Semanas
atrás, en “La fórmula ‘mágica’ de las crisis políticas” reflexioné para entender por qué la
crisis afectaba a Venezuela y Brasil más que otros a pesar que el factor
externo (la caída de los precios de los commodities: soya, petróleo, minerales,
gas) incidía en casi todos.
En una
rápida revisión del status de ambos países, el PIB de Venezuela decreció entre
5,7 y 7% en 2015 (según quienes lo informen) y decrecerá 8% este año (FMI); hoy
debe USD 46,7 miles de millones (MM) (a fines de 2015 oficialmente su deuda
pública era 68% del PIB y la privada 32%: 100% del PIB) y tiene que pagar USD 19,9
MM entre este año y el próximo (9,6 MM de capital y 10,3 MM de intereses; además,
ya pagó 27 MM en 16 meses), mientras su inflación (oficial) fue del 180,9% en
2015 y se pronostica (FMI) 720% para 2016 y 2.200% en 2017. Brasil, por su
parte, decreció 3,71% en 2015 y para este año se pronostica -2,95% y deuda
pública en 74,5% del PIB (correspondiente a 1.672,9 MM cuando en 2014 fue de
556,87 MM); por su parte, la inflación en 2015 fue de 8,9% y para éste se prevé
9,8%.
¿Qué pasó? Ambos
países identifican oficialmente como causa a la caída de precios de sus
productos primarios de exportación (commodities): Venezuela petróleo (98% del
total de exportaciones), Brasil hierro y soya (32 y 28%, respectivamente). Sin
embargo, eso no explicaría totalmente la crisis, porque otros países de la
región también exportadores de petróleo y gas, minerales o soya tuvieron
crecimientos en 2015: México 2,5%, Colombia 3,1%, Perú 2,0% y Chile 2,1%
(Argentina sólo creció 0,5%) por lo que hubo otros factores incidentes (más
reales que la manida “conspiración de la derecha y el imperialismo yankee”).
Populismo y corrupción son esos
ingredientes. En su Decálogo del Populismo, Enrique Krauze Kleinbort identifica
algunas constantes que funcionan más allá de las ideologías de derecha (Rafael
Leónidas Trujillo y Alberto Fujimori Fujimori) como de izquierda (Juan Domingo
Perón Sosa y Hugo Chávez Frías), etiquetas a veces son confusas. De ellas, la utilización
discrecional de los fondos públicos como patrimonio inacabable para repartir
directa y discrecionalmente (el “bonismo” asistencialista) aun sin
sostenibilidad (peor si se usan ingresos extraordinarios, como los de la
“década dorada”) lo que mejora eventualmente la economía de los sectores de
menores ingresos pero que, a la vez, les crea dependencia clientelar y anula el
interés de superación hasta que este desinterés fagocita la economía y
reaumenta la pobreza, llevando a situaciones críticas. En consecuencia, la ideologización de las
políticas económicas (subordinadas a metas políticas), el despilfarro de
recursos públicos y la falta de sostenibilidad de esas economías (por
desinversión o por “enfermedad holandesa”) precipitaron las crisis.
El otro grave factor fue la corrupción
institucionalizada como práctica política generalizada que permitió al chavismo
cooptar todos los Poderes del Estado (hasta que perdieran la Asamblea Nacional)
y al PT comprar voluntades en el Congreso y, aunque no pudo cooptar otros
Poderes, sí enraizó el entramado de corrupción del Gobierno en alianza con el
empresariado corrupto.
Las medidas populistas aseguran los
votos de amplias mayorías
hasta que las crisis peligran
la seguridad económica de esos votantes porque el populismo —de
izquierda, de centro o de derecha— siempre es un fracaso.
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