miércoles, 1 de enero de 2020

Transición democrática: el camino a la Paz



A pesar de que aún leo en medios—cada vez menos— algunos que opinan de “un golpe de Estado y masacre”, los puedo entender porque rezuman el fracaso del Masismo como su oportunidad y porque no existe censura aunque se desbarren mentiras y escriban ofensas groseras, clasistas y misóginas contra la Presidente.

Debo agradecer mucho a tres análisis (“Las claves de la transición democrática. Y la política como arte de negociación” de Henry Oporto, “Sociedad civil antidictatorial” de Carlos Toranzo y “Un 2020 de reconstrucción democrática” de Juan Cristóbal Soruco) el escribir este mi modesto aporte sobre las Transiciones.

De tres escribiré: la española de 1975 y las bolivianas de 1981-1982 y la actual. La Transición Española se inicia con la implosión del régimen totalitario tras muerte del dictador Francisco Franco, manejada “desde dentro” sin abrupciones por Adolfo Suárez y que hasta 2018 dio más de 40 años de estabilidad política al país —a veces a trancos pero sobreviviendo— y con bipartidismo desde 1982. La Transición Boliviana se inició en 1981 tras el golpe militar contra Luis García Meza y afianza con la asunción democrática de Hernán Siles Zuazo en 1982; aunque el débil gobierno de Siles Zuazo fracasó, también —como Suárez en España— afianzó el Estado de Derecho y nos dejó el bipartidismo MNR-ADN —con MIR de comodín— hasta 2000, prolongándose hasta 2005 con tumbos —y hasta reciente con la democracia cada vez más desdibujada.

La actual Transición Boliviana es sui géneris: Eclosionó desde los movimientos cívicos y sociales que aglutinaron la bronca ciudadana («el abuso, convertido, esta vez en fraude, terminó movilizando a la sociedad que sacó el coraje guardado» lo llamó Carlos Valverde en “Eppur si muove [o E pur si muove]”) y, por qué no, de la oposición —desunida, en celo mutuo— pero que participó «pese a todas las desventajas, en una desigual campaña electoral que fue [fraude manifiesto ex post] la que, finalmente, permitió la subsiguiente movilización ciudadana para terminar de expulsar a los autoritarios del poder» (Soruco: “Un 2020 de reconstrucción democrática”), todos contra la angurria perversa de Poder del prorroguismo que llevó al MAS a implementar el más burdo robo de elecciones.

Las tareas de esta Transición se fijan en los límites del «quiebre del modelo económico y la reconfiguración del escenario político» como menciona Oporto. Toda la Administración de Jeanine Áñez tiene tareas urgentes, pero los ejes fundamentales para su legado son: la pacificación del país y su mantención en futuro —ejecución principal de su ministro Arturo Murillo—; la sobrevivencia y proyección de nuestra vapuleada economía en consenso de actores internos y externos —en manos de José Luís Parada—, sin olvidar el urgente Pacto Fiscal, tan temido por el centralismo; el reposicionamiento internacional de Bolivia, vadeando tormentas de intereses ajenos, incluido el Silala en la CIJ —misión de Karen Longaric—; develar la corrupción heredada —Iván Arias y Rafael Quispe—; cohesionar sin ruidos —Yerko Núñez—, y realizar elecciones libres, transparentes y, sobre todo, creíbles, sobre las que la Sociedad —gran actor del período, «redes complejas de vasos comunicantes» como la llamó Boaventura De Sousa Santos— ha depositado su mandato en la Presidente y Salvador Romero. También han sido fundamentales Óscar Ortiz —articulador de los consensos—, Eva Copa y Sergio Choque —decisivos para lograrlos— y los facilitadores: Iglesia Católica, Naciones Unidas y Unión Europea.

El éxito de todos estos retos podría resumirse en la frase que Adolfo Suárez usó como epitafio: «La concordia fue posible
Venturoso y bendecido nos sea 2020.

Información consultada

De Sousa Santos, Boaventura: Democracia al borde del caos: Ensayo contra la autoflagelación. Siglo del Hombre Editores-Siglo XXI Editores, Bogotá, 2014.

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