martes, 25 de abril de 2017

Elegía por Venezuela


Hablar hoy de Venezuela es hablar de las grandes manifestaciones contra la cúpula madurista —la que manejan Diosdado Cabello Rondón, Tareck El-Aissami y Cilia Flores—, la Venezuela de los más de 20 muertos la semana pasada —algunos en saqueos—, la del racionamiento, la falta de medicinas esenciales, la hiperinflación —pronosticada por el FMI a 1.700% en dos años—, el hambre y la inanición en uno de los países más ricos en recursos del mundo —que recibió casi un billón de dólares en los años de gobierno del difunto presidente Hugo Chávez Frías—, la de los 28.479 asesinados en 2016 en un país de 30 millones de habitantes —91,8 homicidios violentos por cada 100 mil, segundo en el mundo—, la que ha reclamado vanamente elecciones y revocatorios —negados por el gobierno ante su segura derrota aunque prime la pifia—, la de los poderes cooptados —como el Tribunal Supremo marioneta que, a pedido del gobierno, decretó la práctica abolición del poder legislativo elegido por el pueblo y luego, ante la reacción nacional y de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, excepto los aliados políticos y algunos económicos del madurismo, y por pedido también del gobierno, reculó en 2 días abruptamente bajo la presencia de El-Aissami — y la de los “colectivos” maduristas que en motocicletas atacan y matan a los manifestantes.

Es también la de la propaganda gubernamental sobre el “enemigo” —el externo siempre EEUU, ahora adicionados los países mayoritarios de la región que critican la situación y el interno todo aquel que no sea ferviente oficialista— para encubrir sus graves errores, la de las milicias gubernamentales fuertemente armadas, la de las Fuerzas Armadas que se debaten entre la corrupción cómplice de gran parte de su cúpula, la debida obediencia y el sentimiento opositor —en diciembre de 2015, en las mesas de los fuertes ganó la oposición.

Y en medio de todo este conflicto, un nuevo llamado del gobierno a “diálogo”, en realidad un pedido desesperado para ganar tiempo, como también terminaron siendo los anteriores —en abril 2014 y octubre 2016— que concluyeron sin resultados significativos para los reclamos de la oposición y sí le permitieron respiros al gobierno. Sobre todo lo fue el último: promovido por el Vaticano y la UNASUR —muy cercana al madurismo— y mediado por expresidentes socialdemócratas —José Luis Rodríguez Zapatero de España, Leonel Fernández Reyna de República Dominicana y Martín Torrijos Espino de Panamá, los tres vinculados estrechamente con la Revolución Bolivariana—, mostró que al gobierno no le interesa una discusión constructiva sino, en palabras ahora de Maduro Moros, «con los voceros de la oposición, a decirle otra vez sus cuatro verdades y a pedirle en nombre de millones y millones de hombres y mujeres de Venezuela que rectifiquen y que cesen su violencia y su golpismo», un “golpismo” con “golpistas” sin armas ni tropas —como tuvieron Chavez Frías en 1992 y los que lo intentaron derrocar en 2002— y que concita la urgente necesidad de unidad de todos los sectores no oficialistas —incluidos chavistas descontentos— sobre sus sectarismos.

Maduro Moros y su cúpula deben reflexionar sobre la frase que le dijera a Napoleón Bonaparte su ministro Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord: «Sire, l'on peut tout faire avec les bayonettes, sauf se metre assis dessus (Majestad, todo es posible con las bayonetas, menos sentarse en ellas).»

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