En las expectativas de muchos hoy, viernes 25 de noviembre, el
Senado debe debatir y aprobar la manida y traída Ley del Censo y mañana,
sábado, podría ser nuestro Día de Acción de Gracias (sin pavo ni puré de
manzanas, porque no es costumbre nuestra ni la economía de los cruceños lo estaría
después de 34 días de paro). Pero puede que, una vez más, sean ilusiones
frustradas.
Que el Censo es una necesidad, huelga decirlo: para repartir
recursos fiscales (aunque sean menguados gracias a un Modelo Económico hecho
para bonanzas y ahora con más fisuras que un Titanic), incluso sin Pacto Fiscal
—irritante para el oficialismo, a pesar de la Ley de Autonomías—; para
reordenar la representatividad parlamentaria del país; para rehacer la
geografía electoral; para fijar los planes de desarrollo —algo menos mencionado—
de los tres niveles de gobierno y las universidades fiscales, y, de yapa,
contrastar (no “auditar”, otro instrumento) el padrón electoral con los
resultados desglosados del Censo gracias a la Señora Estadística Comparativa.
Que el Censo era imposible en 2022, huelga decirlo: ya hace
rato lo demostró el equipo técnico de la Universidad estatal cruceña —pobre
señora Mendoza, que ni su gobierno la defiende ni soporta— y el oficialismo
trató —y trata— de aprovecharse de ello.
Que el pedido de censo para finales de 2023, era posible:
cuando el equipo de la Gabriel lo pidió, entonces sí (hacer en los primeros
meses, fue más lema que real); ahora no (hace rato los técnicos lo aceptaron;
recién los políticos).
Pero como todo lo anterior es harto conocido, prefiero pasar
a lo más importante para todos: las enseñanzas de la lucha por el censo.
Rápidamente recorreré lo que el oficialismo nos “enseñó”:
ocultaciones, medias verdades y mentiras completas, dilaciones, ciudades y
carreteras cerradas, presiones — “oficiales” o con agresiones de encapuchados
(pagados o fanáticos) con complicidad por inacción o por intervención de las
huestes del Ministerio de Gobierno—, sanciones a los exportadores —suicidio
para el país—, insultos, amenazas de ocupaciones… Y desde los dos centros de
poder —La Paz y Chapare—: competencia por ver quién ganaba a quién.
Pero del lado de los organizadores de las protestas, también
hubo muchos yerros. El primero: que festinadamente iniciamos un justo paro sin
haber sumado al país —ni entender cómo ese resto
del país iba a posicionarse—, sin haber comunicado las razones —muy válidas
pero que muchos suponen abrirán de una vez la cornucopia del Estado rico y
ladrón— y, peor, sin más estrategia (no-plan A) que parar —con bastante éxito—
el departamento más rico del país, cerrar su economía e inmovilizar a cerca de
una cuarta parte de los bolivianos.
Y sin plan B: cuando se consiguió el objetivo principal de
las demandas —que los resultados demográficos se aplicarían antes de las
elecciones en los temas reclamados—, el no-plan B fue “tirar para adelante”, pidiendo al país sumarse para refundarlo
—nuevamente sin debatir, sin conciliar ni, menos, comunicar para vencer
resistencias y ganar adeptos. (Por añadidura lamentable, ya en mi columna
“Censo - batalla ganada por el pueblo” mencionaba el desatino —estratégico, de
soberbia y falta de sentido de nación— de la cuarta pregunta del Cabildo, que
días después Calvo repitió en una entrevista: «en Bolivia no nos quieren»). Obviaré la patética actuación
parlamentaria opositora con varios proyectos sin conciliar y el intento de
plagiar en la Comisión legislativa.
Si el pedido de federalismo late en Potosí (entonces el
departamento más rico, hoy el más pobre) y Santa Cruz (viceversa) desde el
siglo xix —vivimos en una región
con grandes naciones federalizadas—, también en la historia de Bolivia sólo
sirvió de bandera pretexta en la Revolución Federal —al final generatriz del
mayor centralismo—, lo que impele a comunicar, discutir, debatir, oír y
respetar a ajenos (y evitar desatinos “independentistas”).
De yapa: el anuncio de “muerte civil” para quienes
disintieran o discreparan —como yo ahora y muchos más— con la nomenklatura local; ejemplos de tales
“muertes” huelgan en la URSS, en la Europa de “democracias populares”, en Cuba,
en Nicaragua...
La lucha por el Censo —victoriosa— dio lo mejor de nuestro
pueblo pero también está sacando lo peor: intransigencia, ambulancias
bloqueadas o pinchadas, insultos… y pobreza. Y un mil millones de dólares en
pérdidas calculadas: menos ingresos fiscales para repartir.
Es hora, en ambos lados, de desterrar la Política de las
Santas Guindillas.
Información consultada
https://eldeber.com.bo/edicion-impresa/buscar-otra-estrategia-ante-la-dilacion_304828
https://eldeber.com.bo/edicion-impresa/censo-y-control-de-danos_304687
https://eldeber.com.bo/edicion-impresa/el-personaje-que-ataja-la-ley-del-censo_304986
https://eldeber.com.bo/edicion-impresa/sin-pretextos-senor-calvo_304968
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