viernes, 9 de noviembre de 2012

La Morada Sin Nombre Donde Nacen Los Dioses


Cuando me invitaron a escribir sobre algún viaje que me haya impresionado, me entró la incertidumbre: Estaban en mi memoria Antigua Guatemala y el Templo Mayor de Tenochtitlán, las Misiones chiquitanas y La Habana Vieja o la Huaca Pucllana, las iglesias del Cuzco o de Potosí, Machu Picchu o —por qué no— el Palacio de Bellas Artes o el Teatro Colón o el Museo Nacional de Antropología de México o las salas de la porteña Corrientes, entre tantísimos otros, todos con tantos méritos como disímiles eran.

Pero decidí —por lo intenso de su recuerdo— por escribir sobre Teōtihuácān, “la Morada de los Dioses”.

Cercana al Distrito Federal —distancia que me pareció más larga por la acelerada velocidad que mi ahijado Tín le imprimía a su coche, en esa paradoja que me recordaba a Möbius donde mi pánico a la velocidad me hacía sentir que demoraba mucho lo que cada vez estaba más velozmente cerca—, cualquier acercamiento previo (por Internet, documentales o fotografías) definitivamente es insuficiente frente a estar en el inicio de la Calzada de los Muertos, resguarda siempre —impresionante y dominante celador— por la Pirámide del Sol hasta la Plaza de la Luna y su Pirámide.

Caminar por los largos kilómetros de Miccaohtli —la Calzada, más de dos kilómetros hoy aunque le atribuyen haber tenido 4—,recorriendo su amplia ruta[1] en el silencio impresionante del lugar —a pesar de sus siempre centenares de visitantes— es una experiencia sobrecogedora, quizás similar a la que se siente en medio de las Pirámides de Guiza con la Esfinge de acompañante o dentro del gaudiano Temple Expiatori de la Sagrada Família. Porque realmente fue el silencio que llenaba aquel espacio inmenso, que “callaba” las voces —sin necesidad de dejar de hablar— de todos los que estaban recorriéndolo lo que más me impresionó y me confirmó cuán infinitamente pequeños somos, que no es sentirnos insignificantes.
Ciudad de sin sentidos —los del sonido perdido son algunos—, nadie sabe cómo sus habitantes la llamaban pues su nombre actual —«Lugar donde fueron hechos los dioses» o «Ciudad de los Dioses», en náhuatl— se lo dieron los mexica muchos siglos después de que ya no existiera la ciudad, cuando este pueblo norteño llegó en el siglo xv al Valle de Anáhuac: el Valle de México.  La mayor ciudad conocida de América en los primeros cinco siglos de nuestra Era —llegó a tener 85 mil habitantes en el siglo v d.C., en una época en que la Roma de los Césares colapsaba, aunque autores mencionan que en su apogeo llegaron a habitarla más de 200 mil personas en 18 kilómetros cuadrados de edificaciones—, Teōtihuácān fue geométrica: al centro, la Calzada de los Muertos dividía la ciudad humana —la del comercio y los gobernantes, los palacios  y el pueblo— de la de los Dioses, recorriéndola casi definidamente de sur a norte, desde la Ciudadela con la Pirámide de la Serpiente Emplumada —el gran mito mesoamericano— hasta la Pirámide de la Luna —erigida en honor de Chalchihuitl-cueitl, la Luna, diosa de las aguas y los nacimientos y dualidad de Tlālōc—, menor en dimensiones que la del Sol pero cuya cúspide termina a igual de altura por estar sobre terreno más elevado. En territorio de los Dioses: la Pirámide del Sol —ofrendada a Huītzilōpōchtli, el Sol—, la segunda más grande de América después de la también mexicana Gran Pirámide de Cholula; las grandes dimensiones de la del Sol la hacen ver desde varios kilómetros de distancia. En la ciudad de los hombres se destaca el espléndido Palacio de Quetzalpapálotl  —«Mariposa de plumas», con espléndidas punturas murales y bajorrelieves de piedra—, el de los Jaguares y el de Tepantitla; también ocupa lugar importante la Ciudadela, plaza de gran tamaño al extremo sur de la Calzada de los Muertos, sede de edificios de gobierno, de residencias de sacerdotes y de templos menores, donde se rendía culto a Quetzalcōātl — “Serpiente Emplumada de Quetzal”, dios benigno de la sabiduría— y  Tlālōc —el dios de la lluvia y la fertilidad—, quienes serían incorporados después a las teogonías que le sucedieron en Mesoamérica.

Surgida en el siglo i a.C., en el vii d.C. empieza la rápida decadencia de esta gran cultura agrícola hasta que desaparece totalmente como centro poblacional el siglo siguiente —incendiada, saqueada y en parte destruida—, quedando como un sitio de referencia del misticismo mesoamericano.

Hasta acá, la memoria de un día impresionante dedicado a conocer más nuestras historias. Pero no podría cerrarlo sin el recuerdo de los más exquisitos tacos de nopal que probé en todas mis estadías en México, en un pequeño restaurante a la vera del camino de salida de las Pirámides.

Así, disfrutó mi espíritu y mi gula. Lo invito a Ud. a hacerlo también.

Referencias

      
http://www.youtube.com/watch?v=N8IzmWX5frc


[1]     Tiene 40 metros de ancho. A modo de comparación, un carril de autopista tiene 3 metros de ancho, aproximadamente, por lo que un simple cálculo nos ubicará en una amplia avenida de 12 carriles y sus laterales.

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