martes, 10 de octubre de 2017

La hora de terminar las mediocridades


En mi anterior columna “Populismo y corrupción matan democracia” prometí hablar de populismo, esa lacra de gobernar que en estas tierras latinoamericanas nos empeñamos en resucitarla cíclicamente. Exenta de ideología porque su fácil y engañosa asimilación la hace atractiva a derechas e izquierdas para mejor mantener su poder, aunque presente en los caudillos desde las independencias son los inicios de los años cuarenta cuando un joven coronel argentino —fascinado con la Italia mussolinesca que había conocido y admiró— llena un vacío de poder en su país y empieza a gobernar con derroche de demagogia y populismo: Juan Domingo Perón Sosa, con tal éxito de demagógico posicionamiento que atornilló su nombre a la defensa de los trabajadores —atribuyéndosele las conquistas sociales anteriores a él: jubilaciones (1904), descanso dominical (1905), protección del trabajo femenino (1909) e infantil, accidentes de trabajo (1915) y jornada de 8 horas (1929), muchas promulgadas gracias al primer diputado socialista latinoamericano, Alfredo Ramón Palacios, quien llamó fascista a Perón— y fijó su nombre y el de su esposa al concepto de justicia social —una hábil propaganda hace mucho, como Goebbels adelantó. 

Desde Perón y su contemporáneo Getúlio Dornelles Vargas hasta caudillos más recientes como Hugo Chávez Frías, las características identificativas se han repetido, sobresaliendo la distribución de la riqueza del país —o heredada de anteriores gobiernos o imprevistamente desbordada por algún boom en sus exportaciones— con marcado sello personalista y, en muchos casos, sin crear riqueza sino, mucho más pronto que tarde, reproduciendo con creces la miseria que dizque combatía.
El historiador mexicano Enrique Krauze Kleinbort hizo una excelente taxonomía de ello en su “Decálogo del populismo”, clasificando sus características: exaltación del líder carismático; apropiación “personal” de la palabra —la opinión y el pensamiento—; fabricación unigénita de la verdad —la suya, la única—; discrecionalidad en el manejo de las finanzas públicas y en la repartición de la riqueza —identificada sólo con él—; promoción del enfrentamiento social —arma para su supervivencia— a través de la permanente movilización de grupos sociales que empodera; creación de "enemigos”, tanto externos como interno, los que expiarán todas las culpas del populismo, además de despreciar la legalidad y buscar ser el origen de todo, destruyendo o apropiándose de las instituciones de la democracia anterior so tildándolas de “freno a sus reformas” —como Fujimori— o de “anacrónicas y corruptas” —como Chávez.
Estos días, los sucesos secesionistas —más que independentistas— de Cataluña son un excelente colofón de la simbiosis perversa de populismo y corrupción. Como mencioné en “Cataluña, Piolín y la inepta mediocridad” es una carrera —hacia muy atrás— de un lado una alianza chueca entre una élite conservadora que medró de su corrupción desenfrenada, unos independentistas xenófobos —a pesar de ello, los más salvables— y unos altermundistas imbuidos de anarquismo y sovietismo —enemigos irreconciliables todos—, y del otro un grupo de políticos alrededor de un líder pusilánime y escaso.
Pulseta entre mediocres corruptos, populistas —unos más, ambos sí— e improvisados, desbordados en el desconcierto por sus acciones. Ya es la hora de la legalidad, respeto, diálogo serio y oír a todos. ¡Dolça Catalunya... Visca Catalunya i Espanya!

 

Información consultada

http://cnnespanol.cnn.com/2016/10/04/cinco-de-los-10-paises-mas-corruptos-del-mundo-son-iberoamericanos-segun-informe/

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