«Mejor pocos truenos en la boca y más rayos
en la mano.» [Proverbio apache.]
«Falto
de ánimo y valor […] para intentar
cosas grandes» define “pusilánime” la Real Academia Española: grave en un
gobernante porque sus indecisiones tendrán malas consecuencias para sus
gobernados.
Dos tipos de pusilánimes: el que actúa
impelido y el que deja la solución al tiempo. Ejemplo del primero, el
presidente Barack Obama; del segundo, Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno
de España; de ambos, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto. (En otros
artículos, comenté que a la presidente Dilma Vana da Silva Rousseff de
Brasil le era muy difícil asumir decisiones imperiosas y no la incluyo acá
porque no actúa por pusilanimidad sino porque hacerlo sería el suicidio
político para su partido y el legal de muchos de sus líderes.)
Los éxitos de Obama (recuperación moderada de
la crisis económica; reforma de salud, entre otros) son opacados por la demora
en medidas prometidas, como la reforma migratoria que, si bien era difícil de
conciliar con un House de
Representatives dominado entonces por el Tea Party, ejecutivamente
(como ha hecho después) pudo avanzar mucho antes; ahora, con un Congreso donde
su partido no consiguió mayoría en Representantes y perdió el Senado, su
batalla será para impedir derogar el Obamacare y lo avanzado (aún insuficiente)
de la reforma migratoria. Lo paradójico es que, si la oposición republicana en
el Congreso tuviera éxito contra estas medidas, perderá el voto hispano y pobre
y facilitará el camino a un candidato demócrata fuerte.
El Partido Popular español con Rajoy Brey heredó
un país en grave crisis, negada por la anterior administración enferma de
inmovilismo, pero sus reformas económicas (asaz justificadas por la desastrosa
situación económica) pecaron de verticalidad y falta de consenso, apoyadas en su
amplia mayoría parlamentaria. Y nada más. La explosión de grave corrupción
dentro (o silenciada) del PP; el inmovilismo frente al problema catalán (que
puede degenerar en la convulsión de todos los nacionalismos latentes y en una
crisis profunda del Estado español), y la inopia ante la solicitud de reformas
estructurales, por mencionar tres muy graves, han conllevado una pérdida de
credibilidad en el Ejecutivo y reforzado más la crisis del sistema de partidos
vigente desde la Transición.
La crisis de México mezcla decisiones
trascendentales con el síndrome del avestruz. Un inicio augurioso de Peña Nieto
con reformas fundamentales consensuadas ilusionaron que era un nuevo PRI el que
gobernaba; pero detrás se escondía (más violento) lo que le derroto años atrás:
corrupción y desgaste de la clase política. La masacre de Ayotzinapa es un capítulo
más de la narcopolítica que cogobierna en contubernio con parte de esa clase
política. La casi inmovilidad presidencial las primeras semanas y, después, su
viaje al exterior demuestran este mix de “dejar a ver si todo se arregla” con
el “aquí no pasa nada” (y, peor, con el alud de la “Casa Blanca”).
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