El título de
esta columna caracteriza buena parte de estas elecciones: Vergonzosas mentiras
como la del paper del Center for
Economic and Policy Research (CEPR) publicado “en” el periódico The Washington Post y mediocre
mezquindad la de las candidaturas presidenciales descartables por residuales que
sólo lograrán aportarle espacios al MAS.
Empezaré por el artículo “Bolivia descartó sus elecciones de
octubre como fraudulentas. Nuestra investigación no encontró ninguna razón para
sospechar fraude”, escrito por John Curiel y Jack R. Williams y
publicado el 27 de febrero en el blog The Monkey Cage —que su
editor, John Sides, describe como «un
sitio independiente publicado actualmente aquí en el Washington Post», es
decir: no es del periódico. La primera falsedad fue atribuir ese documento de
sólo 3 páginas a “investigadores del Laboratorio de Datos Electorales y
Ciencias del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT)”, algo después
Richard Lester, Preboste Asociado del MIT, a nombre del Presidente Leo Rafael
Reif desmintiera al mencionar que los autores trabajaron a título personal y
contratados por CEPR, y la segunda darlo como una “investigación seria” que “anulaba”
la auditoría electoral de la OEA (86 páginas con el trabajo de 36
especialistas multidisciplinarios de diferentes países); el publicado en Monkey
Cage sólo fue realizado por Curiel y Williams. Sin entrar en más —el
codirector de CEPR Mark Weisbrot es una antiguo aliado de Chávez y Maduro, y su
Analista Político Senior, Guillaume Long, fue ministro de varias carteras con
Rafael Correa—, el paper fue
reproducido inmediatamente en medios internacionales sin más análisis —ni
aclaración después de los desmentidos— y toda la izquierda sociata 21 lo
aplaudió para loor de Evo, aunque en realidad los disparos eran contra la
candidatura de Almagro en la OEA, meta urgente bolivariana. (Sobre Morales
penden el juicio por el asesinato de Michael Dawyer y las precisiones de la
ACNUR sobre sus violaciones del refugio político.)
Y aunque hay mucho más de qué opinar, me quedaré en la mediocre mezquindad. Para el
3 de mayo se habilitaron ocho partidos y alianzas, siete contrarias al MAS. De
las ocho, la primera encuesta de intención de voto publicada luego de
oficializados los binomios (CIES MORI, 16/02), sólo da posibilidad para una
segunda vuelta a tres de ellos: MAS-IPSP, JUNTOS y COMUNIDAD CIUDADANA —estos
dos estadísticamente similares—, circunscribe presencia de CREEMOS en la ALP
sólo en Santa Cruz —estadísticamente igualado con JUNTOS— y descarta posibilidad
alguna para el resto; la segunda (MERCADOS Y MUESTRAS, 23/02) —con un error
mayor (+/- 3% vs. 2,07%) y menos
casos (1.070 vs. 2.224) y cobertura
(48 vs. 84)— repite la terna posible.
En otras columnas y entrevistas he explicado —a partir del
coeficiente D´Hondt aplicado en Bolivia— cómo la dispersión de votos por muchas
candidaturas beneficia mucho al primer ganador (el MAS podría ganar en cinco
departamentos) y reduce la representación de los siguientes. En “La victoria
del MAS y el rol de Tuto Quiroga” (Página
Siete, 15/10/2014) ya Raúl Peñaranda analizó cómo la candidatura de Quiroga
perjudicó entonces los resultados de la oposición; vale el análisis de Peñaranda
para hoy.
Cerraré con dos «requisitos que deberían ser plenamente
cumplidos» en las campañas electorales de mi buen amigo Juan Cristóbal Soruco
(“Adversarios, no enemigos”, Los Tiempos,
08/03/2020): «no recurrir a la mentira
como centro de las estrategias de campaña (no sólo porque mentir es malo en sí,
sino porque mentir presupone que la audiencia es tonta) y mantener un mínimo de
respeto a los adversarios».
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