La semana pasada todos nos enteremos “de que algo pasaba en
Venezuela”: las imágenes de TV transmitían a un recién liberado Leopoldo López
(líder del partido de Gauidó) en las calles junto con el presidente encargado,
militares armados y un gran grupo de civiles enardecidos. Luego, se fue
diluyendo el intento, López y su familia se alojaron en una embajada… y ahí
empezó el guirigay.
En un comentario que publiqué el 3 de mayo [“¿Derrota o
escaramuza no perdida?”, El Deber]
tomé posición que, a pesar del manifiesto fracaso en lograr la adhesión militar
y dentro del alud de informaciones contradictorias, no había sido una derrota
del proceso de redemocratización de Venezuela. Hoy, con información más
definida y capacidad para discriminarla, mantengo que no fue una derrota del
proceso pero si un fracaso (parcial) de la acción; y escribo “parcial” porque,
como el 23F y la fallida entrada de ayuda humanitaria por las fronteras, sí fue
un éxito mediático, un vuelta a poner en valor en los medios de comunicación la
situación venezolana: las tanquetas de la Guardia Nacional Bolivariana arrollando
a manifestantes mostró la violencia inescrupulosa del régimen (José Mujica la intentó
justificar sin pudor: «No hay que ponerse
delante de las tanquetas»).
La explosión principal estuvo más en las declaraciones
posteriores de principales figuras de la Administración Trump (Mike Pompeo,
John Bolton y Elliot Abrams) sobre la penetración en sectores muy próximos a
Maduro y la elaboración consensuada de un plan de garantías de alrededor de 15
puntos para la salida institucional “digna” de Maduro y su exilio; en ese
acuerdo se mencionó a Maikel Moreno (presidente del TSJ gubernamental) y
Vladimir Padrino (ministro de la Defensa y jefe del Ejército, contrario a
un “cuartelazo”), además de Iván Hernández Dala (comandante de la Guardia
Presidencial) y Christopher Figuera (director la policía política:
el Servicio Bolivariano de Inteligencia), el único, hasta ahora,
destituido y detenido. Otras fuentes agregaban al ministro del Interior, Néstor
Reverol.
¿Cuán cierto era esto? A pesar de los desmentidos iniciales
de algunos involucrados, la tácita aceptación posterior por Padrino y la
detención de Figuera lo corroborarían. Y si puede considerarse un error el que
EEUU denunciara a los complotados (coincido con Michael Shifter y Bruno Binetti
de que se humilló al estamento), en contracara vale lo que Abrams dijo sobre
estos “acuerdos”: «Maduro realmente debe
preguntarse hoy si hay alguien en su régimen en quien pueda confiar».
¿Por qué éste fue
el tercer fracaso en el proceso de redemocratización? “Posiblemente” (supongo)
lo fue el apurar la liberación de López sin un acuerdo entre todos sobre la
fecha de actuación; lo que fue más emocional y táctico pudo romper el
alineamiento estratégico y demorar la salida de Maduro.
¿Qué sigue? Lo
primero, muy claro, es que Diosdado Cabello, al dar la cara por el régimen
frente a los sucesos, potenció su liderazgo frente a un Maduro callado durante
16 horas y, por ende, disminuido significativamente. Lo segundo, la urgencia
que la oposición (con EEUU y el Grupo de Rio) redefina la estrategia a seguir,
la cual (coincido con Andrés Oppenheimer) podría dar un mayor peso de la OEA y
de los recursos políticos y diplomáticos del Tratado Interamericano de
Asistencia Recíproca (TIAR) para evitar una intervención militar. Tercero,
definir claramente la posición de Rusia, pues pareciera que Putin y Trump
hablan una cosa mientras Sergéi Lavrov y Pompeo la muy opuesta; quizás, según
Vladimir Frolov, «Putin está listo
para renunciar a Venezuela por el precio correcto».
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