El
final de 2015 trajo cambios en Latinoamérica que eran trascendentales: en
Argentina, la victoria de Mauricio Macri Blanco sobre la corrupción y la fuerte
contracción económica del kirchnerismo; el triunfo aplastante de la oposición en
las elecciones parlamentarias en Venezuela, la segunda derrota significativa
del chavismo —la primera en 2007— desde que en 1999 llegara al poder y la
primera significante para cambios en el poder en Venezuela, dentro de un
espiral destructiva de crisis económica, corrupción, violencia y
desinstitucionalización; el inicio del impeachment presidencial en Brasil —hecho
político que podría marcar el final político de la presidente Dilma Rousseff y
del ciclo PT—, también consecuencia de corrupción y contracción económica galopantes.
A estos se sumó en febrero pasado el rechazo a la reforma constitucional que le
hubiera permitido al presidente Morales Ayma su postulación para una posible tercera
relección; también
el presidente Rafael Correa Delgado anunció que no se presentaría en
2017 a las elecciones —a pesar de que la Asamblea Nacional del Ecuador aprobó
la reelección indefinida de cargos elegibles, gracias a la mayoría del
oficialista Movimiento Alianza PAIS—, una forma de evitarse capear la creciente
difícil situación económica que está afectando al país por la caída de los
precios del petróleo, su principal producto de exportación.
Entre
2004 y finales del 2013 —incluso antes y durante de la crisis de 2008—, Latinoamérica
vivió el mayor y prolongado ciclo de altos precios por sus commodities y la mayor
afluencia de capitales de inversión —que huían de la contracción económica en EEUU
y Europa y motivados por las, entonces, ganancias fáciles en la región—: “la década
maravillosa” o “del big push”. Aunque el inicio de ese período se enmarca con mayoría
de gobiernos marcadamente entre centro y derecha —dentro de la ideología del
socialismo del Siglo XXI, recién enunciada entonces, sólo se ubicaban Cuba con Castro
Ruz y Venezuela con Chávez Frías con el apoyo permanente de la Argentina de
Kirchner Ostoić, a la vez de otros países entre centroizquierda e izquierda:
Brasil con Lula da Silva, Ecuador con Gutiérrez Borbú, Perú con Toledo Manrique
y Chile con Lagos Escobar—, 2013 cerraría con predominio del socialismo del
Siglo XXI bajo el influjo de la
Revolución Bolivariana —aunque no sólo por ello—: además de Cuba, Venezuela
—miembros de la ALBA-TCP— y Argentina, también entre la centroizquierda y la
izquierda se ubicaban El Salvador con Funes Cartagena, República Dominicana con
Medina Sánchez, Perú con Humala Tasso, Brasil con Rousseff y Uruguay con Mujica
Cordano, además de los nuevos miembros de la ALBA-TCP: Nicaragua con Ortega
Saavedra, Ecuador con Correa Delgado y Bolivia con Morales Ayma.
El fracaso del
neopopulismo en Argentina, Venezuela, Brasil y potencialmente en Ecuador y Nicaragua —éste
último cuando no cuente con el apoyo venezolano—, significará un cambio
regional de ciclo, más allá de discursos negadores. En Bolivia, aún beneficiado
por una mejor situación económica, la imposibilidad constitucional de
postularse nuevamente el presidente Morales Ayma, al menos hasta
ahora, representará la necesidad para el MAS de restructurarse a la brevedad y
asumir nuevos liderazgos —algo que es también imperativo para la oposición—,
además de profundizar el combate a la corrupción, su talón de Aquiles.
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