Mi última columna de diciembre recorría algunos de los malos
hitos que nos dejaba 2016, seis hechos
importantes que se vivieron el año pasado: los escándalos irresueltos del
FONDIOC —devenido en discrepancias irresolutas sobre las cifras afectadas, desnudamiento
de escandalosas formas de administrar recursos y en aprehendidos a la espera
del lento avance— y el affaire Zapata —donde lo importante, el presunto tráfico de influencias, se ha diluido
en cotilleo banal en los medios y en libros defensores por voluntariosos
paladines—; los resultados adversos a una nueva prórroga presidencial en el
referendo de febrero —explicados de muchas formas, según la tendencia de quien
lo haga y que, en su momento, fueron aceptados por a quien atañían—; el
conflicto de los cooperativistas mineros, trágicamente terminado; la crisis del
agua como fracaso de un modelo de gestión gubernamental en que se valora la
afinidad sobre la competencia y, en adición y cierre del año, el desastre de
LaMia, que conmocionó la credibilidad del país, dejando avizorar connotaciones
más enrevesadas que las atribuidas a fatales y nada profesionales decisiones
técnicas, a la culpable inobservancia de normas —por una subordinada en proceso
de asilo en el país más afectado por el desastre, un absurdo contrasentido si
esa persona tuviera la más leve suposición de irresponsabilidad, no digamos de
culpabilidad— y al nepotismo de un funcionario intermedio. A todos ellos debo
sumar dos casos que llevan larga data en los estrados judiciales empantanados
en sus connotaciones políticas y sin visos de presta conclusión: Porvenir —con
acusadores declinados— y Terrorismo.
Para el año que comienza,
todos estos temas conflictivos estarán presentes y actuarán en los medios. A
ellos se le sumarán: la contracción económica —el optimista pronóstico del 5%
de crecimiento en el Presupuesto 2016, luego rebajado a 4,8% y ahora deprimido oficialmente
a 4,2%, no es compartido por el FMI (3,7%), la CEPAL (4%, el más cercano al
oficial) o el Banco Mundial (3,8%)— deja dudas respecto a los discursos
esperanzados para 2017 con la muy moderada recuperación de precios de algunos commodities —leves para hidrocarburos tras arduas y
prolongadas negociaciones políticas de exportadores—; las nuevas elecciones
judiciales en octubre —en las de 2011, cuyos elegidos luego han sido muy
cuestionados hasta por el vicepresidente del Estado, los votos nulos y en
blanco superaron el 60%, un mayoritario rechazo que fue el segundo fracaso
electoral gubernamental luego de las municipales de 2010 y seguido por las
municipales de 2015 y la consulta de 2016—, y todo lo que conllevará la
repostulación presidencial promovida por el reciente Congreso del MAS como meta
ineludible oficialista. Un “cóctel” que encontrará una oposición en
fragmentación, acuartelada en la reactividad, necesitada de liderazgo común y
de proyecto país.
En el zodíaco chino,
2017 es año del Gallo —Ji— de Fuego —año yin—, combinación muy azarosa
entre el metal femenino —propio
del gallo— y el año fuego que
augura un año complicado, de equilibrios inestables, con grandes discusiones,
autoritarismos y paz tensa —por si acaso,
el año lunar empezará el 28 de enero y pocos días antes, el 20, Donald John
Trump asumirá la Presidencia de los EEUU. Y por si cree en ello, un dato
adicional: Bolivia —“nacida”
en 1825— es Gallo de Madera, una mala combinación con el de 2017.
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