jueves, 5 de abril de 2018

Final de la impunidad mesiánica



Casi once horas necesitó el Supremo Tribunal Federal para decidir no aceptar por mayoría los habeas corpus de los abogados del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, una espera que hizo sonar sables por primera vez desde 1985 porque, en verdad, se debatía un modelo de hacer política y otro de hacer justicia.

Lula da Silva fue el presidente más popular de Brasil desde la redemocratización. De él se decía que era “del Foro de São Paulo en sus discursos” y “liberal de mercado —con conciencia social—”, pero un día nos enteramos que el mesiánico presidente —que convertía pobres en “clasemedieros”— era Hécate con su tercera cara en la corrupción desenfrenada que fomentó.

Dilma Rousseff hizo lo imposible por “blindarlo” luego que el Escândalo do Mensalão amenazó con enfangarlo y, aunque sus colaboradores por fidelidad prefirieron la cárcel a involucrarlo, le faltó tiempo porque el impeachment la sacó del Poder. Ya Joaquim Barbosa Gomes durante el Mensalão había demostrado la independencia de la justicia brasileña; luego Sérgio Moro lo confirmaría con Lava Jato. Lula da Silva se hubiera salvado nuevamente si la fidelidad de los empresarios que compartieron la corrupción no hubiera sido tan “frágil y egoísta”.

En medio de una media docena de juicios y a las puertas de condena, Lula da Silva, viejo zoon politikón que había sobrevivido a las dictaduras, la redemocratización y los escándalos, entendió que su última barricada no estaría en los tribunales sino en la campaña presidencial y se lanzó, antes que ningún otro, a hacer campaña seguro de que los brasileños que bajo Dilma recayeron en la pobreza lo recordarían a él —y no al boom de los precios extraordinarios— como el Lula de los buenos años y no como el expresidente del peor esquema de corrupción.

Se acabó un capítulo. ¿Será el fin de su relato?

Información consultada

No hay comentarios:

Publicar un comentario