En las dos últimas semanas previas al referéndum
constitucional con creces se han recrudecido los debates —duras confrontaciones,
más insultos que argumentos—, apoyados en profusas encuestas —amén de análisis
serios, he leído “análisis” que intentan entrar los pies de las hermanastras de
Cenicienta en la pequeña zapatilla, comparando indiscriminadamente “zapallos
con melones”— y denuncias. Denuncias que han incluido mentiras —completas o
maquilladas, pero siempre repudiables— pero también preocupantes afirmaciones
argumentadas con presunciones creíbles que han creado una fuerte inquietud en
la opinión pública y han llevado a que el presidente —presunto involucrado en
las denuncias— solicite a la Asamblea Legislativa que ejerza su deber
constitucional y fiscalice.
Cuando el 21F los electores bolivianos decidan mantener o
cambiar el artículo 168 de la Constitución Política del Estado, con el
ejercicio de su voto decidirán mucho más que facilitarle al binomio gobernante una
nueva relección —la posibilidad de su tercera repostulación. Esos votos
decidirán entre los conceptos de “continuidad” y “alternancia” —asociados
sofistamente con “estabilidad” y “retroceso”— y la unicidad irrepetible del
liderazgo.
Los defensores de la continuidad en el Poder —quienes piden
el Voto Por el SÍ en el referéndum— asocian esa prolongación con la estabilidad
del país y, por ende, con su desarrollo, y la imbrican con el concepto de
liderazgo único, contraponiéndole la pérdida de lo logrado —avanzado— y el
regreso al pasado con la discontinuación del ejercicio de ese liderazgo desde
el Poder. Por el contrario, la defensa de la alternancia —los que proclaman el
Voto Por el NO— se asocia con la capacidad de renovación —excluyendo el
retroceso— y la posibilidad de mejorar lo positivo de lo logrado mediante el
proceso continuado de cambio y, en lo individual, excluye la predestinación.
Resumidos ambos ejes de argumentación: mientras los defensores del SÍ han
argüido como su leivmotiv que la decisión de los ciudadanos significará la
continuidad o sustitución del modelo, los defensores del NO han defendido la
necesidad de cambio de liderazgo para mejorar —incluido profundizarlo y
corregir presuntas falencias— ese modelo.
Nadie en Bolivia refuta que en 2005 el país había llegado a
un callejón sin salida: los gobiernos elegidos necesitaban coaliciones más
amplias —y variopintas— para alcanzar gobernabilidad; entre 2001 y 2005 se
habían sucedido 5 administraciones —Bánzer Suárez, Quiroga Ramírez, Sánchez de
Losada, De Mesa Gisbert y Rodríguez Veltzé; la marginación social y la
incapacidad del Estado para solucionar la pobreza —sobre todo la extrema— era
evidente, y la inestabilidad social era permanente y sus picos críticos cada
vez más continuados. Como consecuencia de todas esas condicionantes, un cambio
era necesario, predecible e indetenible, el que se dio con continuidad
democrática en la elección presidencial de Evo Morales Ayma.
Por eso, la definición subyacente en la pregunta a refrendar
es si todos los cambios del período son resultado de una virtud inefable, única
e irrepetible o son resultado de una voluntad y gestión colectivas, beneficiadas
éstas por excelentes condiciones externas no imputables. La reafirmación de la
unicidad dejaría muy mal parada a la organización política porque denotaría la
falta de liderazgos alternativos o, al menos, de su percepción.
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