El anuncio por el presidente ecuatoriano Moreno Garcés del
asesinato de tres integrantes de un equipo de prensa del diario quiteño El
Comercio: el periodista Javier Ortega, el fotógrafo Paúl Rivas y el conductor
Efraín Segarra cuando investigaban la violencia en la frontera con Colombia,
develó cuán incompletos y apresurados fueron los Acuerdos de Paz que firmó el
Gobiernos Santos con la guerrilla de la FARC y regresó a primer plano cuánto del
conflicto colombiano ha involucrado a Ecuador.
Los tres fueron secuestrados el 26 de marzo por el grupo
“Oliver Sinisterra” disidente de las FARC liderado por el ecuatoriano Walter
Artízala Vernaza, alias Guacho, hoy uno de los delincuentes —narcoterrorista lo
llamó Moreno— más buscados de Ecuador y Colombia. Lo grave es que este grupo —dedicado
al narcotráfico y la extorsión en la región, con entre 100 y 500 integrantes, muchos niños y
jóvenes recién reclutados— es uno de los 10
identificados —y una veintena presunta— como “disidentes” de las FARC que han
cometido muchos actos de violencia en la frontera y la región del Pacífico,
además de grupos del ELN, de las desaparecidas Autodefensa y del EPL, muchas
veces peleando entre ellos y con los cárteles de la droga.
Para Ecuador, el fantasma de Luis Devia Silva,
alias Raúl Reyes, el comandante de las FARC muerto por las FFAA
colombianas en un santuario dentro del país —denunciado como “permitido”
entonces por Correa—, es permanente recuerdo que el conflicto armado de
Colombia ha involucrado a su país y también lo desangra.
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