martes, 7 de mayo de 2019

Vademécum venezolano


La semana pasada todos nos enteremos “de que algo pasaba en Venezuela”: las imágenes de TV transmitían a un recién liberado Leopoldo López (líder del partido de Gauidó) en las calles junto con el presidente encargado, militares armados y un gran grupo de civiles enardecidos. Luego, se fue diluyendo el intento, López y su familia se alojaron en una embajada… y ahí empezó el guirigay.

En un comentario que publiqué el 3 de mayo [“¿Derrota o escaramuza no perdida?”, El Deber] tomé posición que, a pesar del manifiesto fracaso en lograr la adhesión militar y dentro del alud de informaciones contradictorias, no había sido una derrota del proceso de redemocratización de Venezuela. Hoy, con información más definida y capacidad para discriminarla, mantengo que no fue una derrota del proceso pero si un fracaso (parcial) de la acción; y escribo “parcial” porque, como el 23F y la fallida entrada de ayuda humanitaria por las fronteras, sí fue un éxito mediático, un vuelta a poner en valor en los medios de comunicación la situación venezolana: las tanquetas de la Guardia Nacional Bolivariana arrollando a manifestantes mostró la violencia inescrupulosa del régimen (José Mujica la intentó justificar sin pudor: «No hay que ponerse delante de las tanquetas»).

La explosión principal estuvo más en las declaraciones posteriores de principales figuras de la Administración Trump (Mike Pompeo, John Bolton y Elliot Abrams) sobre la penetración en sectores muy próximos a Maduro y la elaboración consensuada de un plan de garantías de alrededor de 15 puntos para la salida institucional “digna” de Maduro y su exilio; en ese acuerdo se mencionó a Maikel Moreno (presidente del TSJ gubernamental) y Vladimir Padrino (ministro de la Defensa y jefe del Ejército, contrario a un “cuartelazo”), además de Iván Hernández Dala (comandante de la Guardia Presidencial) y Christopher Figuera (director la policía política: el Servicio Bolivariano de Inteligencia), el único, hasta ahora, destituido y detenido. Otras fuentes agregaban al ministro del Interior, Néstor Reverol.

¿Cuán cierto era esto? A pesar de los desmentidos iniciales de algunos involucrados, la tácita aceptación posterior por Padrino y la detención de Figuera lo corroborarían. Y si puede considerarse un error el que EEUU denunciara a los complotados (coincido con Michael Shifter y Bruno Binetti de que se humilló al estamento), en contracara vale lo que Abrams dijo sobre estos “acuerdos”: «Maduro realmente debe preguntarse hoy si hay alguien en su régimen en quien pueda confiar».

¿Por qué éste fue el tercer fracaso en el proceso de redemocratización? “Posiblemente” (supongo) lo fue el apurar la liberación de López sin un acuerdo entre todos sobre la fecha de actuación; lo que fue más emocional y táctico pudo romper el alineamiento estratégico y demorar la salida de Maduro.

¿Qué sigue? Lo primero, muy claro, es que Diosdado Cabello, al dar la cara por el régimen frente a los sucesos, potenció su liderazgo frente a un Maduro callado durante 16 horas y, por ende, disminuido significativamente. Lo segundo, la urgencia que la oposición (con EEUU y el Grupo de Rio) redefina la estrategia a seguir, la cual (coincido con Andrés Oppenheimer) podría dar un mayor peso de la OEA y de los recursos políticos y diplomáticos del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) para evitar una intervención militar. Tercero, definir claramente la posición de Rusia, pues pareciera que Putin y Trump hablan una cosa mientras Sergéi Lavrov y Pompeo la muy opuesta; quizás, según Vladimir Frolov, «Putin está listo para renunciar a Venezuela por el precio correcto».

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