La llegada del
Papa Francisco a La Habana sumará varios hitos: además de un
nuevo viaje apostólico papal a la Cuba postcomunista, la llegada del Gran
Mediador en las recién reestrenadas relaciones —Cuba sí, yanquies también— es el encuentro de dos ideologías con
confluencias y disimilitudes: el peronismo de base con la fase actual del
castrismo.
La visita
supera sus antecedentes: en 1992 san Juan Pablo II —fervoroso anticomunista— fue cuando la mayor
agonía económica para Cuba, y sirvió para acercar el mundo occidental a Cuba y
empezar a descongelar las relaciones entre la Iglesia local y el Estado ateo;
además, fue el encuentro entre dos liderazgos paradigmáticos y opuestos: el
Papa polaco y Fidel Castro Ruz.
En 2012, el papa alemán realizó una visita más
“doméstica”: en una Cuba mejor económicamente —gratias Chavez—, reafirmó el creciente poder arbitral de la Iglesia
cubana. Pero en 2015, la visita del Papa porteño conlleva un sentimiento de
apertura —externa e interna— e inclusividad.
El espíritu del castrismo hoy con Raúl Castro
Ruz no es el ni el de la revolución castrista de enero de 1959 pero tampoco el
del castrocomunismo posterior. Etapa pragmática y menos ideologizada, la
necesidad de macrosupervivencia y solución de los problemas microeconómicos de
toda la población, quizás esté cerca de la justicia social preconizada en la Teología
del Pueblo de los curas villeros —de los que Francisco siempre ha sido pastor—,
vinculada con el peronismo de base y lejos del kirchnerismo, ahora en su hora final.
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