La semana
pasada publiqué “Para después
de mañana y otras reflexiones” con el modelo de Estado y país que algunos —o
muchos, y me incluyo— quisieran
tener; espero que haya dado pie a alguna meditación. También reflexioné sobre
el COVID19 y nuestra sociedad y creo firmemente que, cuando pase la pandemia —aunque
el virus seguirá como otras epidemias que nos han llegado, ya sin el carácter
críticos—, la salud pública en Bolivia se acercará a la capacidad de satisfacer
las necesidades de la población, superando el abandono de los 14 años
anteriores que terminaron de descalabrar un sistema que siempre fue penosamente
deficitario.
Hoy quiero reflexionar del día “después de después de mañana”, cuando todo el mundo regrese —paulatinamente—
a sus actividades, las muertes hayan dejado de ser noticias y el heroísmo de
los trabajadores de la salud se mencione como su juramento hipocrático.
Ésta es una infopandemia y las redes sociales —también los
medios, cada vez más dependientes de las redes— nos han provocado una
infoxicación de bulos y mentiras —fake news— como de hipótesis. En mi anterior
columna ejemplifiqué con el HIV para mencionar la generación que entonces desapareció
con el virus y cómo éste —más “selectivo” en edad que en promiscuidad— se
llevará, en Europa al menos, a muchos que perdonó la otra; hoy retomo el HIV y
el SIDA para recordar las entonces casi infinitas versiones sobre vías de
contagio y formas de prevención —la curación no era creíble— que se decían. Las
“olas” versionales entonces eran más lentas; hoy, al vox populi —el “dijeron”— lo
ha sustituido las redes sociales como tsunamis.
Me “apropiaré” de Yuval Noah Harari, historiador, escritor israelí
y gurú del dataísmo —el Big Data como fundamento filosófico—, cuando fija dos
diferencias entre la pandemia del COVID-19 y otras de la historia: la positiva
es que antes la ignorancia era lo peor de las epidemias, «la gente moría como moscas y nadie sabía por qué, ni qué se podía
hacer contra ella»; la negativa son las previsibles consecuencias políticas
y económicas porque: «El mundo hoy es
mucho más frágil. [A pesar de nuestros] conocimientos
tan avanzados [somos víctimas de] la
falta de unidad global».
Cuando pasemos a la próxima página, encontraremos un mundo
posiblemente distinto: triunfa el aislacionismo —cierre de fronteras; el #Me
First campeando como valor político—, el multilateralismo en conmoción —una
Unión Europea cuestionada; la OMS y, por ende, toda la herencia de San
Francisco 1945 venida a menos; la globalización conmocionada—; la economía
global profundamente vapuleada y el mundo cada vez más dependiente de los flujos
de datos —algo aún lejano para nuestras sociedades “rezagadas” pero diario para
muchos países, no sólo China— que puede llevarnos a sociedades tan controladas
como la de 1984 de George Orwell.
Súmesele para nosotros un sistema democrático maltrecho
después de catorce años de hegemonía autoritaria y ocho anteriores de
disgregación del Poder del que no escaparon —o coadyuvaron— Bánzer, Quiroga,
Sánchez de Lozada y De Mesa y una economía calamitosa a pesar del Jauja de la
Década Dorada, la de los precios extraordinarios por nuestro gas pero también
por nuestra soya y nuestros minerales, tanto dinero llegado a Bolivia en esos
siete años —2008 a 2015— como en los más de 180 precedentes.
Llegado acá, no pude dejar de recordar “Paisaje después de
la batalla” de Andrzej Wajda, donde la conmoción de la muerte de la joven judía
golpea en el poeta —también recién liberado del campo de concentración— y
desbloquea sus sentimientos y creatividad reprimidos por sus verdugos nazis. Coincidiré
con el filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han que: «El coronavirus está poniendo a prueba
nuestro sistema»; la pandemia debe movilizarnos para construir lo mejor —quizás
con Vivaldi, como Wajda, y “La Primavera”— y superarnos a nosotros mismos.
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