El 11 de septiembre se recordaron los atentados terroristas suicidas en EEUU por la red yihadista Al Qaeda que causaron miles de víctimas. El 11-S “cambió” la visión del mundo desde Occidente: con violencia y sin seguridad, que desde el final de la Segunda Guerra Mundial las habíamos circunscrito (cómodamente) a lugares muy lejanos o recónditos; y desde entonces Al Qaeda y Bin Laden se convirtieron en epítomes y sinónimos de fanatismo e intolerancia, pero tras la bandera de combatirlos se creó una imagen asociativa falsa de ser musulmán y ser fanático.
Obviando diferencias culturales entre cristianos, hebreos y musulmanes (y dentro de ellos), la primera confluencia es el compartir elementos religiosos: son las religiones monoteístas más seguidas; cristianos y musulmanes comparten a María y Jesús (para los musulmanes es un Profeta), así como cristianos y judíos compartimos libros sagrados. Europa (de donde con mucho descendemos culturalmente, aunque lo reneguemos) fue casi “musulmanizada”, y los conocimientos científicos y filosóficos griegos nos llegaron (rescatados y enriquecidos) con los musulmanes durante el período más oscurantista de la Edad Media. Y, por si nos faltara otra herencia, nos proveyeron del “cero”.
Los yihadistas (minoría dentro del Islam) se han apropiado, en nuestro imaginario, del concepto de “musulmán” y nos han llevado (con ayuda de algunos medios y el silencio de gobernantes) a catalogar a todos los musulmanes como violentos, sanguinarios e incivilizados. También para el musulmán común muchas de nuestras acciones pueden parecerles de un fanatismo abrumador.
¿Qué diferencia hay entre el fanatismo de Ayman al-Zawahiri (actual líder de Al Qaeda) o del clérigo ciego Omar Abdel Rahmán, el de los pastores Terry Jones (responsables de protestas que provocaron la muerte de siete funcionarios de NNUU en Afganistán) y Wayne Sapp, quemando —como inquisidores medievales o como nazis, más cercanos— el Corán frente a sus congregaciones? Quizás sólo los recursos a su alcance.
Coincidiendo con el 11-S, se subió a YouTube un avance del filme independiente Innocence of Muslims (Inocencia de los Musulmanes); la versión original se proyectó en junio en un pequeño cine de Hollywood. El filme ridiculiza a los musulmanes y a su profeta Mahoma (que aparece como un obseso sexual y sus discípulos como inmorales y violentos, vinculándolos con la pedofilia). El resultado: violentísimas protestas en países con población musulmana (incluida Europa), que alcanzó su mayor tensión en Bengasi (Libia) cuando manifestantes exacerbados quemaron el Consulado de EEUU, matando al embajador John Christopher Stevens y a otros tres funcionarios.
Se identificó como presunto productor de la película (que ya “tiene” siete muertos) al egipcio cristiano copto Nakoula Besseley Nakoula, ferviente seguidor del predicador copto ortodoxo Zakaria Botros (egipcio exiliado que pregona la supuesta inmoralidad del profeta Mahoma). Una vez más, los fanatismos (de ida y vuelta) cobran vidas, y elementos radicales han generado violencia.
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