Nicaragua
está dando lecciones magistrales de lo que debe ser y hacer una dictadura
criolla “del siglo 21”: Garrote y más garrote; un legislativo genuflexo; un
(sin)poder judicial marioneta; alineada con lo más antidemocrático que haya en
el mundo.
Expulsar
opositores “traidores a la Patria” —ya sabemos cuán laxa es “la patria” para la
interpretación de dictadores y sus amanuenses— y apatridizarlos no es algo
nuevo: los fascistas los hicieron, los soviéticos y su laya también, por acá lo
practicó Castro el Mayor. Un legislativo cooptado y sumisamente complaciente
hubo y hay en cuanta antidemocracia existe: desde la dinástica de los Kim hasta
las que quieren venderse como “democracias” como la de Maduro y pasando por la vertical
de Xi. Hablar de Poderes Judiciales donde la Justicia es digitada y Themis y
Iustitia fueron enucleadas por el Poder —el Líder, el Jefazo, el Comandante—
Supremo, y donde lo más revulsivo que haga una dictadura “compañera” es
sanificado y santificado en el altar del “antimperialismo” (del yankee, claro).
No hay que
decir cuán reaccionaria es la dictadura “progre” de los Ortega-Somoza (perdón:
de los Ortega-Murillo, “te pareces tanto a mí” a la satrapía somocista), cada
vez más empeñados en superar a los asesinos de Sandino. Corruptos —cada vez
más, “Nicaragua” es la trade mark de
emprendimientos empresariales de sus hijos y de sus acólitos, traidores del
sandinismo popular y cristiano de los 70—; violentos —desde 2018 sin tapujos ni
clemencia—; ególatras y tiranos perseguidores —y asesinos, como con Hugo
Torres— de sus compañeros de guerrilla que no claudicaron y de cuántos se le
oponen, personificando esa represión en la Iglesia Católica —con sus militantes
y creyentes juntos derrocaron el somocismo— porque es la última institución en
Nicaragua con voz propia —voz que repercute en todo su pueblo y que se
multiplica fuera de sus fronteras— y convocatoria que les hace frente,
defendiendo la justicia y la libertad de los nicaragüenses: Pueblo de Dios, voz
sin distingos entre creyentes y no creyentes —hijos todos de Dios—, la satrapía
persigue a la Iglesia Católica por una contundente razón: porque le tiene
miedo.
Y de estos
lados, de los gobiernos progres —los de izquierda 21— elegidos dentro de los
cánones de la democracia —sin pruebas de lo contrario, aunque a algunos les
pese—, Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia y México han hecho gala de un
silencio cómplice con la dictadura y sólo Chile ha condenado la dictadura:
pareciera, como en décadas atrás pasó, que “si
eres enemigo de mi (supuesto) enemigo
(yankee, claro), eres mi amigo incondicional”.
Vergüenza
que crece, por similitud, acá en casa: ¿hace falta puntear corrupción,
violencia, egolatría cual soberbia y persecución a opuestos, disidentes y —no
podía faltar— la Iglesia? Y con la Iglesia Católica aun más acá, porque fue
testigo inmejorable —facilitador invitado por el escabullido, veraz y creíble
repetidor de ello— de cuánto de añagaza tendría el relato írrito “del golpe”.
Triste
Bolivia que se alinea con los peores —Rusia en Ucrania, la represión en
Ucrania, la represión teocrática iraní (¿acaso la progresía no se arropa con la
bandera de la defensa de los derechos de la mujer?) y la antidemocrática en
China (que lo digan los hongkoneses y los tibetanos y los uigures…)— mientras
persigue a propios para justificar un falaz relato y explora permanente
zancadillas —no puedo decir “cainitas” porque de “hermanos” tienen sólo un
hipócrita concepto— para sus correligionarios azules.
Sinrazones
también hay de quienes —con mayor o menor beligerancia o, incluso,
condescendencia— se oponen al Masismo o le discrepan. El no conciliar entre
opositores —caldo de germinación para que un masismo reducido e, incluso,
dividido, no pueda ser neutralizado—; el no crear estructuras estables a pesar
de tener fuerza parlamentaria —quizás porque la irregularidad mejor oculta una
permanente improvisación y la inestabilidad que da la inseguridad—; el no
promover nuevos liderazgos efectivos, y, aun peor, el negarse a apoyar un
frente opositor para 2025 con los mismos argumentos que —en creído doble
respingo seguido— hicieron fracasar la unidad en 2018.
Queda en
Bolivia una gran reserva democrática: la Sociedad Civil. Pero sin líderes que
trasciendan de sus pagos fronteros a la nación, sin estrategias comunes y
consensuadas —algo de coordinación ya hubo para el cabildo nacional— y sin
planes B si fracasan los A —plausibles y sin suicidios—, la tarea es difícil y
hay mucho más que avanzar en ello.
Hasta el
2025 tendremos crecientes crisis multipolares: económicas, políticas,
identitarias, todas centrífugas. Lo que no podemos tener es una copia de una
pésima dictadura Orteguista-Somocista.
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