"Mi libertad se termina donde empieza la de los demás." [Jean
Paul Sartre, filósofo y escritor francés.]
Las recientes masacres
en París contra periodistas del semanario satírico francés “Charlie Hebdo”
(acusado de blasfemia por islamistas radicales), contra los que estaban en un
supermercado kosher y contra policías, levantó varias importantes
consecuencias: la solidaridad con las víctimas y la defensa de la libertad de
expresión, traducida en la ya conocida “Je suis Charlie Hebdo” que llenó los
medios, las redes sociales y las calles de muchos países.
La violencia fanática
en nombre de una pretendida fe religiosa (no la religión musulmana misma porque
también exterminan creyentes que no adoptan su fanatismo) posee atributos muy marcados
de segregación (racial, religiosa) y pretendida superioridad, como los
hinduistas que mataron a Gandhi y los inquisidores que torturaron y mataron a
todo el que no fuera ferviente creyente (o lo aparentara convincentemente),
violencia ésta que llevó a San Juan Pablo II a un mea culpa irrestricto en
2004. Esta “superioridad” lleva al fanático a atribuirse un falso don
apologético de la Verdad (la suya) y a despreciar a todos los que no son sus
compañeros de fanatismo; sin pensarlo mucho, este desprecio, que se inicia por
las opiniones, lleva cada vez más a despreciar por inferiores a “los otros” y
continúa más hacia considerar que la vida de ese “otro” es insignificante e
inmerecida; de ahí al extermino de un pueblo, de una raza, de los creyentes de
una iglesia, es sólo un simple y “natural” paso (¿les recuerda el Holocausto?).
Pero, ¿de dónde son
estos jóvenes fanáticos que mataron en París (y los que iban a hacerlo en otros
países) y que nutren las filas del fanatismo de ISIS y de Al Qaeda? Muchos
nacidos en Francia (como en casi toda Europa occidental), educados y formados
en esa sociedad con valores de democracia occidental. ¿Por qué entonces el
fanatismo? ¿Será, quizás, porque los recibieron (o a sus padres) sólo como mano
de obra y no los asimiló o, peor, los segregó?
Quizás porque tras una
pretendida “corrección política” de las democracias europeas, inmersas en la
ilusión de la Europa unida, se ocultaba mucho de lo que hoy proclaman
abiertamente los nacionalistas extremos del Frente Nacional francés, Amanecer
Dorada griego, la Liga del Norte italiana o los Verdaderos Finlandeses, por
mencionar pocos.
Pero (“mais”) queda
pendiente la concepción misma de la libertad de expresión: Su derecho (artículo
19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos) desde la
Ilustración en el siglo 17 fue medio para la libre difusión de las ideas. Y
“Charlie Hebdo” (de izquierda, iconoclasta, cáustico, irreverente, asaz grosero,
injurioso y ofensivo) se imbrica dentro de una tradición liberal y anticlerical de la
prensa satírica francesa que surge
alrededor de la Revolución de 1789. Pero, ¿esa irreverencia sin ningún tabú es
válida absolutamente o sus extremos contradicen lo que afirma Sartre? Está
abierto el debate.
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