Dediqué dos de mis anteriores columnas (“Lección
del medio del mundo” y “Más lección del mediomundo”), la primera para analizar
los resultados de la primera vuelta de las elecciones del 19 de febrero en
Ecuador y la segunda al panorama para la segunda. Hoy me abocaré a analizar los
aprendizajes para efectivizar triunfos electorales de las oposiciones a los
gobiernos populistas —y excluyo Venezuela porque, tras el descalabro
oficialista de fines de 2015, hoy las condiciones mínimas para un proceso
electoral han desaparecido.
Consideremos dos lecciones estratégicas y una táctica. Una
primera estratégica es la imprescindibilidad de que los sectores opositores con
alguna afinidad —al menos la mayoría de ellos con visiones no excluyentes— se
unan y lo hagan más allá de la coyuntural electoral. Las lecciones de Argentina
y de Venezuela en 2015 lo confirman: en Argentina, CAMBIEMOS agrupó un
importante espectro antikirchnerista —PRO, Radicales, etc.— que, si bien luego
se le unieron los massistas —por Sergio Massa; no confundir con “masistas”— del
Frente Renovador, fue el que le dio el triunfo y la base para su
gobernabilidad; para las legislativas venezolanas, la Mesa de la Unidad
Democrática había trabajado los años anteriores —con aciertos y también
desaciertos— para crear una oposición unida y eso se manifestó en la segunda
derrota del bolivarianismo —la primera fue el referéndum constitucional del 2007—,
esfuerzo que ha perdido parte de su cohesión e impulso conjunto, a pesar que
los desaciertos oficialistas y la crisis le favorecen.
La segunda lección estratégica es que amplios sectores de la
población —mayores según se acendra la crisis, provenientes de aquellos que las
administraciones populistas durante el período de ingresos extraordinarios
lograron sacarlos de la pobreza y llevarlos a clases medias— pueden ser
críticos y opositores al oficialismo del siglo 21 pero tampoco estarán
conformes con una propuesta liberal dura. Un programa de gobierno que logre
unir la reconstrucción económica allí donde se avizora crisis —sin paternalismo
pero sin recetas de dura ortodoxia— combinado con una política social posible
—sin paternalismo— y con soluciones entendibles por la mayoría es una receta de
triunfo posible.
La tercera lección —táctica— es la necesidad insalvable de
que representantes de la oposición fiscalicen todas las mesas en todos los
recintos. No hacerlo abre el camino a susceptibilidades, en el mejor de los
casos, a errores no detectados en otros y a posibilidades de alteración de
resultados, no necesariamente instruidas pero hijas de malos entusiasmos
partidarios.
Sin cuestionar las elecciones ecuatorianas ni avalar, al
menos hasta ahora, las denuncias opositoras, es cierto que la oposición no
cumplió las tres condiciones: compitieron siete grupos opositores y de ellos 4
se aliaron para segunda vuelta —el PSC de Viteri, con muchas afinidades, el FE
de Bucaram y el ANC de Moncayo— lo que le permitió aumentar 20,8% para la
segunda vuelta —Morenos aumento 11,8%. El programa de Lasso era ortodoxo
liberal, lo que espantó algunas posibles afinidades —sobre todo dentro de la
izquierda decepcionada del correísmo. El tercer yerro: no alcanzó a fiscalizar
todas las mesas.
A Moreno le va a ser muy cuesta arriba gobernar —por un país
muy divido— si no decide apartarse del legado y tutela anterior. Las lecciones
valen para todos los casos posibles.
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