Como ya mencioné el interesante trabajo “Repensar
la cuestión nacional: Siete tesis para la discusión” de Henry Oporto en mi
anterior columna, le asignaré a ésta la consecutividad de segundo apostillado.
Las siete tesis —que debemos entender como
retos para el imprescindible debate— son: a) la gobernabilidad —o, mejor: la ausencia real de ella—; b) el país fracturado que tenemos; c) la Inclusión Social; d) la Identidad Nacional en la democracia; e) el enorme y creciente desarrollo desigual entre Santa Cruz y las otras
regiones; f) la construcción de la Nación Boliviana, y g) La necesidad de nuevo Contrato Social entre el Estado, los ciudadanos
y las regiones. Con las disculpas que desde ya pido a Oporto,
analizaré en esta edición sólo las dos primeras de ellas y dejaré el resto para
siguientes entregas.
Bolivia desde su origen colonial ha padecido —como se refleja para su identidad nacional— falencias y
disonancias para su gobernabilidad: eso se explica que siendo un
proveedor neto de riqueza colonial —la plata de Potosí
principalmente— nunca fuera centro político-administrativo —con excepción de la
Real Audiencia de Charcas, un tribunal al que, como todo por acá, se le sumó y quitó territorios—; tuvo geografías que no gestionó ni gobernó
realmente —las Misiones jesuíticas y luego franciscanas—; se la “pasearon” entre los virreyes de Lima y de Buenos Aires, situación que los períodos republicanos —de la plata, del
estaño y del gas— tampoco integraron
realmente el país; quizás lo más cerca que de ello se estuvo fue la Guerra del
Chaco y su inmediato posterior pero la crisis y las siguientes etapas tampoco la
cuajaron.
Pero que desde mediados del siglo xvi
—colonia, República y Estado “plurinacional”— no se haya logrado una plena
gobernabilidad nacional —porque la adecuada gobernanza de un país requiere de
integración— no invalida que hoy, con más fuerza, entendamos estos desafíos de
gobernabilidad —como señala Oporto—vigentes desde las crisis de 2019 —crisis
institucional, política y social, amén de económica desde 2015— como un
problema fundamental para la vida nacional pero también son parte de un ciclo
que, con altos y bajos, se extiende desde 1998 hasta nuestros días, con breves
“respiros” entre mediados de 2005 —transición de Rodríguez Veltzé— hasta
2006-2007 con los conflictos de la Constituyente y el revocatorio y que reencuentro
“aireando algo” alrededor de 2011 para explosionar de nuevo en 2016 con el
referéndum violado y que no acaba aún.
Para aproximarse a su explicación, Oporto entonces
nos recuerda la que denomina «una faceta
recurrente en la historia boliviana [:] un
problema crónico de inestabilidad» y que en realidad viene desde la primera
llegada de europeos: preambulado en la pelea por heredad entre hermanos incas, seguido
pronto de las peleas de los Pizarros con Almagro y entre sí; saltando en el
tiempo —no los únicos—, los enfrentamientos de vascongados y vicuñas, las
rebeliones indígenas y, ya en período republicano, el centro de gobierno a lomo
de mula de los mandantes de cada período, los repetidos sablazos militares, la
Guerra Federal, la del Acre y la del Chaco… y sigue la rima, incluyendo la
Revolución Nacional.
Los resultados del 21F de 2016 iniciaron un
período alternado de victorias coyunturales y fracasos finales que llegan a
hoy, potenciando el proceso de profunda y creciente inestabilidad política: la
victoria del 21F en 2016 la obliteró con creces la írrita Sentencia Constitucional
Plurinacional 0084/2017 —tan ayuca
del Poder que engendró a esos magistrados—; el resultado democrático de los 21
días de 2019 —al margen del interregno transicional— finiquitó, y con mucho, el
18O de 2020, y coincido con Oporto que la consecuencia es «la ruptura de un marco común de convivencia [que diré fracturado desde la misma
Constituyente], la ausencia de mecanismos
institucionales para la resolución de conflictos; la inexistencia de espacios
de diálogo y soluciones negociadas», entre otros, que conllevan «la prevalencia de la fuerza, la presión, la
intimidación. En un clima de crispación política y social, cualquier conflicto
menor puede trastocarse en un choque de trenes», que Oporto ejemplifica
esto con lo sucedido en 2022 a propósito de establecer la fecha del próximo Censo,
a lo que yo agregaré la inexistencia de estrategias de ambos lados que
conllevaron soluciones y respuestas improvisadas y el mutuo desgaste, más allá
de los discursos.
¿Aún hace falta hablar de identidad
nacional? Volveremos a ello.
ResponderEliminarEl aborto es antibiblico, espero que no tomen decisiones en contra de la palabra de DIOS.
Pueden conocer mas en https://bautizados.com