Conocí a Don Pedro Rivero Mercado en los años 90 en la
antigua sede del periódico en la Suárez Arana, una zona de gran dinámica y un
centro económico importante cuando él se hizo cargo del matutino El Deber en 1965.
Hoy muchos lo recordarán como periodista durante 6 largas
décadas, refundador de El Deber y participante como periodista y columnista de
muchos otros, galardonado con los Premios Nacional de Periodismo en 1995 y
Libertad en 2010.
También se le mencionará como escritor —cuentista, poeta y
novelista— que, como lo describió Pedro Shimose Kawamura, contribuyó a “rescatar y defender el habla cruceña y la tradición de la poesía
romántica […] costumbrista y popular
iniciada, en Santa Cruz, a comienzos del siglo XIX”, lo que le convirtió
en miembro de la Academia Boliviana de la Lengua, así como se le destacará como un digno diplomático
en Francia y la UNESCO y un meritorio ciudadano condecorado con el Cóndor de
los Andes en 1996.
Pero yo
quiero recordarlo en otra faceta, la de su bonhomía caballerosa, que no perdía
su amable sonrisa ni en los momentos en que recibía injustas agresiones y que
siempre ofrecía su palabra cordial aun a quien no fuera su amigo. Como el
espíritu de sus personajes que vivían en el tiempo indefinido de una Santa Cruz
que se adentraba en la modernidad sin querer perder la esencia campesina —más
idealizada que real— de su
pago.
Con Don Pedro, Bolivia pierde uno de sus últimos Patriarcas, emprendedores de futuro y forjadores de una prensa independiente.
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