¿Acaso alguien duda que los votos mayoritarios para Óscar Iván
Zuluaga Escobar fueron, en realidad, para Álvaro Uribe Vélez? Porque lo que se
votaba en estas presidenciales colombianas eran, sobre todo, dos modelos de
futuro que pasaban por la paz con las guerrillas: uno concesional —el de Juan
Manuel Santos Calderón— y otro sin perdón —el de Uribe Vélez. El ex presidente
—que no pudo constitucionalmente reelegirse en 2010 y delegó como heredero en Santos
Calderón, luego su enemigo— logró durante su gestión, con su política de
seguridad democrática, enfrentar exitosamente a las guerrillas para afianzar la
gobernabilidad del país y remontar su crecimiento económico y esos dos éxitos
—a pesar de su autoritarismo, su complacencia con las Autodefensas Unidas de
Colombia, los falsos positivos y otras críticas— pesaron en la votación.
Tras escrutado 99,97% de la votación, el candidato uribista —Centro
Democrático— obtuvo 29,25% votos válidos, ganándole al actual presidente —Partido
de la U— que alcanzó 25,69%. Les siguieron Marta Lucía Ramírez de Rincón —Partido
Conservador— con 15,52%, Clara López Obregón —Polo Democrático Alternativo— con
sorpresivo 15,23% y Enrique Peñalosa Londoño —Alianza Verde, la misma
organización que perdiera estrepitosamente con Antanas Mockus Šivickas en 2010—,
“predicho” posible contrincante en segunda vuelta y otro gran perdedor, con
sólo 8,28%. Pero el gran “ganador” fue la abstención: 59,93% del padrón electoral, la más alta en los últimos 20 años; el voto en blanco fue 5,99% y pifiado —nulos y no marcados—, 2,75%. Y el tercer perdedor —como en
2010—: las encuestas, erradas nuevamente.
Aunque las acusaciones de sobornos y financiamientos
electorales de narcos y espionaje y piratería de correos electrónicos contra
los dos candidatos mayoritarios —antiguos colegas de gabinete— han convertido estas
presidenciales colombianas en una sucia batalla, más pesó el tema de la paz con
la guerrilla —la principal baza electoral de Santos Calderón, inconclusa tras
18 meses de negociación—, sin olvidar que, a pesar de los buenos índices
macroeconómicos, al actual gobierno se le acusa de no bajar el desempleo ni la
pobreza y de no mejorar la salud pública ni tener una política agraria
adecuada, además de la creciente inseguridad ciudadana.
Como mencionaba en un comentario que publiqué antes, esta
guerra entre Santos Calderón y Uribe Vélez —la verdadera batalla— no concluyó
ayer. Y aunque faltan las alianzas de perdedores con los finalistas, aún nos
quedará, y mucho, por ver de este sucio ventilador de excrementos hasta el
ballotage del 15 de junio, el gran referendo sobre el futuro de Colombia y las
negociaciones con las guerrillas.
Pero lo que no queda duda es que Uribe Vélez es el árbitro
político en la Colombia del siglo xxi:
elegido presidente en 2002 y reelegido en 2006, en 2010 hizo ganar
abrumadoramente a su heredero Santos Calderón y ahora lo hace tambalear con
otro nuevo delfín, Zuluaga Escobar. Casi un patriarca garciamarquiano.
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