martes, 27 de marzo de 2018

El jarrón roto y el cáliz desbordado



«[...] aparta de mí ese cáliz.» [Mateo 26:39]

El Domingo de Ramos empieza la Semana Santa y tras la alegría de Su entrada aclamada, llegan los días de dolor y abatimiento del Triduo Pascual, el camino en la fe para alcanzar la esperanza. Y prolegómeno, el pedido angustiado: «aparta de mí ese cáliz». Un “cáliz” de ignominia.

Año tras año, oímos esa frase de la Pasión pero la mar de las veces no la traemos a nuestras vidas sino la dejamos en ese lejano tiempo. Porque si la trajéramos, sentiríamos entre nosotros ese terrible “cáliz” cuando la corrupción nos deja heridos —ofendidos, engañados, robados—, máxime cuando los malhechores son aquellos que, “liderándonos”, deberían defendernos de la corrupción —preconizándolo falazmente en sus discursos pero agazapándola en su voluntad—y, como ya advertía el adagio latino corruptio optimi pessima“la corrupción de los mejores es lo peor”—, socavando la fe del ciudadano en su República y, por ende, en la democracia.

Es larga e ignominiosa la lista de recientes “Primeros Magistrados” latinoamericanos —de izquierda a derecha— acusados, procesados o encarcelados por corrupción —con el caudillismo, “pecados originales” conque nació Latinoamérica independiente. Condenados o en prisión preventiva, por Guatemala están Alfonso Portillo, Álvaro Colom y Otto Pérez Molina (éste destituido); Francisco Flores (El Salvador); en Honduras, la esposa del presidente Porfirio Lobo; Rafael Ángel Calderón y Miguel Ángel Rodríguez (Costa Rica); Ricardo Martinelli y sus hijos (Panamá); Carlos Andrés Pérez (Venezuela, destituido). De Ecuador, Abdalá Bucaram y Jamil Mahuad (destituidos), Fabián Alarcón y Gustavo Noboa; entre los peruanos, Alberto Fujimori, Ollanta Humala y su esposa y Alejandro Toledo (en espera de ser extraditado); el boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada (derrocado) y el paraguayo Fernando Lugo (destituido por mala gestión). En Argentina Carlos Saúl Menem y en Brasil Fernando Collor de Mello (renunció), Lula da Silva y Dilma Rousseff (destituida por mala gestión y denunciada por encubrir corrupción de su partido).

Denunciados pero no condenados o juzgados: Enrique Peña Nieto y su esposa (México), el guatemalteco Jimmy Morales, Mauricio Funes (El Salvador, asilado en Nicaragua); José María Figueres (Costa Rica); en Haití, Jean-Bertrand Aristide; de República Dominicana Leonel Fernández y Danilo Medina —por sus entornos. En Colombia, Ernesto Samper, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. No huelga hablar del enriquecimiento desmedido del clan Chávez y la cúpula bolivariana. En Ecuador Rafael Correa —hasta ahora, por permisividad— y entre los peruanos, Alan García y Pedro Pablo Kuczynski (recién renunciado). De Bolivia, Jaime Paz y Hugo Bánzer con la familia de su esposa —Evo Morales fue acusado de nepotismo y tolerar la corrupción. En Chile, el hijo y la nuera de Michelle Bachelet; entre los argentinos, Fernando De la Rúa (renunció), Néstor Kirchner y su viuda y sucesora Cristina Fernández; de Paraguay Juan Carlos Wasmosy, Raúl Cubas (renunció y se asiló), Luis González Macchi, Federico Franco y Horacio Cartes (sobreseído), así como el uruguayo Luis Alberto Lacalle. Por último Brasil: José Sarney y Michel Temer.

En “El Jarrón Roto” (Le vase brisé), Sully Prudhomme describió cómo escapa el agua por una rajadura imperceptible y muere la flor. Así, con ayuda de los medios y las redes, los latinoamericanos dejamos de ignorar y perdemos, cada vez más, la paciencia. O se rompe el jarrón o el cáliz se desborda.


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