«Dentro del apartamento una voz pastosa estaba leyendo una
lista de cifras […]. La voz procedía de una placa oblonga de metal parecida a
un espejo empañado que formaba parte de la superficie de la pared de la
derecha. […] El instrumento (la «telepantalla», lo llamaban) podía atenuarse,
pero no había manera de apagarlo del todo.»
[George
Orwell, 1984]
Hablamos ya un buen tiempo de fake news (noticias mentirosas o “casi”) y achacamos su propagación
a las Redes. Cuando a fines del siglo xx,
respirados luego de la alharaca que tuvimos por el “Error del Milenio”,
decidimos entender las TICs (Tecnologías de Información y Comunicación) como la
gran puerta al futuro y el desarrollo, una vez más repetimos los laudatorios y
olvidamos, una vez más también, quiénes manejarían hasta manipular esa
información: no los marcianos, si no nosotros.
Poco más de una década después, hasta instituimos la palabra
de marras y nos asombramos de ella como si el uso en las campañas Clinton-Trump
(y las primarias anteriores) fuera un aterrizaje desde otra dimensión, cuando
realmente era algo con lo que convivimos desde los inicios de nuestra humanidad,
ahora centuplicado por el acceso a la comunicación.
Si Hitler y Stalin (y Perón y Mussolini y tantos de su laya)
manipularon la radio y del cine, ¿qué hoy no les sería posible con TV más pero,
sobre todo, con redes sociales?
Ya George Orwell lo había advertido en su distópica 1984. Luchador contra el colonialismo y
el capitalismo salvaje, contra el estalinismo y el nazismo, su ¿novela? denunció
de cómo las utopías del mundo mejor podían ser malempleadas por totalitarismos —desembozados
o “maquillados”—, demagógicos y siempre populistas, para el control de todo y
todos bajo el discurso del Bien Común.
¿Son malas las TICs? ¡Para nada! Nosotros, utilizándolas mal
o dejando a otros malusarlas, somos los culpables: no discriminamos lo que
recibimos (ya sea “noticia” o “producto”) y terminamos siendo consumidores de
cualquier cosa “porque lo dijeron en las redes” (o en los medios, lo mismo casi
porque muchos se nutren ahora de las redes para ganar la inmediatez a la
competencia, además de que, por economía, se investiga menos). ¿Mucha
información?, sí, pero escasa educación.
Latinoamérica ha conocido muchos demagogos populistas
totalitaristas que, mesiánicos y con cantos de prosperidad e igualdad, han
terminado empobreciendo a sus países y dejándolos peor que a su llegada. Peronismo
(desde Juan Domingo y Eva hasta los K) y socialismo 21 (con Chávez y similares)
propugnando justicia social (y lo han intentado, a fuer de cierto) terminaron
en desastres económicos populistas, totalitarismos demagogos y corrupción,
dejando a la postre pobreza y más miseria. El peronismo tomó Argentina en los
40 (entonces uno de las economías más ricas del mundo pero muy desigual),
aplicó medidas de justicia social pero terminó enriqueciendo al poder y dejando
ciclos de crisis que no acaban; el socialismo 21 disfrutó en boom de los commodities (hablo de Venezuela pero también en el resto de la
ALBA) y termina dejando una plutocracia dictatorial en medio de la miseria
generalizada y con la mitad del PIB de hace cinco años.
Y cuando faltan mensajes, son buenas las distracciones
demagógicas. Como la de Andrés Manuel López Obrador (él, criollo con apellidos
castellano y balear) reclamando “disculpas” a España por las crueldades de la
conquista, olvidando cuán crueles habían sido los vencidos y que su derrota fue
posible porque miles de totonacas y tlaxcaltecas, entre otros pueblos, lucharon
contra los mexica. ¡Empobrecedor, querido México, es ese camino!
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