Anoche las elecciones de Brasil dieron varios resultados: el
primero, que las encuestas se equivocaron —las que, primero, daban a
Marina Silva como ganadora segura y las que, después, Rousseff ganaba sin
ballotage—; que el “techo” electoral de Silva no variaba —19,33%
en 2010, ahora 21,26% (97,98% escrutado)—; la última, que Brasil
volvería a decidir, por sexta vez, entre el socialismo light —populista—
del Partido dos Trabalhadores (PT) o el europeísta del Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB).
En 1994 Fernando Henrique Cardoso ganó con 54,27% sin segunda vuelta mientras Luiz Inácio Lula da Silva obtuvo 27,4%; en 1998 Cardoso volvió a ganar en primera con 53,1% y Lula 31,7%; en 2002 Lula recibió en primera 46,4%
—ganó en segunda— y José Serra 38,7%; en 2006
Lula ganó en primera con 48,6% y Geraldo
Alckmin 41,6%, y en 2010 Dilma Vana da Silva Rousseff en primera vuelta
alcanzó 46,91% frente a 43,95% de Serra. Ahora
Rousseff logró 41,39% y Aécio
Neves da Cunha —el refreshman del PSDB—
33,78%.
Al margen de números,
Brasil decidió entre los dos partidos mayores y sin querer sobresaltos. A Marina Silva le venció la falta de estructura —el Partido Socialista Brasileiro adolecía de ella— y un discurso con fisuras programáticas: No
fue la voz de las inconformidades de 2013, mejoras pero sin revolución.
Si Rousseff gana,
necesitará cambiar y no ser el apéndice bolivariano, que tan mal le ha ido. Si
gana Neves, deberá conservar los logros sociales del PT… hasta donde dé la
billetera.
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