martes, 4 de agosto de 2015

Música, obra y entendimiento


Hace unos días falleció Don Miguel Dueri Antonmaría. Padre y tío de queridos amigos y mi amigo además él mismo, Don Miguel fue un patricio paceño a pesar de no haber nacido en Bolivia porque adoptó el país que lo acogió y al que, como muchos otros inmigrantes, ayudó a construir. Nacido en Belén, la Belén de Judea (hoy la Cisjordania gobernada por la Autoridad Nacional Palestina pero entonces bajo tuición británica) donde nació Jesús, allí aprendió la que sería su pasión, la música, y el instrumento que lo acompañaría siempre, el violín.

No voy a hablar del empresario exitoso que promovió la música boliviana a través de su disquera Discolandia, tampoco del radialista entusiasta con su emisora Panamericana. De quien voy a hablar es del joven palestino que llegó a América con su música y sus anhelos buscando, como tantos otros, reencauzar su vida.

El joven Miguel llegó a La Paz al final de la Segunda Guerra Mundial como muchos palestinos (la mayoría cristianos) que buscaban una vida mejor cuando estaba cerca la partición de su país de origen al finalizar el Mandato Británico, bajo el que él nació pocos años después de que empezara tras la derrota del Imperio otomano.

Su llegada a La Paz fue poco antes de que debutara la Orquesta Sinfónica Nacional de Bolivia el 18 de julio de 1947 dirigida por el Maestro Erich Eisner, un checo de origen judío inmigrante a América como el mismo Miguel. Desde entonces y hasta cerca de sus últimos años, el joven violinista palestino (ya boliviano) estuvo vinculado a la Orquesta y colaborando cada vez más en la difusión de la música a través de la radio y la disquera que después fundaría.

A los pocos días de su fallecimiento, otro amigo mutuo, el Maestro David Händel, quien durante años fuera Director de la Orquesta y promotor de la Fundación homónima y con quien Don Miguel colaboró estrechamente, me escribió un hermoso mensaje sobre nuestro amigo desparecido en el que me destacó un muy simbólico hecho para estos años de confrontación entre palestinos y judíos: que él, Händel, un judío norteamericano, lograra vivir una estrecha amistad y un afecto siempre fraternal de su amigo Dueri, un palestino boliviano que lo adoptó como su familia.

Miguel Dueri Antonmaría fue, como otros inmigrantes, un hombre que vivió más allá de los odios y rencores de religión y nacionalidad, un artista que brindó su música en Bolivia primero con un artista judío, Eisner, y cerró su ciclo interpretativo con otro artista judío, Händel, dando muestra de que el respeto y el entendimiento es la base de la convivencia entre pueblos descendientes de Abraham, unidos por el arte de la música.

Es muy triste despedir a los amigos. La semana pasada lo hice de un hermano, Luis Ramiro Beltrán Salmón, y hoy lo hago de un buen amigo. Ambos, desde sus espacios y virtudes, ayudaron a construir su país, Bolivia, y dejaron su legado.

Valen las últimas palabras que Miguel dijera a su familia esa noche: "Que tus palabras vayan a parar a la puerta del paraíso.”
                                                                                                                   


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