Memoria
Cuando el primero de julio pasado Página Siete me permitió publicar “Tres escenarios marcan el ritmo
de la pandemia hasta el día de las elecciones” no hubiera creído que más de
ocho meses después seguiría escribiendo sobre el COVID-19 (aun menos lo supuse
cuando el 2 de abril empecé a publicar en Eju! mi “Cronología del coronavirus
en Bolivia”).
El 16 de octubre, antevíspera de elecciones nacionales,
publiqué en este mismo generoso medio “Estudio de auge y descenso de Covid
considera seguro ir a votar protegido”, apoyando decisivamente la seguridad de
ir, ya en ese entonces, a cumplir el deber ciudadano de votar cumpliendo las
medidas de seguridad y confiados en que la pandemia estaba en recesión en el
país: el 18 de octubre tuvimos el número más bajo de nuevos contagiados
detectados (61) desde el primero de mayo anterior: 57, en parte por menos
pruebas pero en buena parte porque el promedio diario de nuevos detectados de
esos primeros 18 días de octubre había bordeado 248 e iba en baja cuando para
julio y agosto el promedio diario fue de 1.354, con pico de 2.036 nuevos
contagiados el 18 de julio con 6.506 pruebas de detección realizadas (el 27 de
enero pasado, en la denominada Segunda Ola, se alcanzó 2.866 nuevos detectados,
la cifra más alta en un día, gracias a 7.585 pruebas realizadas y 8.249 pruebas
procesadas reportadas —el 18 de julio el dato de pruebas procesadas no era
accesible).
Sobre COVID-19 y
elecciones volveré más adelante. Hablemos de “Olas” en Bolivia: de pandemia y
no de playas.
Olas en Bolivia
La que se ha clasificado como la Primera Ola en Bolivia se
inicia, como recordamos muchos, el 10 de marzo del año pasado con la detección
de dos pacientes de contagio exógeno: había llegado una de España y la otra de
Italia.
A pesar del precario estado de la sanidad pública —y, en muy
gran medida, de la privada también— tras décadas de pobre inversión en recursos
humanos y tecnológicos —con los últimos 14 años de boom de ingresos extraordinarios ajenos a gestión propia que, en el
mejor de los casos, se tradujo en mero ladrillo vacío— y, precisamente por
ello, se buscó diferir el colapso sanitario con una meseta de nuevos contagios
detectados que se alargó hasta finales de junio, es cierto que diluida la
realidad por las escasas pruebas: entre el 9 de mayo (primera información que
obtengo de cantidad de pruebas de detección realizadas por día) hasta el 19
(víspera de la fecha con el primer reporte superior a mil nuevos contagiados
detectados en un día) el promedio de pruebas realizadas bordeó las 1.167/día. Coincido
con el exministro Edgar Pozo Valdivia en que a más pruebas aumenta la cantidad
de casos detectados y, aunque estos dos incrementos paralelos no siguen una
correlación directamente proporcional (es decir: a qX pruebas no tendremos
igual qY nuevos detectados siendo q la proporción de incremento), menos
pruebas llevan a un subregistro de nuevos contagiados detectados.
Eso nuevamente sucedió en febrero, que tomaremos como
ejemplo: aunque el promedio fue de 5.619 pruebas realizadas y 5.639 procesadas,
los picos estuvieron entre 10.286 realizadas y 9.377 procesadas (24/2) y 2.316
y 2.273 respectivamente (16/2) que, “casualmente”, coincide algunos de los
valores máximos y mínimos de nuevos casos en el mes: 1.339 nuevos casos el 24/2
(positividad: 14,3%) y 562 el 16/2 (24,7%). ¿Casualidad? No: causalidad.
La que denominaremos Primera Ola duró del 10 de marzo hasta
inicios de diciembre, con picos de 2.036 nuevos contagios detectados el 18 de
julio y de 102 nuevos fallecidos el 2 de septiembre, siendo su característica
una sinusoide poco abrupta. Los problemas señalados de graves carencias
heredadas en la sanidad pública, la inexperiencia —local pero también mundial—
en el manejo de una crisis epidemiológica de este tipo desde la llamada “gripe
española” a inicios del siglo 20, la inestabilidad política y social del
período de transición, la improvisación mayoritaria de la gestión transicional
y la corrupción de funcionarios públicos —heredados de la anterior gestión y
propios también— concomitaron en la negatividad de la pandemia pero, incluso
con todo este panorama, los picos de crecimiento de la morbilidad (contagios
por 100 mil habitantes) no fueron mayores al 6% en los peores momentos —junio a
agosto— y los niveles más altos de letalidad (fallecidos versus contagiados total) estuvieron en el 6,2% entre el 28 de
octubre y el 10 de diciembre, esto ya en pleno final de la Primera Ola.
(Para comparar morbilidad y letalidad, se calcula que el
VIH-SIDA —la epidemia más mediatizada— en los 40 años desde su inicio ha
provocado 78 millones de contagios (morbilidad menor del 1,1%) y 39 millones de
fallecidos (letalidad del 50%, muchísimo mayor entre 1980-2000 y
significativamente menor ahora gracias a los nuevos retrovirales) versus los más de 115 millones de
contagiados y 2,5 millones de fallecidos en 14 meses de expansión.)
La Segunda Ola podemos considerarla iniciada alrededor del
23 de diciembre, cuando los nuevos casos detectados “saltan” de entre 30
(29/11) y poco más de 600 (19 y 22 de diciembre) a más de un mil ese día, con
pico el 27 de enero de 2.866 detecciones y que avanza en una relativamente
lenta reducción; aunque el descenso de nuevos casos (promedio diario de 877 en
las dos últimas semanas de febrero versus 2.223 en las dos anteriores) también
esté influenciado por la menor cantidad de pruebas, como ya mencionamos. Como
dato extra importante para saber el estado de la pandemia en el país, la mayor
Incidencia Acumulada en 14 días (IA14) a nivel nacional (233) fue
entre el 11 y el 24 de enero; al 4 de marzo, la IA14 es de 117,
correspondiente a una incidencia media.
La letalidad está al 4,7%.
Elecciones: el COVID19 también vota
La gran preocupación con las elecciones generales de Bolivia
para el 3 de mayo —aplazadas primero para el 17 de mayo, luego para el 6 de
septiembre y, finalmente, realizadas el 18 de octubre— era el aumento de
contagios, como sucedió tras las elecciones generales de República Dominicana del
5 de julio, que en dos semanas pasó de 37.425 casos a 66.182.
Las elecciones generales bolivianas del 18 de octubre,
realizadas en declive de la Primera Ola y con medidas adecuadas y posibles de
bioseguridad, no produjeron desborde de nuevos contagios, manteniéndose baja la
tasa de morbilidad. Para estas elecciones del domingo 7 de marzo, con similar
disminución de la Segunda Ola e incluyéndose las medidas de bioseguridad para
el proceso comicial —además del pronóstico del Institute for Health Metrics and
Evaluation (IHME) de la Universidad de Washington (Seattle), referencia para la
OMS, que estamos en la sima de la sinusoide de esta Ola—, la asistencia a la
fiesta electoral será adecuadamente viable.
Panorama
Finalmente, si el entusiasmo —moderado— a corto plazo es
válido, eso no quiere decir que nos despreocupemos de una Tercera Ola.
Las condiciones climáticas del próximo invierno —el clímax
de 2020—, la cantidad de pruebas que se realicen (incluyo mi interrogación de
por qué no se incluyen en las cifras de nuevos contagios detectados en Santa
Cruz, las mayores del país, los hisopados nasales del Cambódromo y sí los que
el SEDES realiza en provincias) pero, sobre todo, la relajación de la
prevención y las medidas individuales de bioseguridad pueden acelerar una
Tercera Ola que el IHME pronostica crítica al inicio de mayo.
Depende de nosotros.
Información consultada
http://eju.tv/2020/04/cronologia-del-coronavirus-en-bolivia/
https://covid19.healthdata.org/bolivia-(plurinational-state-of)
https://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_generales_de_Bolivia_de_2020
https://gisanddata.maps.arcgis.com/apps/opsdashboard/index.html#/bda7594740fd40299423467b48e9ecf6
https://twitter.com/SaludDeportesBo/status/1367452049932251142
https://www.coronavirusecuador.com/
https://www.larepublica.co/especial-covid-19/republica-dominicana
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