La última semana ha sido de mucha discusión entre
dos encuestas que se han publicado en Bolivia sobre el referéndum constitucional
del 21 de febrero próximo para confirmar la aceptación popular para que la Asamblea
Legislativa Plurinacional discuta cambiar el artículo 168 de la Constitución Política
del Estado para permitir la tercera reelección del presidente Morales Ayma.
Lógicamente, cualquier encuesta que se difundida
sobre esta votación despertará gran interés en la población, primero por la significación
político y económica de la misma (la continuidad del presidente significaría, con
grandes posibilidades, la posibilidad del mantenimiento del status quo actual aunque,
en la realidad, las crecientes dificultades económicas por las caídas de los commodities
que sustentan la economía boliviana y la transformación acelerada del panorama político
regional influenciarán progresiva y decisivamente sobre el futuro a corto tiempo)
y porque la opinión pública es plenamente consciente que si el electorado estuviera
mayoritariamente de acuerdo (aunque fuera sólo con un voto más) con la posibilidad
de cambio constitucional, en realidad estaría aprobando directamente la rererelección
porque el procedimiento legislativo estaría asegurado por la amplia mayoría del
oficialismo en la ALP. En las dos últimas encuestas difundidas (de Equipos Mori
para “El Deber” y de Ipsos Apoyo para el Grupo ATB) esto se magnifica por la aparente
contradicción entre ambas: una da ganador al SÍ y otra al NO.
Partiendo de la definición que da el Centro de
Investigaciones Sociológicas (organismo oficial autónomo español que desde 1963
se dedica al estudio científico de la sociedad, sobre todo a través de encuestas
periódicas), una encuesta es “una técnica de recogida de datos mediante la
aplicación de un cuestionario a una muestra de individuos […] siguiendo una
serie de reglas científicas que hacen que esa muestra sea, en su conjunto,
representativa de la población general de la que procede”.
Sin descartar la importancia de definir el
objetivo y preguntas de ambas encuestas (lo primero precisado por el tema
idéntico: encontrar los valores de aceptación o rechazo, y lo segundo basado en
la fiabilidad profesional de ambos proveedores) ni la hermenéutica de
aplicación, nos queda un elemento que puede incidir en la diferenciación de
resultados: la muestra, aunque ésta estadísticamente debería dar resultados
similares. Considerando que ambas muestras encuestales se rigieron por la
información del Censo 2012 y sus proyecciones, consideraremos que su composición
poblacional (grupos etarios, género, nivel socioeconómico, etc.) deben ser
similares; por lo tanto, las diferencias se podrían sustentar en las locaciones
de investigación: si una de ellas se aplicó en las 10 ciudades principales (las
capitales departamentales más El Alto: 55% del padrón) y otra abarcó, además,
ciudades intermedias y áreas rurales (muchas conurbanas) o, simplemente, fueron
éstas distintas entre ambas, el sesgo puede ser importante, más allá que en las
10 ciudades habita la mayoría del electorado. Lamentablemente, las fichas
técnicas publicadas sólo dejan hacer conjeturas porque no identifican las demás
locaciones.
Una encuesta es una fotografía de un momento
preciso en lugares determinados y a poco puede “moverse” sustancialmente. Peor
si la distorsionan, y mucho, los indecisos y los “ocultos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario