Esta semana me leí —entre otros que revisé— tres artículos recomendables: “DESconfianza versus DESarrollo” de Pablo Mendieta (El Deber) —en el que el autor describe como la “incredulidad nuestra de cada día” está en que «otras personas cumplirán su palabra, que los gobiernos serán fieles a sus compromisos y que ninguno de ellos violará o alterará la ley para aprovecharse del resto»—, “Las manchas de los poderosos” de Edwin Herrera (Datapolis.bo) —que describe la percepción social actual a partir del estudio de Diagnosis recién publicado— y “Más allá de la teoría del sainete” de Emilio Cardona (El Día) —la decepción ciudadana y la ausencia percibida de perspectivas positivas. Sin extenderme en narrarlos más, las conclusiones de las tres lecturas me llevaron a asociarlas con otro artículo interesante que también leí recién: “Anomia social” de Ilya Fortún (BrújulaDigital.net) —oposición no catártica desde la decepción futbolera para llegar a una decepción nacional— y entonces poder preguntarme: ¿Somos un país de personas felices en Bolivia?
Bolivia es un país dechado de recursos —no
siempre bien gestionados—, con inmensas extensiones de bellas regiones, raíces
de múltiples culturas y orígenes de gran diversidad, poca y diversa población —que
no queremos entendernos— y la capacidad —cuando hay empeño y empuje sin trancas
burocráticas ni bloqueos camineros— para potenciar nuestro trabajo digno y crecer.
Entonces, ¿somos un país de personas felices en Bolivia?
Las NNUU elaboran anualmente su Índice
Global de Felicidad que nos permite aproximarnos al grado de realización de
nuestras sociedades —al menos las 137 estudiadas en el último correspondiente
al año pasado, publicado este 2023— a partir de varias variables: i) PIB per cápita, ii) apoyos (o redes de
apoyo) sociales, iii) esperanza de años de vida saludable, iv) libertad para
tomar decisiones vitales, v) generosidad y vi) percepción de la corrupción. No
quedará dudas que las cuatro menciones describen realmente varios de los
parámetros —sólo me faltaría el de esperanza de vida…
En este último Índice, Bolivia ocupa el
lugar 69 en puntuación general. Puede parecer que no es tan mal (¡de 137!)
aunque en Latinoamérica estamos en décimo cuarto lugar de 19 países (sobre Colombia, República Dominicana, Ecuador, Perú y Venezuela) pero
veamos en los desgloses: En PIB per
cápita, estamos en el lugar 92 (sólo sobre Honduras, Nicaragua y
Venezuela); en Apoyos Sociales en el lugar 78 (¡a pesar de los santos bonos!);
en Esperanza de vida saludable en el puesto 90 (casi como el PIBpc; sólo le
ganamos a Guatemala); en Libertad para decisiones vitales (que no son los
derechos a las diferentes libertades sino hacer con la vida lo que se quiera,
lo cual “suena” un poco individualista) nos ubicamos en el lugar 37; en
Generosidad (o Solidaridad), bajamos al puesto 99, y en Percepción de la
Corrupción estamos en el número 103 (sobre Panamá y Perú solamente).
“Paseando” un poco más por los Índices y
Rankings globales, Bolivia está en el lugar 126 (con México) de 180 en
Percepción de la Corrupción (14/20 en Latinoamérica); repite 14 en la Región
(de 21) en Libertad de Prensa (117 de 180 a nivel mundial); 17 de 20 en Estado
del Derecho (¡130 de 140 en el mundo!); 19 de 20 en Libertad Económica (167 de
176); 17 de 20 en Libertad Humana (98 de 165); 15 de 21 en IDH (118 de 165); 9
de 20 en el Índice de Paz (80 de 163; ¡al fin uno en la primera mitad!) pero,
bordeando el límite medial, en el lugar 11 de 21 en el de Costo Económico de la
Violencia (85 de 163) y ¡17 de 18! (en el fondo, sólo antes que Brasil) en
Percepción de la Seguridad (98 de 121); 6 de 20 en Desigualdad (GINI), a pesar
de muchos discursos que inculcan lo contrario (global en 49 de 176) pero
comparando con el de Pobreza (16 de 20, por delante de México, Honduras, Haití
y Guatemala) nos encontramos que padecemos más de ser pobres que de ser desiguales (129
de 163). Por último, ocupamos el puesto 17 de 21 en Democracia en Latinoamérica
(sobre Haití, Cuba —aparece en pocos de estos
rankings—, Nicaragua y Venezuela) y 100 de 167 a nivel global.
Súmesele que ni entre oficialistas ni entre
opositores se entienden porque no avanzamos diálogo ni debate y menos consenso,
que el horizonte es ambiguo, confuso y no halagüeño, y entonces entenderemos
mejor a Mendieta, Herrera, Cardona y Fortún.
No voy a entrar en nuestros fracasos entre
tanta riqueza —como si en verdad El
cóndor pasa fuera boliviano— ni en nuestros lamentos. Pensemos en ser más
generosos entre todos los bolivianos; en que lo diferente no es distinto;
en saber ser iguales —que no es ser lo mismo—; en pensar, aprender y crear y no en gritar, bloquear y destruir; en vivir menos mirando atrás lo que pasó y más —mucho más— hacia adelante, por lo que haremos.
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