Cuando mañana lunes el
Papa Bergoglio pise suelo carioca, se enfrentará a varios retos: acercar a los jóvenes a la Iglesia católica con
un discurso comprometido y renovado; recuperar feligreses frente a los movimientos
evangélicos; conciliar con la Teología de la Liberación —en el país
donde se potenció—; contemporizar con las voces disidentes —aborto, ordenación
femenina, matrimonio gay— pero, sobre todo, afianzarse como el “Papa de los
pobres”, como lo ha definido la revista Time,
en medio de los reclamos de las clases medias y populares que actualmente
sacuden a Brasil.
Uno de los principales reclamos —el costo de la visita para
el Estado, considerado entre $us 50 y 90 millones— puede ser ampliamente
compensado por los más de 500 millones que aportarán, en gastos locales propios,
los peregrinos. Su solidaridad con los más desposeídos se reafirmará, ahora
fuera de Roma, en este viaje visitando favelas y hospitales en contacto
personal con los necesitados —dolor de cabeza para las fuerzas brasileñas
encargadas de su seguridad—, lo que podrá prevenir —o, al menos, reducir— el
impacto de protestas sociales y junto con los jóvenes, con más fuerza que las
autoridades, darle seguridad frente a los más radicales.
Su estilo directo y sencillo y su carisma —que recuerda, aunque
más conciliatorio, al impactante de Juan Pablo II—, unido con su fuerte
compromiso con los pobres, deberían ser motivo de éxito en este primer viaje
desde su elección.
Francisco, con el baño de multitudes del Encuentro Mundial
de Juventudes —que siempre fue tan beneficioso para Juan Pablo— tiene la
oportunidad de confirmar su liderazgo y potenciar su pastoral. Con seguridad no
lo va a desperdiciar.
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