Acaba la Copa Mundial de Fútbol y con ella se van las alegrías y los sinsabores, los pronósticos perdidos (los peores míos: una predicción, pública además, que fracasó; una botella de tinto español que me ganó mi amiga Pilar, pero ya sabemos que con mujeres y abogados no se debe discutir), un pulpo Paul que pasó a estrella (y hubiera preferido que no fuera un pitoniso goloso), la pegajosa música de Shakira y el estrépito de las vuvuzelas.
Fue una Copa de sorpresas: ganó España, que nunca había llegado a la final, a los 116 minutos de un partido donde punzós y naranjas se la batieron, y ganó como todos los partidos en que triunfó –había perdido uno con Suiza, en las eliminatorias–: con un único gol, pero éste fue el de oro, el de la Copa. Fue la Copa donde había más equipos latinoamericanos en octavos de final –6– y donde Uruguay volvió a llegar a cuartos después de varias décadas de esperarlo.
Pero, con mucho, fue la Copa que abrió las puertas de África a todos los fanáticos del fútbol en todas las latitudes y que, también, permitió que entráramos en la diversidad de un país multirracial y multicultural como es la República de Sudáfrica, un país con 11 idiomas oficiales, la mayor economía de todo el continente y una población que ha sabido –después de muchas décadas de conflictos raciales que eran el reflejo de desigualdades económicas– confluir armónicamente los diferentes habitantes originarios –bantúes, xhosas y zulúes, entre otros– con los sucesivos pueblos que migraron a ese territorio. Por eso su lema nacional: !KE E: /XARRA //KE, que en lengua khoisan quiere decir “Unidad en la diversidad”.
Al inicio de la Copa, rendí homenaje a Nelson Rolihlahla Mandela, el Padre de la nueva Sudáfrica, el hombre que supo, por arriba de los odios acumulados en generaciones, enseñar a todos los sudafricanos que la venganza sólo traería más odio y que un país grande se construye sobre la grandeza de espíritu de sus hombres. ¡Qué hermoso mensaje para todos!
Pero la Sudáfrica de Mandela también fue el lugar donde otro gran hombre empezó su lucha social y moral por la igualdad y el mejoramiento humano: Si Mandela cerró el siglo 20 con el triunfo de su lucha, Mohandas Karamchand Gandhi –Mahatma, el Alma Grande– lo inició cuando luchó en ese país por los derechos de sus compatriotas de origen indio, empleando desde ya el “arma” que le daría, años después y también impulsada por él, la independencia a la India: la resistencia no violenta.
Estos dos hombres: Gandhi y Mandela, en distintas épocas pero con la misma voluntad y convencidos que el hombre puede lograr sus metas sin violencia contra su prójimo pero con la firmeza de sus convicciones –la verdadera democracia–, hicieron de Sudáfrica un hito.
Desde este lunes, ya sin el ruido de las noticias de la Copa, todos volvemos a nuestras labores rodeados de las noticias diarias que un poco habían quedado opacadas por la algarabía del fútbol: las buenas y las malas.
Por eso no quiero que esta Copa pase sin recordar que no hubiera existido sin el ejemplo y las acciones de estos dos hombres muy grandes: Gandhi y Mandela.
A ellos, todo mi homenaje.
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