martes, 5 de mayo de 2020

COVID, COVID, COVID



Hablamos sobre el COVID. Pensamos sobre el COVID. Soñamos (pesadilleamos más bien) sobre el COVID. Vivimos “sobre” el COVID más que “con” el COVID.

¿Por qué tememos tanto al COVID-19? En mi columna Virus y elecciones: ¿pe(s)cadores ganan? (24/03) lo adelantaba: ¿por qué le tememos al COVID-19 si han muerto menos de 250 mil personas en todo el mundo desde su inicio mientras que «la Peste Negra mató un tercio sólo de toda la población europea del siglo XIV y entre 20 y 40 millones murieron con la gripe española de 1918 [y] el HIV y el SIDA [tuvo] más de 40 millones de fallecidos». ¿Por qué el mundo se ha paralizado?

De los 196 países miembros y asociados de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sólo 14 son inmunes hasta ayer lunes: Kiribati, Lesotho, Islas Marshall, Micronesia, Nauru, Niue, la impenetrable Corea del Norte, Palau, Samoa, Islas Salomón, Tonga, Turkmenistán, Tuvalu y Vanuatu; ajenos a la OMS, sólo las Islas Cook. Eso deja 187 países (los restantes 182 de la OMS más los Territorios Palestinos, Kosovo, el Vaticano, el Sahara Occidental y Taiwan) donde viven (o vivían) algunos de los 3.482.848 infectados.

¿Por qué tememos tanto al COVID-19? Por su rápido contagio (en la República de Corea se mapeó una persona contagiando a más de mil en pocos días), por su período de latencia asintomático (alrededor de 14 días), por su confusión con otras afecciones conocidas (gripe, resfrío, incluso dengue) y por el alto índice de agravamiento de los casos ya sintomáticos: entre el 10% y el 15% de los pacientes internados por el COVID-19 (o virus SARS-CoV-2) ingresan en las Unidades de Terapia Intensiva (UTI) y el 90% de éstos requieren intubación y ventilación mecánica durante, al menos, dos o tres semanas. También ha contribuido mucho a ese temor la infopandemia que se ha desatado alrededor de la verdadera pandemia: una explosión de información, sobre todo en canales digitales y redes sociales pero también en medios masivos, muchas veces tergiversada, falsa o alarmista y poquísimas veces contrastada.

Para los gobiernos, el temor era otro: La insuficiente infraestructura sanitaria para casos graves. Según aumentaban los casos, la inicial displicencia (alimentada por las falsas estadísticas de China y su presto “control”, tan elogiado por la OMS) se convirtió en pánico y desesperación, con acciones propias de un filibusterismo: barcos y aviones cargados de (preciosos y escasísimos) insumos médicos retenidos y embargados en escalas en países intermedios; retención de cargas que se enviaban a segundos países…

¿Cómo estábamos en Bolivia? Muy desprotegidos por muchos años de falta de inversión humana y de recursos en la salud pública (los 14 del MAS fueron de despilfarro en inutilidades). ¿Cuáles eran las posibilidades? Empezar sin dar margen a que el COVID-19 tomara la delantera y golpeara (recordemos la Europa de tranquilidad y paseos con más de 300 casos en España y en Italia, o el premier Boris Johnson anunciando que priorizarían la economía… hasta que terminó en una UTI).

A pesar de los agoreros y los críticos festinados, partiendo de cero, o menos aun, en condiciones heredadas y sin recursos el 4 de marzo (cuando había sólo un sospechoso que luego fue negativo) se empezaron a tomar recaudos y buscar, en ese mercado canibalizado, lo que el país necesitaba para protegerse y, cuando el 10 de marzo aparecieron los dos primeros casos, inmediato se declaró Situación de Emergencia Nacional.

He sido un crítico permanente de las falencias en nuestra información epidemiológica (puede leerse en la Cronología que publico todos los días) pero no lo he achacado (como algunos políticos desesperados) a ocultamiento sino a mala comunicación porque si no ¿cómo yo la obtengo desde diversos medios públicos?

«El que es sabio refrena su lengua.» (Proverbios 10:19, espero que no me tilden de violar el laicismo)

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