El affaire Snowden —algunos medios ya lo denominan
“sainete”— dio otra vuelta de tuerca...
al revés.
Al revés, sí, porque hace más de una semana el ex
especialista de inteligencia gringo le había pedido a Rusia asilo y como la
Administración Putin le exigió silenciarse, no lo aceptó. Hoy, en su primera
conferencia de prensa en Moscú —tras dos largas semanas en el aeropuerto de Sheremetyevo— junto con abogados
y Amnistía Internacional, entre otras ONGs internacionales, aceptó las
condiciones. Las conclusiones de esa decisión son la dificultad para llegar a
los países que, después del lamentable incidente con el avión presidencial
boliviano, le han ofrecido asilo si lo solicitaba —Venezuela, Bolivia y
Nicaragua, después que otra veintena se lo descartaron— y la menos mediatizada
de la imposibilidad de Wikileaks de conseguir fondos para llevarlo sin pasar
por ningún país que lo impidiera —algo técnicamente posible (incluyo el avión
presidencial venezolano por su autonomía) pero costoso.
Hasta el momento —como mencioné en otro artículo— todas sus
revelaciones son conocidas o sospechadas por lo que el despliegue coercitivo
armado por EEUU y sus aliados (incluidos emergentes, China y Rusia) abre la
posibilidad que Snowden tuviera acceso a información mucho más “delicada” y que
puede involucrarlos aun más de lo que ha hecho ya.
Para Latinoamérica, el caso Snowden —más allá de discursos,
muchas veces fogosos y dentro de la necesidad política— la llevó a posiciones
principistas conjuntas de apoyo al Presidente boliviano pero no comunes en sus
manifestaciones, amén de comunicados y resoluciones, en “unidad diversa” más
allá de ismos.
Falta leer los aprendizajes y esperar otra vuelta más.
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