Cuando me invitaron a escribir sobre algún viaje que me haya
impresionado, me entró la incertidumbre: Estaban en mi memoria Antigua
Guatemala y el Templo Mayor de Tenochtitlán, las Misiones chiquitanas y La
Habana Vieja o la Huaca Pucllana, las iglesias del Cuzco o de Potosí, Machu
Picchu o —por qué no— el Palacio de Bellas Artes o el Teatro Colón o el Museo
Nacional de Antropología de México o las salas de la porteña Corrientes, entre tantísimos
otros, todos con tantos méritos como disímiles eran.
Pero decidí —por lo intenso de su recuerdo— por escribir sobre
Teōtihuácān, “la Morada de los Dioses”.
Cercana al Distrito Federal —distancia que me pareció más
larga por la acelerada velocidad que mi ahijado Tín le imprimía a su coche, en
esa paradoja que me recordaba a Möbius donde mi pánico a la velocidad me hacía
sentir que demoraba mucho lo que cada vez estaba más velozmente cerca—, cualquier
acercamiento previo (por Internet, documentales o fotografías) definitivamente es
insuficiente frente a estar en el inicio de la Calzada de los Muertos, resguarda
siempre —impresionante y dominante celador— por la Pirámide del Sol hasta la
Plaza de la Luna y su Pirámide.
Caminar por los largos kilómetros de Miccaohtli
—la Calzada, más de dos kilómetros hoy aunque le atribuyen haber tenido
4—,recorriendo su amplia ruta[1]
en el silencio impresionante del lugar —a pesar de sus siempre centenares de
visitantes— es una experiencia sobrecogedora, quizás similar a la que se siente
en medio de las Pirámides de Guiza con la Esfinge de acompañante o dentro del
gaudiano Temple Expiatori de la Sagrada Família. Porque realmente fue el
silencio que llenaba aquel espacio inmenso, que “callaba” las voces —sin
necesidad de dejar de hablar— de todos los que estaban recorriéndolo lo que más
me impresionó y me confirmó cuán infinitamente pequeños somos, que no es
sentirnos insignificantes.
Ciudad de sin sentidos —los del sonido perdido son algunos—,
nadie sabe cómo sus habitantes la llamaban pues su nombre actual —«Lugar donde
fueron hechos los dioses» o «Ciudad de los Dioses», en náhuatl— se lo dieron
los mexica muchos siglos después de que ya no existiera la ciudad, cuando este
pueblo norteño llegó en el siglo xv
al Valle de Anáhuac: el Valle de México. La mayor ciudad conocida de América en los
primeros cinco siglos de nuestra Era —llegó a tener 85 mil habitantes en el
siglo v d.C., en una época en que
la Roma de los Césares colapsaba, aunque autores mencionan que en su apogeo llegaron
a habitarla más de 200 mil personas en 18 kilómetros cuadrados de edificaciones—,
Teōtihuácān fue geométrica: al centro, la Calzada de los Muertos dividía la
ciudad humana —la del comercio y los gobernantes, los palacios y el pueblo— de la de los Dioses,
recorriéndola casi definidamente de sur a norte, desde la Ciudadela con la Pirámide
de la Serpiente Emplumada —el gran mito mesoamericano— hasta la Pirámide de la
Luna —erigida en honor de Chalchihuitl-cueitl, la Luna, diosa de las aguas y
los nacimientos y dualidad de Tlālōc—, menor en dimensiones que la del Sol pero
cuya cúspide termina a igual de altura por estar sobre terreno más elevado. En
territorio de los Dioses: la Pirámide del Sol —ofrendada a Huītzilōpōchtli, el
Sol—, la segunda más grande de América después de la también mexicana Gran Pirámide de Cholula; las grandes
dimensiones de la del Sol la hacen ver desde varios kilómetros de distancia. En
la ciudad de los hombres se destaca el espléndido Palacio de Quetzalpapálotl —«Mariposa
de plumas», con espléndidas punturas murales y bajorrelieves de piedra—, el de
los Jaguares y el de Tepantitla; también ocupa lugar importante la Ciudadela,
plaza de gran tamaño al extremo sur de la Calzada de los Muertos, sede de
edificios de gobierno, de residencias de sacerdotes y de templos menores, donde
se rendía culto a Quetzalcōātl — “Serpiente Emplumada de Quetzal”, dios benigno
de la sabiduría— y Tlālōc —el dios de la
lluvia y la fertilidad—, quienes serían incorporados después a las
teogonías que le sucedieron en Mesoamérica.
Surgida en el siglo i
a.C., en el vii d.C. empieza la
rápida decadencia de esta gran cultura agrícola hasta que desaparece totalmente
como centro poblacional el siglo siguiente —incendiada, saqueada y en parte
destruida—, quedando como un sitio de referencia del misticismo mesoamericano.
Hasta acá, la memoria de un día impresionante dedicado a
conocer más nuestras historias. Pero no podría cerrarlo sin el recuerdo de los
más exquisitos tacos de nopal que probé en todas mis estadías en México, en un
pequeño restaurante a la vera del camino de salida de las Pirámides.
Así, disfrutó mi espíritu y mi gula. Lo invito a Ud. a
hacerlo también.
Referencias
http://www.mundohistoria.org/temas_foro/historia-americana-antes-la-colonizacion-europea/teotihuacan
http://www.youtube.com/watch?v=N8IzmWX5frc
[1]
Tiene 40 metros de ancho. A modo de
comparación, un carril de autopista tiene 3 metros de ancho, aproximadamente,
por lo que un simple cálculo nos ubicará en una amplia avenida de 12 carriles y
sus laterales.
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