martes, 5 de agosto de 2014

Política: lengua y sofismas

La lengua que hablamos es uno de nuestros bienes preciados porque, por un lado, nos identifica y agrupa y, por otro, nos permite comunicarnos. Como nos demuestran, a partir de sus fundamentos respectivos la filología comparada (desde el siglo 18 con Burnett, predecesor de Darwin) y la biolingüística (contemporánea), la evolución de nuestras lenguas ha sido la respuesta de un grupo humano frente a medios y estructuras sociales cambiantes. Sin embargo, frente a esto puedo argüir un factor adicional: el lenguaje como instrumento de la política.

Abusando de lo sabido, ahora que en Bolivia, Brasil y Uruguay pululan las campañas electorales para sus respectivos comicios octubrinos, no es ocioso de recordar usos y abusos que la política da a nuestro lenguaje. Generalmente maquillaje de una verdad difícil (“proceso de rectificación” se le llamó al fracasado golpe de estado contra la perestroika que en 1991 intentaron altos funcionarios del Partido Comunista soviético y del gobierno) o parte de una estrategia (“default selectivo” en Argentina hoy), fallida o no, la mentira como elemento de comunicación política ha sido muy socorrida. 

Con propósito político, la mentira es tan antigua como las sociedades estructuradas: desde el “derecho divino” de los gobernantes en la antigüedad y medioevo hasta Der Lebensraum (“el espacio vital”) que justificó el expansionismo nazi a mediados del siglo pasado, pasando por el geocentrismo (donde ciencia, religión y política confluyen desde la antigua Babilonia hasta el Renacimiento, teorizado por Aristóteles y Claudio Ptolomeo para fortalecer la visión antropocéntrica del Universo) y llegando a otras más contemporáneas (que, como el cruento conflicto entre Israel y Palestina, se basa en muchas medias verdades y negaciones del otro), y los políticos han echado mano de ella cada vez que la necesitaron; no por falta de pudor Paul Joseph Goebbels, el “célebre” ministro de propaganda hitleriano, decía que “una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”...

Más sutil, es la “media verdad”, frase que oculta una mentira “a medias”. Verdades parciales, descontextualizadas o “verdades reconstruidas”, son mejores recursos que las mentiras plenas por dos razones: son más convincentes que éstas otras por la parte de verdad que tienen y, además, son menos identificables (o rebatibles) como falsas por ese mismo elemento cierto, aunque parcial, que contienen.

Si la “verdad” absoluta no existe porque toda verdad depende del contexto donde surge y de quiénes la emiten (cercano a una lógica difusa), un criterio válido sería desde la honestidad, buena fe y sinceridad de lo que se dice. Su manipulación conlleva la falencia de esos atributos (lo cual no impide que puedan ser mediaciones exitosas para quien las emite).

Nada mejor para el político que tergiversa la verdad que la frase de Abraham Lincoln: “Podrás engañar a todos durante algún tiempo; podrás engañar a alguien siempre; pero no podrás engañar siempre a todos.”




Información consultada


Méndez Medina, H.: “La evolución del idioma.” Universidad de Puerto Rico s/f.

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