Hablar hoy de Venezuela es hablar de las grandes
manifestaciones contra la cúpula madurista —la que manejan Diosdado
Cabello Rondón, Tareck El-Aissami y Cilia Flores—, la Venezuela de
los más de 20 muertos la semana pasada —algunos en saqueos—, la del racionamiento,
la falta de medicinas esenciales, la hiperinflación —pronosticada por el FMI a
1.700% en dos años—, el hambre y la inanición en uno de los países más ricos en
recursos del mundo —que recibió casi un billón de dólares en los años de
gobierno del difunto presidente Hugo Chávez Frías—, la de los 28.479 asesinados
en 2016 en un país de 30 millones de habitantes —91,8 homicidios violentos por
cada 100 mil, segundo en el mundo—, la que ha reclamado vanamente elecciones y
revocatorios —negados por el gobierno ante su segura derrota aunque prime la
pifia—, la de los poderes cooptados —como el Tribunal Supremo marioneta que, a
pedido del gobierno, decretó la práctica abolición del poder legislativo
elegido por el pueblo y luego, ante la reacción nacional y de la mayoría de los
gobiernos latinoamericanos, excepto los aliados políticos y algunos económicos
del madurismo, y por pedido también del gobierno, reculó en 2 días abruptamente
bajo la presencia de El-Aissami — y la de los “colectivos” maduristas
que en motocicletas atacan y matan a los manifestantes.
Es también la de la propaganda gubernamental sobre el
“enemigo” —el externo siempre EEUU, ahora adicionados los países mayoritarios
de la región que critican la situación y el interno todo aquel que no sea
ferviente oficialista— para encubrir sus graves errores, la de las milicias
gubernamentales fuertemente armadas, la de las Fuerzas Armadas que se debaten
entre la corrupción cómplice de gran parte de su cúpula, la debida obediencia y
el sentimiento opositor —en diciembre de 2015, en las mesas de los fuertes ganó
la oposición.
Y en medio de todo este conflicto, un nuevo llamado del
gobierno a “diálogo”, en realidad un pedido desesperado para ganar tiempo, como
también terminaron siendo los anteriores —en abril 2014 y octubre 2016— que concluyeron
sin resultados significativos para los reclamos de la oposición y sí le
permitieron respiros al gobierno. Sobre todo lo fue el último: promovido por el
Vaticano y la UNASUR —muy cercana al madurismo— y mediado por expresidentes
socialdemócratas —José Luis Rodríguez Zapatero de España, Leonel Fernández
Reyna de República Dominicana y Martín Torrijos Espino de Panamá, los tres
vinculados estrechamente con la Revolución Bolivariana—, mostró que al gobierno
no le interesa una discusión constructiva sino, en palabras ahora de Maduro
Moros, «con los voceros de la oposición, a decirle otra vez sus cuatro verdades
y a pedirle en nombre de millones y millones de hombres y mujeres de Venezuela
que rectifiquen y que cesen su violencia y su golpismo», un “golpismo” con
“golpistas” sin armas ni tropas —como tuvieron Chavez Frías en 1992 y los que lo
intentaron derrocar en 2002— y que concita la urgente necesidad de unidad de
todos los sectores no oficialistas —incluidos chavistas descontentos— sobre sus
sectarismos.
Maduro Moros y su cúpula deben reflexionar sobre la frase
que le dijera a Napoleón Bonaparte su ministro Charles-Maurice de
Talleyrand-Périgord: «Sire, l'on peut
tout faire avec les bayonettes, sauf se metre assis dessus (Majestad, todo
es posible con las bayonetas, menos sentarse en ellas).»
No hay comentarios:
Publicar un comentario