En su fábula “El pastor mentiroso”, Esopo contó
la historia de un pastor bromista que siempre anunciaba a gritos que un lobo atacaba
su rebaño pero era un bulo bromista y cuando realmente necesitó ayuda nadie lo fue
a socorrer. Con ella, el fabulista griego quiso darnos la moraleja que “al que mucho
anuncia lo que no sucede, a la postre nadie le toma importancia”.
Desde niño (hace ya varias décadas), oí muchísimas
veces repetir el obituario del capitalismo en cada crisis que sacudía al
sistema capitalista. Ya de estudiante, pude acercarme a quienes lo anunciaron primero:
Marx y Engels, Lenin y Mao (también algo Bakunin) y sus predecesores, los socialistas
utópicos (Owen, Saint-Simon, Fourier) y, menos, a Babeuf. (Menciono a todos
para destacar que no fueron pocos y con buenas argumentaciones.)
Sin embargo, en ese período desapareció la
Unión Soviética (resurgiendo Rusia y muchísimas repúblicas que fueron
absorbidas por los dos imperios anteriores, el del águila bicéfala y el de la
hoz y el martillo); el muro de Berlín cayó resquebrajado e implosionaron todas
las democracias populares del este de Europa; la China de las comunas dio paso
a un profundo capitalismo (mezcla de privado y de Estado con hegemonía
centralista, nada nuevo como herencia de miles de años de Imperio) que también
Vietnam copió, y los postulados de la Revolución bolivariana (hija populista de
la Revolución permanente de Marx y Engels que heredó Trotsky y que después Fidel
Castro latinoamericanizó) hacen aguas en las crisis de Venezuela (sus afines
Brasil y Argentina también padecen) y amenazan Ecuador y Nicaragua (Bolivia se
salva por ahora), mientras en Cuba la dirigencia política, con Castro el menor,
pragmática y (seguro) dolorosamente proclama “¡Cuba sí… y los yankees
también!”. Muy triste debe haber sido recién para los agoreros del capitalismo
la “capitulación” de Tsipras después que Atenas se había convertido en lugar de
peregrinación (real o virtual) de todos los anticapitalistas.
La justificación socorrida de los reveses es
que la injerencia del capitalismo los fue socavando y ahogando (aunque el
fracaso del bloqueo a Cuba sea una evidente constatación de esa pésima estrategia
de EEUU y de su vergüenza con el pueblo cubano) y, al final, los hizo fracasar.
Y aquí me entra una gran pregunta: si el capitalismo pudo vencer un sistema
proclamado más solidario y muchas veces con grandes recursos (Venezuela recibió
en la década dorada de los precios del petróleo casi ¡1.000.000.000.000,00 dólares!
pero hoy está en acelerada quiebra), ¡entonces el capitalismo (injusto) es un
sistema más eficiente!
La raíz del problema está en que los sistemas
anticapitalistas usualmente tratan de lograr la justicia social distribuyendo
la riqueza (muchas veces coyuntural) pero olvidando cómo crearla.
Ni el capitalismo ni la democracia son los
mejores sistemas posibles pero su perfeccionamiento nos ha dado mejores
condiciones de vida y sacado millones de la pobreza. Negarlo es autoengañarse.
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