La historia se repite
pero no como decía Karl Marx en El 18 de
Brumario de Luis Napoleón que «La historia ocurre dos veces:
la primera vez como una tragedia y la segunda como una farsa», corrigiendo
a Friedrich Hegel que afirmaba que la historia se repetía a sí misma —algo que
Sófocles, 24 siglos antes, ya lo había avanzado—: En verdad se repite como tragedia y mayor tragedia
siempre.
En 2019, el régimen
indianista-pseudomarxista (por lo de socialismo 21) y andino-cocalero de
Morales Ayma intentó prorrogarse una vez más: Ya lo había hecho en 2010
aduciendo que era “su primera vez” por su Constitución falazmente “originaria”;
lo repitió en 2014 con el mismo argumento, avalado por un TCP propuesto por él
mismo y que no fue votado ni por su gente (votos pifiados y en blanco fueron
ampliamente mayoritarios), y volvió a repetirlo en 2019
—violando los resultados en su contra del referéndum constitucional de 2016 que
él mismo convocó—, con el aval de aquel mismo TCP ya en su salida y arguyendo
un “derecho humano” inventado por sus genuflexos dependientes leguleyos.
En Venezuela, la dictadura narco-socialista
21 de Maduro Moros no tuvo esos problemas “legales”: el Comandante Eterno —eternamente fallecido— ya hizo la tarea
en 2007 cuando “su” Asamblea Legislativa —sólo suya, porque la oposición, en un
yerro que ha pagado después, no participó en elecciones—, con la Ley
Habilitante y al grito de “Socialismo o Muerte”, “corrigió” “su” Constitución
de 1999 —también pergeñada por el difunto Chávez Frías— para incluir la
reelección indefinida.
Venezuela 2024 vive un panorama parecido al
de Bolivia 2019 pero con diferencias muy significativas: En Bolivia 2019 —amén
de las mencionadas triquiñuelas “constitucionalmente” mentirosas previas para
que el exJefazo tuviera su camino autorizado— no hubo una candidatura de unidad
opositora (aunque sí se voto amplio por un presidenciable cual voto útil contra la prórroga, no se
igualó por sus parlamentarios) como sí la hubo en Venezuela 2024; en nuestra
hermana Venezuela, en 2024 hay una lideresa potente y reconocida: María Corina
Machado Parisca, mientras que en Bolivia 2019 no lo hubo —tampoco en 2024 ni,
tal pareciera, en 2025—; en Bolivia 2019 el candidato mayoritario dentro de las
oposiciones reclamaba una segunda vuelta (aceptando tácitamente que ni él ni el
reelegible habían logrado la mayoría requerida del 50% más uno votos válidos)
mientras que en Venezuela 2024 es muy palpable de que hubo una contundente
victoria del candidato opositor: antes las encuestas, el mismo domingo los
conteos rápidos y los exit polls y ahora, desde el martes 30, con la inmensa
mayoría de las actas verificables en la plataforma https://resultadosconvzla.com/; en
Bolivia 2019, el desbande oficialista sin un ganador en elecciones obligó a una
transición constitucional, que recayó en la única persona habilitada para ello:
la opositora segunda vicepresidenta del Senado que, con valor y dignidad pero
sin verdadero respaldo político ni aptitud, se hizo cargo de la Presidencia,
mientras que en Venezuela 2024 sí hay un ganador —Edmundo González Urrutia con más
del doble de votos de Maduro—, con respaldo político amplio e imparable
reconocimiento internacional. Por más, en Bolivia 2019 la OEA era observador de
las elecciones —entre otros imparciales— y en Venezuela 2024 no hay
imparcialidad de observación internacional —el Centro Carter sólo pudo
habilitar 17 observadores en todo el país, cuyo informe ha desahuciado la
credibilidad de esas elecciones—; ante los reclamos ciudadanos, en Bolivia 2019
el Gobierno convocó a la OEA para una auditoría electoral (confiado de que
obviaría la manipulación) y “el tiro le salió por la culata” pero en Venezuela
2024 todo esto es inimaginable.
Habría muchos puntos más a comparar y
analizar pero es importante que veamos los escenarios posibles: Venezuela hoy
(como Bolivia) es un régimen autoritario con una pseudodemocracia
electoralista; como tal, sin haberse desnudado hasta recién como régimen totalitario (partido único como Cuba y
prácticamente único como Nicaragua), ante el hecho de perder elecciones, tenía
dos caminos: aceptarlo (lo que conlleva su desaparición o, al menos, la de su
cúpula y, en lo mejor para el chavismo, cohabitar en desventaja y acuerdos con
la oposición, esto a partir de la propuesta de la oposición de un entendimiento
a modo de democrática entente cordiale entre
todas las tendencias venezolanas) o forzar un fraude —mayúsculo y absolutamente
identificable como el que ha promovido. Forzado el fraude —lo que conllevó
pasar sin ambigüedades al escalón del totalitarismo—, la consecuente
indignación popular ha llevado a una reacción de resistencia pacífica de
resistencia ciudadana —como fue mayoritariamente en Bolivia 2019 y como reclama
ahora fervientemente la dirigencia de la oposición—, ante la que el madurismo
tenía sólo dos caminos a su vez: emplear la fuerza (FFAA y Policía Bolivariana)
para reprimir —con el consecuente baño de sangre de magnitud impredecible que
ya empezó con una docena de muertos hasta el martes 30— o dejar el Poder. El
lunes 29 yo escribí: «Hasta ahora el escenario ha sido de fraude mayúsculo y el
escenario posible de resistencia ciudadana pacífica con el potencial empleo
violento de la fuerza por el oficialismo», alimentado hasta ese momento por la
ambigüedad de las FFAA que proclamaban sus jefes «defender la voluntad popular».
Cada nuevo día que Venezuela residte está
siendo decisivo para magnificar la debilidad y la insania, juntas, del régimen
y concitar una cada vez mayor —como alud— solidaridad internacional que ya, con
mucho, lo es: en Bolivia fueron 21 días de incierta pulseta hasta la huida del
cobarde. En Venezuela, cada día el régimen se desmorona más porque lo que sí es
seguro es lo que siempre repitió María Corina Machado: «Esto no lo para nadie».
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