domingo, 7 de diciembre de 2014

Clima, fauna y responsabilidad

Hace 10 u 11 mil años acababa el Pleistoceno con el fin del último período glacial —el primero con la existencia del hombre— y el cambio climático abrupto conllevó la desaparición de muchas especies de flora y fauna, dominantes antes entonces; dentro de los animales, quizás el desaparecido del período que más rápido recordemos era el imponente mamut pero no fue el único que desapareció: también el rinoceronte lanudo, el ciervo gigante irlandés, el uro —antecesor del ganado vacuno—, el tigre de dientes de sable, el perezoso terrestre y el oso de las cavernas, entre muchos otros, no pudieron resistir el cambio del clima que conllevó un calentamiento de la superficie terrestre y la transformación de la flora que era su sustento, además del retroceso de las tierras no anegadas porque el deshielo hizo que el nivel del mar subiera varios metros. En ese entonces, el hombre —a diferencia de ahora— no fue el responsable principal de sus desapariciones.

Si bien estos cambios climáticos han sido frecuentes —“frecuencia” de cientos de miles de años, por lo menos— en la existencia del Planeta Tierra, hoy el clima se está modificando muy velozmente no sólo por causas naturales sino, por primera vez, por antropogénicas: la intervención del hombre. Este nuevo proceso de cambio, denominado calentamiento global, ha acelerado en pocas décadas la variación de los parámetros meteorológicos —temperatura, presión atmosférica, precipitaciones, nubosidad, entre otros— causado por las crecientes concentraciones de gases de efecto invernadero producidos por las actividades humanas, sobre todo las emisiones de dióxido de carbono (CO2) procedentes de la combustión de combustibles fósiles, la producción de cemento y la deforestación por los cambios de uso de los suelos.

Frente a la antítesis que enfrenta desarrollo —o riqueza— versus conservación, hoy cada vez más se genera una responsabilidad con la naturaleza y el clima en particular, como generador de condiciones para que la naturaleza —nosotros incluidos— nos mantengamos y vivamos.

Las evidencias son palpables. En primer lugar, el nivel de CO2 atmosférico es el más alto registrado desde mucho antes que los primeros hombres se irguieran  en la Tierra.

Figura 1
CO2 en la atmósfera terrestre. Tomado de http://cambioclimaticoglobal.com/wp-content/uploads/2013/08/evidencia-del-cambio-climatico-nasa-co21.jpg

Este exceso abrupto de provocando de CO2 —cronológicamente posterior a la Revolución Industrial y consecuencia de las incidencias antes mencionadas— es lo que provoca la acentuación del denominado efecto invernadero. Los gases en la atmósfera continuamente —desde su formación hace millones de años— retienen parte de la energía que se emite desde la superficie de la Tierra tras ser calentada por la radiación que le llega del Sol: Esto es lo que permite que la temperatura de la superficie no sea gélida. Sin embargo, este efecto invernadero se ha acentuado por la emisión de gases como el CO2 —y el metano, entre otros en menor proporción— como consecuencia de la actividad humana, provocando que la temperatura de la atmósfera terrestre aumente alrededor de 0.8 ºC desde finales del siglo XIX, dos tercios de este aumento corresponden desde 1980 hasta la actualidad, provocando lo que se ha denominado el Calentamiento Global.

Figura 2
Aumento de las temperaturas globales. Tomado de http://cambioclimaticoglobal.com/wp-content/uploads/2013/08/calentamiento-global-temperaturas.gif 
Al alcance de todos hay múltiples evidencias de que se está produciendo un abrupto cambio climático: en primer lugar, el nivel mundial del mar aumentó 17 centímetros en el siglo pasado pero en la última década este aumento fue casi el doble del registrado en el siglo XX; la temperatura global aumenta desde 1880, sobre todo desde 1970, provocando los diez años más calientes en los 12 últimos; los océanos —que absorben la mayor parte del aumento de calor se calientan y la acidez de sus aguas superficiales aumentó 30% desde 1880; las placas de hielo disminuyen en masa en Groenlandia y la Antártida, la extensión y grosor del hielo ártico disminuye rápidamente en las últimas décadas y los glaciares están retrocediendo en todo el mundo. De colofón —lo más palpable por todos nosotros— los eventos meteorológicos extremos —huracanes, sequías, inundaciones, excesivas temperaturasaumentaron desde 1950, conllevando el resurgimiento de profecías apocalípticas descabelladas.

Las consecuencias negativas son muchas: al hacerse más cálida la superficie del planeta, incidirá negativamente la producción agrícola —con el consecuente aumento de precios de los alimentos— y la mortalidad aumentará por las olas extremas de calor, sequías y otros efectos secundarios; el nivel del mar aumentará; el clima cambiará con sequías e inundaciones más pronunciadas y sus eventos extremos serán habituales y más intensos, disminuyendo significativamente la disponibilidad de agua potable en muchas zonas del mundo; muchísimas especies tendrán que cambiar sus rangos de distribución y las que no puedan hacerlo se extinguirán; pestes y enfermedades tropicales avanzarán hacia las zonas que se han entibiado; la acidificación de los mares destruirá los arrecifes de coral y dañará las especies marinas existentes, y de rebote a la industria pesquera y la alimentación humana.

Pero el hombre no se ha quedado sólo expectante frente a este fenómeno. A pesar de las posiciones contrarias —los “desarrollistas” a ultranza ya mencionados—, en 1992 se realizó en Río de Janeiro la Cumbre de la Tierra que abrió el camino para el Protocolo de Kyoto sobre el Cambio Climático aprobado en 1997 en Japón y que entró en vigor en 2005; hasta hoy, 195 estados lo ratificaron aunque el compromiso de los dos mayores emisores mundiales de gases de invernadero —EE.UU. y China— ha sido insuficiente hasta la reciente Conferencia de la ASEAN en Beijing, cuando ambos países —sobre todo EEUU— han establecido sus nuevos compromisos y le han dado un impulso renovado. Este Protocolo de Kyoto sobre el cambio climático forma parte ejecutora de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático —aprobada en 1994— y actúa como acuerdo internacional para reducir en promedio mundial, al menos, un 5 % entre 2008 y 2012 —comparando con 1990— las emisiones de seis gases que causan el calentamiento global: CO2, metano (CH4) y óxido nitroso (N2O) y tres gases industriales fluorados: hidrofluorocarburos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6); estas reducciones fueron fijadas para cada país. Un segundo período de vigencia del Protocolo —2013 hasta 2020— fue ratificado en la Conferencia de las Partes (COP 18) celebrada en Doha en 2012.

En estos días, en Lima se realiza la COP20, cuya principal meta es establecer las bases de un Acuerdo Climático Global Vinculante a partir de lo discutido en la COP19 en Varsovia en 2013 y que deberá ser aprobado en la próxima Conferencia —la COP21— en París en 2015. La presidencia peruana de la COP —además que visibilizar la actuación del país en todo el mundo como nunca antes— será exitosa en la medida de conseguir consenso entre las distintas visiones de desarrollo e intereses de los otros 194 países participantes de la COP, con sus diferentes realidades, necesidades y expectativas —y urgencias— sobre la problemática del cambio climático porque las negociaciones no solamente son discusiones ambientales, sino que son transversales a los desarrollos económico y social, consensuando la responsabilidad de todos con una Tierra futura desde una visión holística del desarrollo sostenible, a través de analizar la adaptación de las actividades productivas y no productivas de todos los países a las nuevas condiciones climática, a la vez que establecer metas de reducción obligatoria de emisiones para no sobrepasar un aumento de 2 ºC de la temperatura global, replanteándose en muchos casos, las formas de desarrollo. También ocupan un lugar fundamental en las negociaciones de la COP20 los mecanismos para preservar los bosques como principales sumideros de carbono, la transferencia de tecnologías a disposición de todos los países para poder adaptarse a las nuevas condiciones climáticas, y los mecanismos de financiamiento para estos procesos, tanto de los países desarrollados como de los que están en vías de desarrollo.

Colateralmente a esa responsabilidad global, Perú está dando en estos momentos una firme y destacadísima señal de compromiso con la naturaleza: el rescate de los animales salvajes cautivos en los circos, explotados y maltratados con fines de exhibición —tema que nuestro medio ha abordado anteriormente— para su posterior ubicación en santuarios y reservas especializadas donde disfrutaran de una vida digna y saludable, pone una importante pica en este Flandes de la responsabilidad ambiental. Gracias a la estrecha colaboración entre la organización global Animal Defenders International y el Congreso de la República, primero, y luego con las autoridades nacionales encabezadas por los servicios especializados del Ministerio de Agricultura con el apoyo de la Presidencia, este trabajo en pro de la defensa de un sector de la fauna más que un pequeño aporte —en dimensiones, pero grande en costos— al gran proceso de la responsabilidad con el medio ambiente, en un gran paso en la sensibilización de la población y una muestra que el Perú sí está comprometido indisolublemente y es vanguardia con la defensa del medio ambiente.
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Información consultada

http://servindi.org/actualidad/104408


2 comentarios:

  1. Salve amigo. Tenho acompanhado o seu blog e compartilhado sempre em minha página no Facebook. Grande abraço.

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  2. Muito obrigado, abraço e bênçãos de Natal!

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