martes, 20 de diciembre de 2016

Necesidad de Emmanuel


El año termina y vale la pena revisarlo antes de las festividades que actuarán como momentáneo olvido.

En lo internacional, deja cuatro hitos muy importantes: la tragedia de Siria, el triunfo de Trump y el populismo, la crisis en Venezuela y la debacle del socialismo del siglo 21.
La conflagración siria —como el DAESH y los muchos conflictos tras la fracasada Primavera Árabe—, en lo interno buscaba derrocar la dinastía al-Ásad pero en lo externo es el primer gran episodio “caliente” de la nueva Guerra Fría entre una Rusia empobrecida pero necesitada de recuperar un espacio hegemónico internacional y un EEUU al que la crisis de 2008 —y el aventurismo de Bush hijo— dejara debilitado pero ahora en proceso de recuperación —y mantenimiento de su Lebensraum— arrastrando una Europa débil y en debate. La crisis de los refugiados marcó la innegable responsabilidad con las víctimas de los conflictos pero desnudó la incapacidad occidental, más allá de los discursos, de asimilar —no sólo recibir— a quienes recibía—cada vez menos aceptados— además de gestionar eficientemente su llegada, diferenciando las víctimas de conflictos de los que buscan mejores condiciones de vida y previniendo la infiltración terrorista. Para la crisis siria, 2017 verá el triunfo de los leales a al-Ásad, más ahora con el entendimiento Trump-Putin.

Las recientes actividades de Donald Trump han demostrado el error de quienes creían que “una cosa es en campaña y otra al gobernar”. Aunque algo más moderado en discursos, la selección de sus compañeros de gabinete —con falta de entusiasmo de muchos por aceptar serlo—, sus posiciones internacionales y decisiones internas —populistas y destinadas a acabar el legado demócrata— auguran un cuatrienio azaroso, al que se agregan el avance de euroescépticos y populistas de derecha en Europa tras el brexit.

La crisis en Venezuela avanza incontenible con el diálogo fracasado desde el inicio —fue, como el de 2014, sólo para el oficialismo ganar tiempo—, las soluciones siguen en stand by, la oposición se conflictúa y desgasta sin aunar nuevas voluntades y el país avanza al desastre y la violencia.

2016 marcó el acelerado final del socialismo del siglo 21. Además de la grave crisis venezolana —junto la salvadoreña y, en menor medida, la ecuatoriana—, fueron derrotados democráticamente gobiernos probolivarianos acusados de corrupción generalizada y desastroso manejo económico en Brasil —a su corrupción sistémica se sumó la institucionalizada por el PT— y Argentina, con Uruguay en afinidades más distantes y la pérdida final de apariencias democráticas con la dinastía Ortega en Nicaragua. La muerte de Fidel Castro Ruz coincide con un momento ancilar: hacia dónde irá Cuba porque su economía ideológica fracasó.

Bolivia en 2016, con creciente contracción económica y discursos optimistas, vivió seis hechos importantes: los irresueltos escándalos del FONDIOC y el affaire Zapata —éste diluido en un cotilleo banal mediatizado—, los resultados del referendo de febrero, el conflicto de los cooperativistas mineros, la crisis del agua —fracaso de un modelo de gestión gubernamental— y el desastre de LaMia, que conmocionó la credibilidad del país. Como el reciente Congreso del MAS ratificó la repostulación presidencial y la economía no tiene visos de mejorar —más de empeorar—, 2017 será un año conflictuado y tenso, con una oposición que no despega y se fragmenta.

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