«El estado interventor absuelve a la sociedad de su responsabilidad.
[…] A la gente la empobrecen para
que luego vote por quienes los hundieron en la pobreza.» [transcripción de entrevista a Jorge
Mario Cardenal Bergoglio Sivori, hoy Papa Francisco, atribuida al periodista Chris
Mathews de la cadena MSNBC.]
El final
de 2015 trajo cambios muy importantes en Hispanoamérica. Cuatro hitos en distintos
países dieron fe de que los cambios que llegaban eran trascendentales: la victoria
de Mauricio Macri Blanco en Argentina sobre la corrupción y la fuerte contracción
económica que dejaban doce años de gobernar el kirchnerismo; el triunfo aplastante
de la oposición en las elecciones parlamentarias en Venezuela, la segunda derrota
significativa del chavismo —la primera fue cuando los electores denegaron en las
urnas la reforma constitucional chavista de 2007— desde que en 1999 llegara a gobernar
y la primera significante para cambios en el poder en Venezuela, país dentro de
un espiral destructiva de crisis económica, corrupción, violencia y desinstitucionalización;
la batalla entre el oficialismo —cada vez más disminuido— y un amplio espectro de
la sociedad brasilera, oposición política incluida, como consecuencia de los cada
vez más graves estructuras de corrupción desde el gobierno —federal, estatal y local—
y sus instituciones con complicidad de un sector muy importante del empresariado —Mensalão (para compra de votos y adhesiones congresales en 2005), Máfia
dos Sanguessugas (compras fraudulentas
de mil ambulancias, 2006), Mensalão do DEM (Operação Caixa de Pandora, corrupción
en el Distrito Federal, 2009) y Lava Jato (el petrolão coimas y sobreprecios con Petrobras)—
que lleva al inicio del impeachment presidencial en Brasil —hecho político
que podría marcar el final político de la presidente Dilma Vana da Silva Rousseff
(salvaguarda hasta ahora de su antecesor y mentor), del expresidente Luiz Inácio
Lula da Silva (quien podría terminar en la cárcel) y del Ciclo
PT (Partido
dos Trabalhadores, con graves indicios de beneficiarse con el esquema de corrupción de Petrobras)—,
también consecuencia de corrupción y contracción económica galopantes. El cuarto
es el descalabro del Partido Popular —y del Socialista Obrero también— en las elecciones
generales en España con la consecuente imposibilidad para alguno de ellos de formar
gobierno estable ya a las puertas de la convocatoria de nuevas elecciones, acompañado
esto del surgimiento protagónico de dos fuerzas divergentes: el centrista Ciudadanos
y el chavista Podemos, todo esto dentro de procesos centrípetos del Estado —Cataluña
sobre todo pero también País Vasco, Galicia, Baleares, entre otros—. A estos hitos,
en Bolivia se sumó en febrero pasado el rechazo a la reforma constitucional que
le hubiera permitido al presidente Evo Morales Ayma su postulación para una posible
tercera relección —aunque pudiera
intentar otras opciones para repostularse—; también el presidente Rafael Correa Delgado anunció que no se presentaría
en 2017 a otra relección en las elecciones generales del Ecuador —a pesar de que
la Asamblea Nacional aprobó la reelección
indefinida de cargos elegibles, gracias a la mayoría del oficialista Movimiento
Alianza PAIS: 100 de 137 asambleístas—, decisión ésta que es la forma para Correa
Delgado de evitarse capear las situaciones más álgidas que vendrán de la creciente
difícil situación económica que está afectando su país por la caída de los precios
del petróleo, su principal producto de exportación, y su excesivo gasto público
—padecimiento generalizado del socialismo del siglo XXI— que le ha llevado a abrir
a las transnacionales petroleras las zonas protegidas y de patrimonio indígena.
Una necesaria recapitulación para entender estos cambios
Después de la crisis de 2008 —incluso
antes y durante ella—, Latinoamérica vivió el mayor y más prolongado ciclo de altos
precios por sus commodities —gracias
a las (entonces) insaciables importaciones de China, sobre todo, e India— y la mayor
afluencia de capitales de inversión —primero huyendo de la contracción de las economías
de EEUU y Europa y, además, motivados por las ganancias de los altos precios que
beneficiaban a Latinoamérica entonces y, sobre todo inmediato al 2008, por el lento
despegue de la economía norteamericana y el permanente estancamiento de la europea—,
razones ambas por las que el período entre 2004 y finales del 2013 ha sido denominado
como “la década maravillosa” o “la del big push”. Década
que se inicia con mayoría de gobiernos marcadamente de centro y centro derecha y
algunos pocos de izquierda o centroizquierda, cerrando el período anterior de administraciones
neoliberales y sus privatizaciones del aparato económico estatal.
Ubicados entre el centro y la derecha
del panorama político latinoamericano, en 2004 se los encuentra detentando el poder
en la mayoría de las administraciones de la Región: en México —Vicente Fox Quesada
(Partido Acción Nacional, PAN)—, Guatemala —Alfonso Portillo Cabrera (Partido Republicano
Institucional, PRI)—, Honduras —Ricardo Maduro Joest (Partido Nacional de Honduras,
PNH)—, El Salvador —Francisco Flores Pérez (Alianza Republicana Nacionalista, ARENA)—,
Nicaragua —Enrique Bolaños Geyer (Partido Liberal Constitucionalista, PLC)—, Costa
Rica —Abel Pacheco de La Espriella (Partido Unidad Social Cristiana, PUSC)—, Panamá
—Mireya Moscoso Rodríguez (Partido Panameñista [Arnulfista])—, República Dominicana
—Hipólito Mejía Domínguez (Partido Revolucionario Dominicano, PRD)—, Haití —con
el gobierno interino de Boniface Alexandre—, Colombia — Álvaro Uribe Vélez (Primero
Colombia – Partido Liberal)—, Bolivia —Carlos
de Mesa Gisbert (independiente - Movimiento Nacionalista Revolucionario, MNR)—,
Paraguay —Nicanor Duarte Frutos (Asociación Nacional Republicana-Partido Colorado,
ANR-PC)— y Uruguay —Jorge Batlle Ibáñez (Partido Colorado).
Por su parte, del lado de la izquierda
y centroizquierda ese año sólo estaban siete países: Cuba —Fidel Castro Ruz (Partido
Comunista de Cuba, PCC)—, Venezuela —Hugo Chávez Frías (Movimiento V República,
MVR)—, Ecuador —Lucio Gutiérrez Borbú (Partido Sociedad Patriótica 21 de Enero -
Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, MUPP - Partido Movimiento Popular
Democrático, MPD) —, Perú —Alejandro Toledo Manrique (Perú Posible)—, Chile —Ricardo
Lagos Escobar (Partido por la Democracia, PPD) dentro de la Concertación de Partidos
por la Democracia)—, Argentina —Néstor Kirchner Ostoić (Frente para la Victoria,
FpV)— y Brasil —Luiz Inácio Lula da Silva (Partido dos Trabalhadores , PT). De éstos,
Cuba, Venezuela y Argentina eran firmes seguidores del mentado socialismo del siglo
xxi, mientras el PT de Brasil coqueteaba con ello —abordando casi con timidez competir
el liderazgo de Chávez Frías desde la lógica de «O pais mais grande do mundo».
Fig. 1 Latinoamérica ideológica en 2004. (Elaboración propia.)
Panorama adverso a las ideas ubicadas hacia la izquierda —socialdemócrata
y democristiana en Chile, mix de marxismo leninismo con centrismo en Ecuador, dos
formas de socialdemocracia en Perú y Brasil (ésta hacia la izquierda) y remake de marxismo
leninismo en el resto— que se recompone a partir de 2005 con los petrodólares venezolanos,
fruto directo del big push.
¿Pero qué es —casi podría decir “era”—
el socialismo del siglo XXI?
Al margen de su enunciación histórico
en 1996 por el sociólogo alemán afincado en Latinoamérica Heinz Dieterich Steffan
y de que uno de sus pilares es la revolución cubana, esta etiqueta —política más
que filosófica— alcanzó su relieve a partir de la defensa que Chávez Frías le hizo
en el V Foro Social Mundial de Porto Alegre en 2005). En resumen, propugna un Estado
socialista revolucionario basado en la filosofía y la economía marxistas, estructurado
en cuatro ejes:
·
El que denomina “desarrollismo democrático
regional”, basado en la necesidad de eliminar las ventajas comparativas entre estados
mediante promover la industrialización para alcanzar el desarrollo autónomo, con
decisiva participación estatal, y que recupera elementos del desarrollismo de la
década del 60 (por lo que se le denomine neodesarrollismo).
·
La “economía de equivalencias”, una
economía en la cual todos tengan recursos equitativos y que se lograría mediante
la instauración de una moneda de uso común llamada hora, cuyo valor estaría dado por el tiempo de trabajo y se acumularía
mediante sistemas denominados bancos de tiempo,
equivalente al tiempo de trabajo de una hora por lo que todo bien o servicio se
valoraría en horas de trabajo invertidas en su producción. Esto, en realidad, una
continuidad del paradigma marxista de que la plusvalía era la explotación del trabajo
obrero.
·
La “democracia participativa y protagónica”
como forma de mayor participación de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas
que lo que podría lograrse en la democracia representativa pero menor que en la
democracia directa. Para lograrla, la ciudadanía se organizaría primero mediante
consejos vecinales o comunales o consultas populares y en una etapa más avanzada
mediante mecanismos de deliberaciones que permitirían al pueblo manifestarse.
·
Por último, las “organizaciones de base”:
aquellas de carácter social o político que, para los teóricos del socialismo del
siglo XXI son las más cercanas a la comunidad a la que pertenecen, por lo que los
partidos políticos y movimientos sociales se estructurarían en torno a éstas minimizando
la importancia de la dirigencia y dando lugar al autogobierno.
En resumen, Dieterich utiliza los conceptos
—decimonónicos— planteados por Karl Marx sobre la dinámica social y la lucha de
clases, intentando actualizarla a la actualidad, lo que le lleva suponer que el
reforzamiento radical del poder estatal —presuntamente controlado democráticamente
por la sociedad— es imprescindible para avanzar hacia el desarrollo social y económico.
El bolivianarismo
Pocos fenómenos de las últimas décadas han tenido la implicancia
en la Región que logró la Revolución Bolivariana y su praxis: el chavismo. La crisis
de la Revolución cubana y el castrismo tras la desaparición de la URSS —progresión
visible desde el inicio de la perestroika— logró trasponerse
como praxis en el fenómeno chavista y sus demás cercanos: el Social Liberalismo
a la Brasileña de Lula Da Silva, la Revolución Ciudadana de Correa Delgado, el Proceso
de Cambio de Morales Ayma, el País en Serio de Kirchner Ostoić.
La vida pública de Hugo Chávez Frías (HChF) se inicia en 1982
—año víspera del bicentenario del natalicio del Libertador Simón Bolívar— cuando,
con otros miembros de las Fuerzas Armadas venezolanas, cofundó el Movimiento Bolivariano
Revolucionario 200 (MBR-200), una organización cívico-militar marxista-leninista
y de extrema izquierda que en 1992 —en medio de la crisis socioeconómica que acompañó
al Caracazo en 1989 y lo continuó— intentó un golpe de Estado contra el entonces
presidente Carlos Andrés Pérez Rodríguez liderado por Chávez Frías; el fracaso de
esta intentona provocó que Chávez Frías fuera encarcelado para luego el presidente
Rafael Caldera Rodríguez sobreseer su caso en 1994. Cuatro años después, la aureola
de defensor de los pobres le permitió ganar a HChF, a la cabeza de su Movimiento
V República (MVR), las elecciones presidenciales de 1998 con el 56.2% de los votos
válidos, convirtiéndose en el 48º presidente de Venezuela e iniciando así el proceso
de consolidación de lo que se denominó Revolución Bolivariana y a lo que le sumaría
posteriormente la etiqueta de “el socialismo del siglo XXI”
El intento de golpe de estado dirigido
por Chávez Frías contra el presidente Pérez Rodríguez en febrero de 1992 no fue
el único que el MBR-200 organizó contra ese gobierno: el contralmirante Hernán Grüber
Odremán dirigió el segundo en noviembre del mismo año.
Grüber Odremán —como los demás participantes
en las dos intentonas— fue sobreseído en 1994.
La Revolución Bolivariana fue un proyecto ideológico y social
basado en el ideario del Libertador Bolívar —desde la visión del denominado bolivarianismo— y los pensamientos
de los también venezolanos Simón Rodríguez —Simón Carreño Rodríguez, mentor de Bolívar—
y del General Ezequiel Zamora Correa —líder radical y agrarista de la primera mitad
del siglo XIX conocido como General del Pueblo Soberano— para impulsar un nuevo
socialismo —ahora denominado la sociedad socialista del siglo XXI— a través de la
solidaridad de los pueblos latinoamericanos y fundamentado en el antiimperialismo
—entendido éste como el enfrentamiento a EEUU— y el desmantelamiento de “la contrarrevolución”
neoliberal.
«Juro delante de
Dios, juro delante de la Patria, juro delante de mi pueblo que, sobre esta moribunda
Constitución, haré cumplir, impulsaré las transformaciones democráticas necesarias
para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos.
Lo juro.» [Juramento
de asunción de Hugo Chávez Frías como Presidente de la República de Venezuela el
2 de febrero de 1999 en el desaparecido Congreso Nacional.]
Chávez Frías asumió el poder jurando
sobre la Constitución de 1961 —el ordenamiento jurídico que le permitió regresar
a la libertad, hacer política, postularse y ser elegido presidente— pero horas después
proclamó el "Poder Constituyente" para cambiarla mediante el Decreto Presidencial
N° 3 del 2 de febrero de 1999. En abril siguiente promovió un Referéndum constituyente
para modificarla y en diciembre realizó un segundo referéndum constitucional para
ratificar la nueva Constitución que en noviembre había concluido la Asamblea Nacional
Constituyente; fue aprobada con más del 71% de la votación. En julio siguiente,
realizó nuevas elecciones generales para "relegitimar todos los poderes"
—que no fue legitimado por el Centro Carter por la falta de transparencia, la perceptible
parcialidad del Consejo Nacional Electoral (CNE), y la presión política del gobierno—:
Chávez Frías ganó con el 59,76% de los votos. Así empezó el ciclo bolivariano.
«Yo no quiero que se hable aquí de chavismo.
[…] Muchos, tratando de minimizar este proceso político, de cambio, de revolución,
trataron de acuñar el término de chavismo. […] Sería terrible que de un hombre dependiera
el proceso. Sería una degeneración del proceso mismo». [Citado por Heinz Dieterich
en «Los primeros pasos del Presidente Libertador (1999)» de su libro Hugo Chávez:
el destino superior de los pueblos latinoamericanos (conversaciones con) (2007).]
Es en 2001 que HChF empieza realmente su Revolución Bolivariana:
En lo internacional, con la Cumbre de Caracas de la Organización de Países Exportadores
de Petróleo (OPEP), la visita a Venezuela del presidente de Cuba Fidel Castro Ruz
y los viajes de Chávez Frías por varios países asiáticos, incluida su participación
en el Grupo de los 15 (G-15) del Movimiento
de Países No Alineados, entonces activo. En lo nacional, la nueva
Asamblea Nacional —elegida en 2000 y donde el oficialismo y sus aliados tenía 92
diputados, la mayoría (55%) de los 167 que la conformaban— aprobó, el primero de
muchos después, un Decreto Habilitante que le otorgaba poderes especiales al presidente
para aprobar 49 decretos con fuerza de ley sin necesidad de debate parlamentario,
entre ellas tres fundamentales para el futuro del chavismo: la Ley de Tierras —justificador
de una Reforma agraria que ha terminado por hacer desaparecer la seguridad alimentaria
en Venezuela y cuyo modelo expropiador se amplió después a todas las ramas de la
actividad económica, hasta el colapso productivo de los años 2015-2016—, una nueva
Ley de Hidrocarburos —que ampliaba el poder del estado en el Sector y convertía
en operadores a las empresas hidrocarburíferas— y la Ley de Pesca —que planificaba
este ámbito.
La visita de Fidel Castro Ruz tenía
varias implicancias: primero, por el apoyo dado a HChF en los años previos —a pesar
de la relación muy cercana que Castro Ruz y el defenestrado ex presidente Pérez
Rodríguez habían tenido—; segundo, porque denominó a HChF consideraba a Castro Ruz
(el Mayor) su “mentor político”; tercero, por la necesidad imperiosa para Cuba de
tener un aliado estratégico que fungiera como “padrino” económico luego de la pérdida
—desastrosa para la economía cubana— de la desaparecida URSS y no haberlos conseguido
en su heredera Rusia ni en China, y la última, muy importante, por lo que podría
significar Venezuela y su Revolución Bolivariana para completar —petrodólares por
medio— lo que la Revolución Cubana no logró vía guerrillas: la expansión del socialismo
marxistaleninista —ahora con la etiqueta “del Siglo XXI”.
Con el intermedio del período que lleva al golpe de estado de
abril de 2002 y la etapa posterior con el paro petrolero —hechos que coinciden con
la fuerte caída de ingresos petroleros consecuencia de los bajos precios entre 2001
y 2002 —con mínimos alrededor de USD 17 el barril— y que conllevó, por lo tanto,
escasez financiera del gobierno para cubrir muchas de sus obligaciones y para tener
una política social prebendalista, la Revolución Bolivariana continuó su proceso
y expansión.
Fig. 2 Evolución de los precios del petróleo WTI (petróleo de referencia
para Venezuela) entre 1999 y 2016. (Elaboración propia.)
Dentro de Venezuela, la política de programas sociales —dirigidos
a solucionar las carestías de amplios sectores de la población— desde 2003 se estructuró
en el Sistema Nacional de Misiones —o «Misiones Bolivarianas» o «Misión Cristo»,
como también las denominó Chávez Frías, aunque ésta última menos empleada— que llegó
a tener más de 40 Misiones y Grandes Misiones, en muchos casos con la transferencia
directa de recursos, financiados fundamentalmente por la exportación de petróleo
de la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) —según cálculos basados en
cifras oficiales, en el período el Estado venezolano recibió casi un billón de dólares
(1,000 millardos de millones de dólares) de los cuáles, alrededor de 61 millardos de millones destinó a los programas
entre 2009 y 2013, la época de mayor inversión social—; también se agudiza la confrontación
y el denuesto a sus opositores, creando una cada vez mayor división —en ese momento
aún con el mayor apoyo popular al chavismo— dentro de la sociedad venezolana. En
lo exterior, la Revolución Bolivariana creo un sistema de naciones afines al chavismo
que se estructuraron en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
- Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP, 2004), conformó —mediante precios
concesionales y facilidades de pago del petróleo provisto— una comunidad de afines
— el Acuerdo de Cooperación Energética PETROCARIBE (2005)— y, dentro de su estrategia
antimperialista, creó dos organizaciones multilaterales regionales sin participación
de EEUU ni Canadá — Unión de Naciones
Suramericanas (UNASUR, 2008) y Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC, 2010)— que
sustituían funciones —duplicaban en realidad— de la Organización de los Estados
Americanos y con la convivencia timorata de gobiernos muy distantes ideológicamente
del chavismo pero temerosos de las consecuencias internas de oponérsele frontalmente
a su hegemonía —sustentada en sus petrodólares y en la capacidad de agitación social
de sus afines.
Entre 2004 y 2008 hay cambios fundamentales
en la correlación política regional, muchos de ellos motivados por la preminencia
del chavismo y la Revolución Bolivariana.
En 2008, el año de los mayores precios
del petróleo, Latinoamérica estaba conformada de la siguiente estructura ideológica:
Los países ubicados entre el centro
y la derecha en Latinoamérica 2008 se habían reducido significativamente respecto
de 2004: en México —Felipe Calderón Hinojosa (PAN)—, El Salvador — Elías Antonio
Saca González (ARENA)—, Costa Rica —Óscar Arias Sánchez (Partido Liberación Nacional,
PLN)—, Colombia — Álvaro Uribe Vélez (Primero Colombia – Partido Liberal)—, Perú — Alan García Pérez (Alianza Popular Revolucionaria
Americana - Partido Aprista Peruano, APRA)— y Paraguay —Nicanor Duarte Frutos (ANR-PC),
que en el segundo semestre daría paso a un gran espectro de la oposición que, por
primera vez en 65 años, derrotaba a los Colorados.
Por el contrario, los gobiernos de la
izquierda y centroizquierda ese año habían aumentado significativamente, bajo el
influjo de la Revolución Bolivariana (aunque no sólo por ello): Guatemala —Álvaro
Colom Caballeros (Unidad Nacional de la Esperanza, UNE)—, Honduras —José Manuel
Zelaya Rosales (Partido Liberal de Honduras, PLH)—, Nicaragua —Daniel Ortega Saavedra
(Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN)—, Panamá —Martín Torrijos Espino
(Partido Revolucionario Democrático, PRD)—, Cuba —Raúl Castro Ruz (PCC)—, República
Dominicana —Leonel Fernández Reyna (Partido de la Liberación Dominicana, PLD)—,
Haití —René García Préval (Fwon Lespwa)—, Venezuela —Hugo Chávez Frías (Partido
Socialista Unido de Venezuela, PSUV, heredero del MVR)—, Ecuador —Rafael Correa
Delgado (Movimiento Alianza PAIS - Patria Altiva i Soberana)—, Chile — Michelle
Bachelet Jeria (Partido Socialista de Chile, PSCh, dentro de la Concertación de
Partidos por la Democracia)—, Bolivia —Evo Morales Ayma (Movimiento al Socialismo-Instrumento
Político por la Soberanía de los Pueblos, MAS-IPSP)—, Argentina — Cristina Fernández
Wilhelm de Kirchner (FpV)—, Brasil —Luiz Inácio Lula da Silva (PT)— y Uruguay —Tabaré
Vázquez Rosas (de la coalición Frente Amplio, FA).
Fig. 3 Latinoamérica ideológica en 2008. (Elaboración propia.)
De estos países, eran miembros de la
ALBA-TCP: Nicaragua, Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Antigua y Barbuda —Antigua
and Barbuda—, Dominica, Granada —Grenada—, San Cristóbal y Nieves —Saint Kitts and
Nevis—, Santa Lucía —Saint Lucia—, San Vicente y las Granadinas —Saint Vincent and
the Grenadines— y Surinam —Suriname—; Honduras perteneció entre 2008 y 2009, año
éste cuando fue suspendida tras el derrocamiento de Zelaya Rosales. De los países
que no eran formalmente miembros de la ALBA-TCP, Argentina —kirchnerista— continuaba
siendo firme aliado del socialismo del siglo XXI, mientras Brasil —proclive con
el PT— y Uruguay —con el FA, aunque sólo moderadamente entusiasta— tenían posiciones
cercanas con el chavismo.
Destacaré Honduras por su singularidad.
Su presidente José Manuel Zelaya Rosales —rico y exitoso ganadero— fue promovido
como parte del Partido Liberal de Honduras (PLH), una agrupación ubicada entre la
centroderecha y la derecha-centroderecha. Posteriormente fue acercándose progresiva
y aceleradamente al bolivarianismo e integrando la ALBA-TCP y PETROCARIBE —muy posible
más motivado por los petrodólares y por la posibilidad de protagonismo que le brindaban
más que por afinidades ideológicas—, proceso que se detuvo bruscamente en 2009 cuando
Zelaya Rosales intentó ir a la prórroga de su mandato —prohibido expresamente en
Honduras por su Constitución— y es entonces que la alianza de los Poderes Judiciales
y Legislativo con las Fuerzas Armadas lo sacaron del Poder —literalmente: “de la
cama”—, hecho criticado por toda la Región pero donde el presidente Da Silva intentó
ganar el protagonismo sobre Venezuela con algunas decisiones heterodoxas y poco
usuales en la Región—como el alojar a Zelaya Rosales en su embajada en Tegucigalpa
cuando regresó clandestinamente. Hecha la transición a la estabilidad democrática
en 2010, ni el nuevo movimiento de Zelaya Rosales —el Partido Libertad y Refundación
(LIBRE), con su candidata Xiomara Castro de Zelaya, fue segundo con 28.78% de los
votos en las elecciones generales de 2013— ni el PLH han vuelto al poder.
Fig. 4 Principales miembros de la ALBA-TCP. Los países miembros están en
rojo; los países afines están en tonos más bajos, en dependencia de su afinidad.
(Elaboración propia.)
El resto de la historia es la continuidad —con clímax y declinación—
de lo anterior. Abanderada la Revolución Bolivariana bajo el lema «Patria, Socialismo
o Muerte» —remedo más que recreación del lema castrista «Patria o Muerte»— enarbolado
por Chávez Frías en su segunda asunción de mando y en la seguridad de la estabilidad
de su posición, ese mismo año el gobierno presentó su Proyecto de Reforma Constitucional
para modificar 69 artículos de la Constitución de 1999 —la misma que fue elaborada
por el chavismo inmediatamente tras la primera victoria de HChF—, entre los cuales
estaba conformar un Estado socialista y extender el período presidencial a siete
años reelegibles sin especificación de límite de eventos —lo que era la posibilidad
de relecciones indefinidas; esto último lo logró en otra consulta en 2009. Sin embargo,
los votantes no aprobaron las modificaciones: Ésta fue la primera y única —oficialmente,
al menos— que Chávez Frías perdió una votación en vida.
La última elección presidencial en la que participó Chávez Frías
fue la 2012, ya con un avanzado deterioro de su salud, la que ganó frente al candidato
opositor Henrique Capriles Radonski. Fallecido sin poder asumir la presidencia,
su vicepresidente —cargo que en Venezuela no es de elección popular— Nicolás Maduro
Moros, designado poco después del triunfo electoral, asumió el cargo.
La muerte de Hugo Chávez Frías marcó, en el imaginario político
popular latinoamericano, un momento crucial para el desenvolvimiento de la izquierda
del siglo XXI. En 2013, los gobiernos de centroizquierda e izquierda dominaban la
Región: Nicaragua, Cuba, Venezuela, Ecuador
y Bolivia formaban parte de la ABA-TCP —aparte otros países caribeños más por
interés económico que afinidad ideológica—, mientras Argentina —ya entonces con Cristina Fernández Wilhelm
de Kirchner— era su aliado inclaudicable,
Brasil —ahora con Dilma Vana da Silva Rousseff— y Uruguay —con José Mujica Cordano, del ala más a la izquierda
del Frente Amplio— eran firmes apoyos —basta recordar que Venezuela, Brasil, Argentina
y Uruguay, con solidaridad de Bolivia que no era miembro pleno (en stricto
sensu, Venezuela tampoco lo era porque el Congreso paraguayo no había
ratificado su adhesión por el ya controvertido tema de los derechos humanos en ese
país caribeño, ratificación que era requisito ineludible según la Carta constitutiva
del MERCOSUR), crearon un cerco ideológico alrededor de Paraguay cuando el Congreso
de ese país depuso expeditamente a Fernando Lugo Méndez en 2012—; El Salvador, República
Dominicana y Perú mantenían — por diversas razones pero todas relacionadas con el
apoyo económico del chavismo, ya sea estatal o partidario— apoyos tácitos al team bolivariano.
En su enfrente, los entonces escasos países latinoamericanos con gobiernos del espectro
político desde centro hacia la derecha —México, Guatemala,
Honduras, Costa Rica, Panamá, Haití, Chile y Paraguay— mantenían
una posición de poca o ninguna confrontación con Venezuela y el resto de la ALBA-TCP,
motivados por razones internas —el miedo a que los sectores de izquierda prochavista
de sus países, quizás no tantos numéricamente pero sí muy activos públicamente,
les creara problemas de agitación, algo que desde las dictaduras del Plan Cóndor
todo gobierno democrático en la Región temía para que, de reprimirlos, no se los
tildara de “fascistas”— y externas —por un lado, la diferencia de posiciones ideológicas
entre los ocho países que no le permitían un discurso común, y por otro el miedo
al aislamiento regional.
También en 2013 aún se disfrutaba
del big
push: los altos precios de los commodities que la —entonces— insaciable China y en menor proporción
India los “devoraban” y mantenían muy altos y esto llenaba las billeteras gubernamentales de la mayoría de los países de
la Región —México, Venezuela y Ecuador basaban gran parte de sus ingresos
públicos en la exportación de petróleo, Bolivia en gas y minerales, Perú y Chile
en minerales, Brasil en hierro y soya, commodity este que compartía
con Argentina… Ingresos que, con excepciones —como las de los Fondos
de Estabilización Económica y Social y el de Reserva de Pensiones de Chile, basado
en los sobreingresos por el cobre, representaron el 44% (USD 22.819 MM) de todos
los fondos soberanos de la región (USD 51.820: Chile, Perú, Brasil, México, Trinidad
y Tobago, Venezuela, Panamá y Colombia, en orden decreciente de tamaño de fondos),
en su buena medida basados en ingresos petroleros (24% del total: USD 12.501 MM)—, no constituyeron
fondos soberanos para inversión y estabilidad a largo plazo sino meramente coyunturales.
Populismo: el síndrome latinoamericano
«Las instituciones pasan por
tres períodos: el del servicio, el de los privilegios y el del abuso.» [François-René, vizconde de Chateaubriand,
diplomático, político y escritor francés (1768 - 1848).]
El gran problema de la Región no fue la falta de recursos sino
su abundancia, porque en su mayoría sufrió la “enfermedad holandesa”: el inesperado
flujo abundante de ingresos a las arcas de los países exportadores de commodities —unido a la
llegada de ingentes capitales de inversión, migrando de las (entonces) poco atractivas
economías del llamado Primer Mundo— durante un período relativamente largo —“la
década dorada”— permitieron elaborar ambiciosos planes de eliminación de la pobreza
que, en muchos de los casos, fueron realmente exitosos y llevaron a fortalecer una
clase media emergente. Pero, paralelo con ello, la aplicación de un populismo desenfrenado
—del estilo que institucionalizó Juan Domingo Perón Sosa en sus dos primeros gobiernos
y que siguió siendo consustancial a muchos de sus continuadores— que no midió consecuencias
de otros escenarios futuros menos favorables y tomó como eterno lo que era circunstancial,
ha llevado a la regresión de muchos de esos avances, sobre todo en Venezuela pero
también en Argentina y Brasil y, en menor grado, Ecuador —Bolivia, aún al menos,
se salva a nivel macroeconómico pues, aunque los ingresos han caído drásticamente,
las reservas y créditos internacionales, además de mucha mayor rigidez fiscal con
los contribuyentes, han servido de puente temporal de estabilidad económica.
Y aunque
siempre Perón Sosa ejemplifique al gobernante —caudillo— populista, el populismo
no es un fenómeno argentino ni de caudillos —ése otro gran pecado latinoamericano—
ni tiene un color político definido pero sí tiene ribetes poco democráticos, aunque
circunstancialmente haya surgido dentro de un proceso tal. Caudillos populistas
nacionalistas también fueron Lázaro Cárdenas del Río en México, Getúlio Dornelles
Vargas —el más importante y controvertido político de su país en el siglo xx, “padre”
del Estado Novo— en Brasil, José María Velasco Ibarra y Abdalá Bucaram Ortiz en
Ecuador, Augusto Leguía y Salcedo, Juan Velasco Alvarado y Víctor Raúl Haya de la
Torre —aunque éste no gobernó, su partido (APRA) lo fue consustancialmente— en Perú,
Arturo Alessandri Palma en Chile, Hipólito Yrigoyen Alén también en Argentina, José
Batlle Ordóñez en Uruguay y el boliviano Víctor Paz Estenssoro, mientras Carlos
Saúl Menem Akil en Argentina y Alberto Fujimori Fujimori en Perú fueron populistas
neoliberales que intentaron prorrogarse —otra “virtud” de los caudillos
populistas—, a la vez que copaban los Poderes
del Estado; populistas pero poco trascendentes también fueron la Alianza Nacional
Popular (ANAPO) de Gustavo Rojas Pinilla en Colombia, la Unión Nacional Odriísta
(UNO) de Manuel Odría Amoretti en Perú y la alianza populista de Carlos Ibáñez del
Campo en Chile —tanto Rojas Pinilla, Odría Amoretti como Ibáñez del Campo fueron
militares que, en algún momento, tuvieron acciones golpistas.
En el lado de la izquierda revolucionaria o socialista, la figura
más importante de los últimos años anteriores fue Fidel Castro Ruz. Al frente de
una guerrilla popular en Cuba contra la dictadura de Batista Zaldívar, ocupó el
poder desde 1959 como primer ministro —los presidentes Manuel Urrutia Lleó (1959)
y Osvaldo Dorticós Torrado (1959-1976) no ejercieron un poder efectivo— hasta 1976
y como presidente —1976 a 2008, simultaneando con la comandancia de las fuerzas
armadas y la primera secretaria del Partido Comunista por él fundado, cargo éste
que siguió detentando hasta 2011— y a su retiro por enfermedad en 2008 fue sustituido
por Raúl Castro Ruz, su hermano menor y compañero de guerrilla, su segundo designado
desde que en 1964 Ernesto Guevara de la Serna se salió de la dirigencia cubana para
integrarse nuevamente a luchas guerrilleras en África y Latinoamérica. Caudillo
marxista y populista, realizó una amplia política social y logró concentrar todo
el poder alrededor del Partido Comunista —centralizando todo el debate político
del país dentro del Partido, formado en un estructura vertical de tipo estalinista—,
única fuerza política del país, pero fracasó en crear una economía centralizada
eficiente, dependiendo hasta inicios de la década de 1990 de las subvenciones de
la entonces Unión Soviética y, luego del ascenso bolivariano en Venezuela, del apoyo
del país vecino.
A partir de la Revolución de Cuba, la importancia de las ideas
socialistas prosoviéticas fue extendiéndose en distintos países de África y Asia
pero, sobre todo, en Latinoamérica, donde sería fundamental para la multiplicidad
de guerrillas de izquierda y, más contemporáneo, para la formación del bolivarianismo
y el socialismo del Siglo XXI.
Sin embargo y a pesar de su éxito político externo —o quizás
por eso—, la Revolución Cubana fracasó siempre en su intento de lograr el éxito
económico porque intentó redistribuir la riqueza que no creaba —la recibía generosamente—
a través de la planificación centralizada —arbitrariamente subordinada a consideraciones
ideológicas— y el absolutismo de la propiedad estatal y, por el contrario, llevó
la economía del país al fracaso permanente y la necesidad del apoyo y tutoría externos.
Primero la Unión Soviética desde la
década del 60 hasta su desaparición a inicios de los 90 y, luego, Venezuela desde
el advenimiento de HChF —con intentos fracasados de conseguir otros padrinazgos—,
Cuba existió dependiendo de la ayuda del exterior. Finalmente, ante la debacle del
chavismo venezolano, Cuba decidió acercarse nuevamente a EEUU, en un salto sobre
más de cincuenta años de distanciamiento mutuo y, como consecuencia hacia la región,
dejó huérfana a la izquierda latinoamericana de su permanente leitmotiv del “imperialismo
contra Cuba”.
¿Por qué fracasó la Revolución Bolivariana y su Socialismo del Siglo XXI?
«El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero...
de los demás.» [Margaret Thatcher, primer ministro británica (1925 - 2013).]
Bajo las banderas de la justicia social y la redistribución de
la riqueza, el Socialismo del Siglo XXI —viabilizado gracias a los petrodólares
venezolanos— logró dos hitos: se expandió por gran parte de Latinoamérica —y coartó
a los gobiernos que no le comulgaban, estimulando su miedo a los conflictos sociales
y el asilamiento regional— y resucitó la importancia de las figuras de Fidel Castro
Ruz y su Revolución, aunque ahora más en calidad de mito primigenio que de actor.
Las vacas flacas no es sólo un precepto de la Biblia
Pero, como en la Revolución Cubana, la Revolución Bolivariana
fue un ciclo políticamente exitoso —más allá de consideraciones democráticas— que
no supo correlacionarlo con el económico. El flujo muy amplio de ingresos fiscales
consecuencia de las exportaciones se utilizó para redistribuirlo entre los menos
favorecidos, reduciendo las brechas sociales y las cifras de los pobres moderados
y extremos —en categoría de miseria—, algo exitoso y loado. Pero, en contraposición,
no se invirtieron recursos en hacer sostenible la economía, desarrollándola para
poder hacer permanente la verdadera revolución: la de crear una importante clase
media emergente que aseguraría entonces, a su vez y con sus propios consumos, la
movilidad económica de sus países. Cuando el flujo extraordinario —excedentario
respecto a los habituales— de ingresos del big push se detuvo
—principalmente por la contracción
del crecimiento económico en China y por la exponencial caída de los precios de
los hidrocarburos por la apuesta saudí para sacar a sus competidores (incluidos
los del fracking en EEUU)—,
una gran parte de las economías latinoamericanas sintieron rápidos problemas pero
donde más se ha sentido esto ha sido en los países gobernados por izquierdas neopopulistas:
Venezuela, Argentina y Brasil, abruptamente, pero también en Ecuador —salvándose
Bolivia hasta ahora gracias a recursos acumulados pero, con mucho, por generosos
créditos chinos—, combinándose la tormenta perfecta: menores ingresos que conllevan,
en el mejor de los casos, reducción significativa del crecimiento —y decrecimiento
en general— junto con inflación creciente y, como consecuencia pero paralelo, progresiva
reducción de la masa laboral.
Ésta sería, per se,
una situación muy complicada, pero a eso se ha sumado mucha corrupción —algo realmente
generalizado en alto grado en Venezuela y, en leve menor grado, en Brasil y Argentina
pero también omnipresente en los demás—, la cooptación —variable en grado pero significativa
en todos, Brasil el menos penetrado— de los Poderes del Estado y la captación —activa
o pasiva— de la prensa y, por ende, la manipulación más o menos abierta de la opinión
pública. Todo esto ha llevado a una crisis generalizada de la gobernabilidad —acentuada
en Venezuela y Brasil— y a inequívocas señales de cambios profundos para rectificar
esas situaciones, lo que ya sucedió en Argentina; Venezuela y Argentina a las puertas
de ellos; Ecuador en camino, mientras Bolivia se enfrenta a un cada vez más seguro
cambio de liderazgo dentro del mismo proceso y Cuba se debate entre cambiar —representado
por el presidente actual y sectores pragmáticos que traten de mantener parte del
actual sistema— o no —abanderados en la figura de su antecesor—, esto so peligro
de hundirse.
La combinación de todos estos elementos —unido a un creciente
sentimiento ciudadano de condena y castigo a la corrupción—, ha sido el detonante
de la rápida modificación del escenario político latinoamericano.
¿Será permanente? Hoy no podría afirmar hacia dónde se moverá
Latinoamérica en los próximos 5 años, pero lo que no me queda duda es de que, por
esta vez, no será el regreso del populismo desenfrenado —ni tampoco de los sobreingresos.
Es la hora de ajustar el cinturón y podar los árboles frondosos y nefastos de la
corrupción y el continuismo.
Para ello, cierro con la explicación que da el político intelectual
mexicano Jorge Castañeda Gutman sobre los aprendizajes de este período: «[…] los partidos de izquierda volverán a ganar.
Para cuando llegue ese día, la izquierda del mañana debe aprender [que] ahorrar
dinero para los malos tiempos no solo es un precepto bíblico. Si la izquierda está
en el poder cuando venga el próximo auge en el mercado de las materias primas, es
necesario que los gobiernos tomen medidas preventivas para el futuro. […] Lo mejor
que ha podido pasarle a América Latina en estas épocas ha sido el clamor de integridad
en el gobierno. La próxima vez, la izquierda debería retomar esta bandera en lugar
de descuidarla.»
Fig. 5 Latinoamérica ideológica a inicios de 2016. (Elaboración propia.)
Epílogo: España entre el chavismo, la inopia o el cambio de paradigmas
El 20 de diciembre de 2015, España terminó el falso romancero
de la Transición. Ese día, los resultados de la voluntad popular socavaron los cimientos
de un cada vez más endeble bipartidismo y desnudaron dos problemas irresueltos:
el primero, coyuntural, que el país había avanzado en su recuperación macroeconómica
pero no había podido —o sabido o intentado— la recuperación de la microeconomía
del ciudadano español. El segundo, consustancial al diseño de la Transición —herencia
de la Constitución de 1978 que establece una España “una y plural”— y al reordenamiento
territorial de la primera administración socialista, es el problema de los entes
naciones —Cataluña (Catalunya) en la
situación más centrípeta, así como País Vasco (Euskadi), Galicia, Islas Baleares (Illes Balears), Andalucía, Aragón, Canarias
y Comunidad Valenciana (Comunitat
Valenciana)— dentro del Estado español y la necesidad de nuevas
definiciones al respecto —incluido el debate federal—, pasando por reformar una
Constitución que, en este caso al menos, promovía la ambigüedad.
«La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación
española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y
garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la
integran y la solidaridad entre todas ellas.» [Artículo 2, Constitución Española,
1978.]
Súmele a ello un gobierno, el del Partido Popular (PP) —socialdemócrata
de derecha—, que en las elecciones anteriores de 2011 había obtenido el segundo
mejor resultado histórico de un partido para el Congreso de los Diputados: 186 —el
mejor fue el del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1982 con 202— y
que en la siguiente de 2015 desciende a 123 —63 menos— y pierde la cómoda
mayoría absoluta. Mayoría que le permitió gobernar aplicando sus planes sin
mucha dificultad y frenar iniciativas con las que no estuvo de acuerdo —como la
imprescindible rediscusión y relaboración de la Constitución y el marco de
convivencia del país, ahora promovido con diversos cauces tanto por el PSOE
como por Ciudadanos y PODEMOS—, obviando discusiones imprescindibles —la
situación de Cataluña es un buen ejemplo— “para que el tiempo las solucione”,
la filosofía de su presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey, ahora en funciones.
También ese modus operandi de Rajoy
Brey lo aplicó a la corrupción en su partido —la Operación Púnica, las Tarjetas
Black en Caja Madrid, los papeles de Bárcenas, la Trama Gürtel, la Operación
Tula y los posibles desvíos de dinero del PP valenciano, sin contar el
escándalo de la Agencia Tributaria (caso Cemex), las implicaciones no
transparentes del rescate a la Banca y la amnistía fiscal, entre otros—,
ocultándolos, y menospreciando a partidos y organizaciones menores.
No menos angustiosa fue la situación luego del 20D para los
socialistas. Después de perder 20 diputados —ya en 2011 había perdido 59, un
total de 79 en las dos legislaturas—, el PSOE arrastraba la pésima administración
de la crisis de 2008 por el gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero y sus
propios casos de corrupción, algunos compartidos —como las Tarjetas Black en
Caja Madrid y la Operación Púnica— y otros particulares —como el caso de los
ERE o el fraude en cursos de formación (éste por 2 mil millones de euros provenientes
de fondos europeos.
Sin entrar en detalles que cambian todos los días y ante la
imposibilidad del PP o el PSOE de formar gobierno en solitario o de asociarse
entre sí, las perspectivas para España son muy sencillas, con dos opciones: o
alguno de ellos logra una coalición estable —dificilísimo de lograr— o se
vuelve a convocar elecciones.
«No daré un paso al lado. Me
encuentro con ganas.» [Mariano
Rajoy Brey, presidente interino de Gobierno español, El País, 4 de
abril de 2016.]
Las “ganas” de Rajoy Brey pasan por la convocatoria de
nuevas elecciones donde confía en el desgaste que produciría en el resto del
arco político las —hasta ahora y posiblemente después— infructuosas
negociaciones del líder del PSOE Pedro Sánchez Pérez-Castejón para formar
gobierno con los emergentes Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía (C’s) —liberal—
de Albert Rivera Díaz y PODEMOS —chavista— de Pablo Iglesias Turrión. Confianza
asentada, además, en el regreso de los electores populares migrados
principalmente a Ciudadanos y en el efecto de que PODEMOS termine de hundir al
PSOE —el recóndito propósito jamás enunciado de Rajoy Brey y que ha beneficiado
a los chavistas españoles— y en la constatación que, excepto C’s y algún
partido minoritario, el PP —y, más que el partido, él mismo— tiene el veto de
alianza de los demás partidos.
Mariano Rajoy Brey ha “logrado”
transformar el Partido Popular que recibió de José María Aznar López de un
partido de derecha —en transición entre la derecha tradicional al liberalismo—
en otro más cerca de la socialdemocracia de derecha común en Europa.
Considerando un buen parlamentario,
sin embargo Rajoy Brey es carente de carisma y no ha logrado crear un liderazgo
social ni partidario como tuvo Aznar López ni el de Manuel Fraga Iribarne en su
partido antecesor, Alianza Popular.
La amplia mayoría parlamentaria con
la que contó en la gestión 2011-2015 afianzaron sus defectos: la incapacidad de
consensuar, la formación de camarilla y la inmovilidad perpleja ante cualquier
enfrentamiento a sus posiciones, ya fuera el independentismo catalán, el 13M u
la doble contabilidad para el PP de Luis Bárcenas Gutiérrez —«Luis, sé fuerte»— le ha granjeado la animadversión dentro del espectro
político del país.
Mala estrategia la de Rajoy Brey porque, en diferencia con
sus pretensiones, ningún pronóstico augura que mejoraría significativamente su
base electoral —mal para PSOE y PODEMOS, que podrían reducirlas, y mejor para
Ciudadanos, que podría crecer en alguna medida— y, peor, atentando a la tímida
recuperación macroeconómica del país en el cuatrienio pasado —porque más allá
de los discursos triunfalistas y de las comparaciones con el resto de Europa,
los resultados electorales no son muestras de satisfacción del electorado
español con la gestión popular.
Mientras escribo esto (7 de abril), España puede estar avanzando
hacia una, hasta ahora, impensable alianza —o acuerdo de gobernabilidad, al
menos— entre liberales, socialdemócratas —ambos firmemente demócratas en sus
convicciones— y chavistas —con credenciales mucho menos democráticas de sus alter egos pero que, hasta ahora, han
estado actuando dentro de sus reglas, aunque a veces con actitudes histriónicas
y exabruptos de barricada—, como también hacia la convocatoria de nuevas
elecciones el 2 de mayo. Pero ésa será otra historia.
Lo interesante del análisis es cómo el populismo —de
izquierda, de centro o de derecha— siempre es un fracaso.
Información consultada
http://www.infobae.com/2015/09/10/1754301-corrupcion-brasil-cuales-son-los-casos-que-involucran-lula
http://www.nytimes.com/es/2016/03/29/la-muerte-de-la-izquierda-latinoamericana/
https://www.youtube.com/watch?v=yk36S9iqbCM
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