domingo, 18 de junio de 2017

Antes no sirvieron… ¿y ahora sí?


El viernes el presidente Trump se arropó del entusiasmo y apoyo —muy necesitado estaba de ello— del sector más crítico del castrismo, hombres y mujeres que le dieron el triunfo de uno de los estados decisivos en noviembre pasado. Allí, en la Pequeña Habana —símbolo de “la segunda ciudad de Cuba”, como la denominó National Geographic a mediados de los 70—, firmó la orden ejecutiva que derogaba las del presidente Obama referidas a Cuba, exceptuando las relaciones diplomáticas (y que no regresa «wet feet, dry feet») y las relacionadas con la emigración residente en su país (remesas, viajes, vuelos) y proclamó el regreso a la antes fracasada política de aislamiento.

En realidad —y aunque hay dudas del real alcance de esta derogación—, aparte de lo mediático —que fue muy relevante y simbólico— y de la retribución al voto cubanoamericano, un retorno a antes de diciembre de 2015 trae aparejado tres previsiones: la primera de sus efectos, porque afectará las inversiones de norteamericanos ya hechas —sobre todo turismo, en hotelería y viajeros, porque restringirá los people to people tours de norteamericanos—, además de los negocios —crecientes y ya principales proveedores de alimentos exportados a Cuba— que desde Bill Clinton —bajo la Trade Sanctions Reform and Export Enhancement Act— daban un respiro a la economía agroindustrial del Midwest —también proveedores de votos electorales para Trump— y, contrario a lo que postula, a los cubanos que privadamente se beneficiaban de su turismo —y de rebote a los negocios de los militares—; segundo, da dudas de la aplicabilidad, por la misma oposición empresarial propia y, tercero, el beneficio que darían, luego que Cuba reforzara su relación con Rusia —con el madurismo al caer, Putin necesitaba otro aliado y lo logró, petróleo por medio hasta ahora— y que, históricamente, medidas similares sólo han perjudicado a la oposición y justificado el endurecimiento del régimen.

Trump —y los que lo antecedieron (Díaz Balart, Rubio, Pence) en palabras similares— auguró resultados en seis semanas o en seis meses. ¿O serán necesarios —otra vez más— sesenta años… cual el introito manniano de La Montaña mágica: «Lo mejor será que no se pregunte de antemano cuanto tiempo transcurrirá […] ¡tal vez no llegará a ser siete años!»? Pero también, quizás, el entusiasmo y los aplausos del viernes sean imágenes especulares de La Habana luego del descongelamiento de 2015: mucho ruido, demasiadas expectativas, magros resultados.


Información consultada


Mann, Thomas: La Montaña mágica. Ex Libris, 2017.

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