lunes, 15 de noviembre de 2010

La Belleza ante la Muerte y la misma muerte

La entrega anterior, hablé de la muerte como pérdida. Hoy hablaré de la Belleza ante la Muerte.



Porque éste no va a ser un artículo necrófilo. La Belleza es de una de las obras musicales más importantes de su época, el Réquiem para cuatro voces, coro y orquesta K 626 que Wolfgang Amadeus Mozart dejara inconcluso en 1791, tras su propia muerte el 10 de diciembre de ese año, y que concluyera su discípulo Franz Süssmayr, estrenándose el 2 de enero de 1793 en Viena en un concierto en beneficio de la viuda del Maestro, Constanze.


Mozart fue, desde niño, un prodigio musical cuyo talento su padre, Leopold, supo explotar supo explotar junto con el de su hermana Maria Anna –Nannerl–, con la que dio conciertos por gran parte de Europa cuando Mozart tenía entre 6 y 10 años.


Pero este comentario no es dedicado al gran músico –compositor desde los 5 años, junto con Bach y Beethoven forma la Trinidad de la música clásica– sino al éxito de superación de la Orquesta Sinfónica Nacional de Bolivia en la última década, bajo la dirección de David Händel y con el apoyo fundamental de la Fundación homónima desde la presidencia de Marco Loi en 1998 hasta la actual de Juan Ortega.


Originada en 1940 en la Orquesta Nacional de Conciertos bajo el Maestro boliviano Velasco Maidana, después Sinfónica Nacional en 1945 con el Maestro checo Eisner, casi siempre fue una orquesta pequeña, pero la incorporación del estadounidense Maestro Händel y la creación de la Fundación, casi simultáneos en 1998, significaron el cambio positivo en cuatro aspectos fundamentales: la Sede, el Centro Sinfónico Nacional, primera casa propia de la Orquesta; la Orquesta en sí, con más músicos y mejor entrenados –el Centro de Estudios Orquestales, desde 2009 una institución de posgrado dentro del complejo del Centro, un hito en la Región–; la expansión a nuevos públicos mayoritarios, gracias a su Sede, a sus precios muy asequibles, a sus conciertos fuera del Centro y a sus giras nacionales; y la creación de la misma Fundación, cuyo aporte permanente ha permitido completar las asignaciones estatales y ser la encargada de reconstruir y acondicionar –con aporte internacionales, de embajadas y empresas– la Sede y organizar los Festivales Internacionales de Música Guadalquivir, lamentablemente sin continuación después de su aplaudida segunda versión.


La presentación la semana anterior del Réquiem –la Orquesta, la Sociedad Coral, Ab Libitum´s Choir Project y destacados solistas nacionales–, cuatro funciones con taquilla volcada, me representó una mayoría de edad de la Orquesta y el mejor reconocimiento de que está en buen camino para llegar a ser una de las grandes de la Región.
Una triste. Esta semana falleció Julio de la Vega. Novelista, poeta y teatrista, a quien conocí por su obra antes de yo llegar a Bolivia y con quien muchas veces compartí en su oficina en lo alto del Monoblock. Mi homenaje y oración.