Sun Tzu decía: “Con una evaluación cuidadosa, uno puede
vencer; sin ella, no puede.”
La oposición venezolana proclamó las pasadas elecciones
municipales —se elegían 337 alcaldes y 2.389 concejales— como plebiscito de la
gestión oficialista para un país con galopante inflación —la más alta en 14
años—, profunda escasez de productos básicos —21%—, dólar paralelo en
crecimiento descontrolado y reducción significativa de las reservas
internacionales. Éstas eran las bazas de la oposición agrupada en la MUD.
Pero los resultados no le dieron la razón con dos grandes
factores en contra: el primero, propio, la desmotivación de parte de su
electorado tras tres derrotas consecutivas —presidenciales de octubre 2012 y
marzo 2013 y estatales de diciembre 2012—; el segundo, desde el gobierno, el
efecto —beneficioso para las clases populares y medias— de las drásticas
medidas económicas de las últimas semanas. El oficialismo y sus aliados ganaron
la mayoría de las alcaldías aunque participó menos de 60% de electores, la
menor de los tres últimos eventos.
Sin embargo, esta lectura a priori esconde dos elementos importantes: la oposición mantuvo
los principales centros poblacionales y captó otros más —como Barinas, cuna de Chávez
Frías— mientras el gobierno crecía en zonas rurales o de menor población.
Sin dudar de la victoria oficialista, queda pensar si ese
apoyo fue eventual —por las fuertes reducciones de precios— o permanente. Pero
no se volverá a evaluar —al menos electoralmente— hasta 2015, en las
parlamentarias.
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