El accidente fatal que
segó la vida a Eduardo Henrique
Accioly Campos no sólo segó la
vida de un joven y prometedor político brasileño sino que revolucionó el
panorama político de Brasil frente a las elecciones presidenciales de octubre.
La próxima semana,
luego del entierro de Campos, su Partido Socialista Brasileño debe decidir quién
lo sustituirá como su candidato presidencial. Para ello tiene dos opciones: que
la candidata vicepresidencial, la ecologista Marina Silva Vaz de Lima —invitada
por el PSB—, ocupe la primera candidatura, o elegir otro
candidato dentro de sus filas. En la realidad, la decisión va por el sentido
inverso: convencer a Marina Silva que ocupe la candidatura. De ella decidirse,
sería la segunda vez que se enfrenta a Dilma Vana Rousseff y sus 20 millones de
votos de 2010 pesarán mucho en esa invitación. De no aceptarla —lo
que es menos probable—, con seguridad la alianza entre el PSB y el
Partido Verde de Silva Vaz de Lima se fracturará, beneficiando por separado a los
otros dos candidatos principales: la presidente Rousseff por el Partido de los
Trabajadores (PT) y el senador Aécio
Neves da Cunha por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
El otro escenario —Marina
Silva acepta la candidatura presidencial del PSB— sin dudas beneficiará el
caudal de votos para ese partido considerando que Silva Vaz de Lima es más conocida nacionalmente que el difunto Campos —aceptó
ser segunda para aprovechar la maquinaria del PSB—, a lo que se sumaría el voto
duelo.
Este último panorama,
si bien podría hacer migrar alguna parte del electorado de clase media del PSB
hacia Neves da Cunha —aunque bajando al tercer escalón de intenciones—,
perjudicaría sobre todo a la candidatura de Rousseff porque la candidatura de Silva Vaz de Lima iría precisamente al electorado propetista —fue ministra del primer
gobierno Lula da Silva—, que encontraría en la candidata propuestas
similares a las del PT pero sin el desgaste de tres ejercicios de gobierno —ni
de la corrupción.
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