro
ideológico ambos tratan de acercarse al centro —Scioli desde la confusa
centroizquierda del FpV y Macri desde la centroderecha del PRO— y en economía
ambos propugnan cambios al actual sistema —Macri con posible sentido de
emergencia y Scioli con la lenta gradualidad que le permita el kirchnerismo—,
no queda duda que la Era K finalizó cualquiera sea el ganador.
Pero el posible
triunfo de Macri tendría mayores significancias. Para Argentina, Macri
significaría un cambio radical desde un modelo populista, aislacionista,
confrontador y prebendalista a otro desarrollista e integrador, así como el
final de una casta “ideológica” —representada por la familia Kirchner y La
Cámpora.
Pero para Latinoamérica,
la victoria de Macri sería el inicio del fin del populismo y daría un impulso simbólico
a la oposición venezolana en las legislativas del 6D, a la vez que contribuiría
a fracasar el ya debilitado afán releccionista en Ecuador.
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