Hace años recibí un relato de humor negro como la pez sobre
los sinsentidos de “lo políticamente correcto”: “Navidad en la empresa” contaba
las peripecias de Pepita, encargada de RRHH de una empresa, cuando organizaba
la Fiesta de Navidad y Fin de Año y continuamente tenía que irla cambiando para
acomodarla a las festividades de las distintas religiones (Navidad, Hanukah,
Kwanzaa, Ramadán), susceptibilidades (Alcohólicos Anónimos), preferencias
(vegetarianos, en dieta, LGBT), necesidades (diabéticos, hipertensos) y demás
de los empleados de la empresa y complacerlos a todos, con lo que termina… (No
voy a aguarles la lectura: lo reencontré en http://www.forodeseguridad.com/artic/humor/hum_1024.htm.)
Pudiera parece una historia llevaba al absurdo, pero no es.
Hace tiempo quería escribir sobre el un absurdo del abuso de falsa “corrección
política” en nuestro idioma: el dividir por género (“los niños y las niñas”)
cuando en castellano el plural (“los niños”) abarca ambos sexos sin
discriminarlos. Porque si utilizar esos giros pudiera dar la falsa sensación de
igualdad de sexos (más complicado en idiomas como el inglés donde la
diferenciación, incluso en singular, muchas veces sólo es contextual), falacia explicada
por los gramáticos, a veces han creado situaciones por lo menos jocosas cuando
no discriminatorias o irreales (como “muchos y muchas periodistas” que aparece
en un manual del Instituto Español de Comercio Exterior, ¿o debería ser
periodistas y periodistos o, mejor, l@s periodist@s?) que son interdicciones
lingüísticas, formas de discriminación devenidas en disfemismos (“Sexismo lingüístico y visibilidad de la
mujer”, Real Academia Española).
Quizás la culpa sea de políticos que manipulen populistamente en su provecho
las reivindicaciones justas de igualdad de derechos y oportunidades para las
mujeres, olvidando que «el lenguaje no es machista, lo es el uso que hacen de
él las personas machistas» como señaló el lingüista Fernando Vilches Vivanco,
autor de “El menosprecio de la lengua”, entre otros.
Concuerdo plenamente con el frontal enfrentamiento a las discriminaciones
de cualquier laya pero cuando la falsedad de “lo políticamente correcto” (usualmente
forma y no sustancia) se expresa en la afiliación con
alguna ortodoxia política o cultural (no importa desde qué ángulo
ideológico, porque se abusa de ello por angas y por mangas), entonces se
convierte en una discriminación nueva: una autodiscriminación o una
discriminación dominante. George Orwell ya avanzó características de esas
neolenguas en The Principles of Newspeak, apéndice de su novela distópica
“1984”: la neolengua de INGSOC ((el “socialismo inglés”, sátira del
estalinismo) buscaba evitar el deseo de libertad eliminando los
significados no deseados de la palabra para que el propio concepto dejara de
existir en las mentes de quienes lo hablaban, el falso no-sexismo de la arbitraria
división lingüista por géneros en el plural confunde, en el mejor de los casos,
la no-discriminación en el lenguaje con los disfemismos y puede convertirse en
manipulación, porque al no combatir directamente las expresiones
deliberadamente despectivas o insultantes y construir otras con “corrección
política” lo que hace es encubrir las agraviantes.
Además, en política y sociedad “lo políticamente correcto” puede
devenir cobardía y traición. Pero ése será otro envío, distinto al de “ogros y ogras”.
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