domingo, 17 de marzo de 2013

Elección Urbi et orbis


El Siervo de los siervos de Dios espera ser elegido


Veni, Creator Spiritus
Ven Espíritu creador;
mentes tuorum visita
visita las almas de tus fieles.
Imple superna gratia quae
Llena de la divina gracia los corazones
tu creasti pectora.
que Tú mismo has creado.

Invocando la iluminación del Espíritu Santo para que su decisión fuera sabia y gracias a su intercesión, 115 Príncipes de la Iglesia Católica entraron la tarde del martes 12 de este abril cantando el Veni Creator Spiritus en procesión al encierro eleccionario en la Capilla Sixtina para seleccionar al 266vo. Sumo Pontífice Romano a partir del Apóstol Pedro.[1] Aunque los Cardenales habilitados al voto son 117 de los 207 que conforman el Colegio Cardenalicio por no haber cumplido 80 años,[2] dos de ellos no participaron: por enfermedad el indonesio Julius Riyadi Darmaatmadja, arzobispo Emérito de Jakarta, y el británico —escocés— Keith O'Brien, exarzobispo de St. Andrews y Edimburgo, quien renunció recientemente a pedido del anterior Papa por acusaciones de "comportamiento inapropiado".
Este Cónclave fue muy inusual para la Iglesia Católica: en primer lugar, por la renuncia de Benedicto XVI; en segundo, por los escándalos que han ensombrecido las últimas décadas y, en tercero, porque por primera vez los cardenales europeos y los del resto del mundo estaban casi equilibrados en los electores: 61 europeos[3] frente a 56 de otras regiones.[4]
El anuncio de la renuncia del Papa el pasado 11 de febrero —evento contemplado en el vigente Código de Derecho Canónico de 1983—[5] remeció las estructuras eclesiales y los sentimientos de los fieles. El Obispo de Roma menos mediático y político —ambas características indisolubles— desde Pío IX en el siglo xix,[6] Joseph Ratzinger es un intelectual que ha transcurrido desde la posiciones progresista del Vaticano II —en el que fue uno de sus más activos ideólogos— hasta llegar a adoptar durante su Papado algunas de las más conservadoras;[7] su renuncia fue la primera en 598 años de Papados después de la de Gregorio XII en 1415[8] y, aunque ya él había dejado abierta esa posibilidad desde su libro Luz del mundo: El papa, la Iglesia y los signos de los tiempos,[9] realmente creó una remezón en toda la Iglesia Católica y sus creyentes.[10]

Volviendo a la elección, previa a ésta se realizaron una decena de reuniones de los cardenales electores —Congregaciones Generales, a las que podían asistir los demás cardenales que por la edad ya no tenían derecho al voto— con el objetivo de hacer conocer las opiniones de los purpurados —además de conocerse— y unificar criterios, conocerse y poder debatir las posiciones sobre los temas más importantes al momento para la Iglesia;[11] asimismo, una fuerte tendencia —liderada por los teams de cardenales norteamericanos[12] y brasileros y secundada por un grupo importante de electores que no eran parte de la Curia— era la de no obedecer la disposición del Papa saliente de que los documentos del estudio sobre las denuncias de los Vatileaks[13] sólo sea conocido por el próximo Pontífice y que éstos fueran presentados a los electores para poder fijar sus posiciones, lo que fue al final realizado por el cardenal Herranz en forma discreta —sin mencionar nombres— a los cardenales que lo requirieron. También ha ocupado interés importante en las Congregaciones Generales el estado de las finanzas vaticanas y del Istituto per le Opere di Religione,[14] el conocido como Banco del Vaticano, varias veces acusado de manejos ilegales y denuncias sobre presuntos tráficos —“lavado”— de dinero “sucio”.[15]

Cómo los cardenales electores eligieron al nuevo Papa

La forma de elección como tal —el Cónclave— es reciente, si consideramos los 21 siglos de existencia de la Iglesia. Originalmente y durante muchos siglos, el Obispo de Roma era elegido como los obispos de las otras diócesis de la Iglesia: por aclamación de la Asamblea de los fieles de entre sus diáconos y clérigos —y alguna vez fue elegido Obispo un laico, como fue el caso de San Ambrosio,[16] que inmediatamente era ordenado sacerdote y obispo antes de actuar como tal. Este sistema —de democracia directa, actualmente tan de moda por los movimientos sociales antisistema— de los primeros siglos de la Iglesia aparejaba la posibilidad —bastante usual— de falta de acuerdo en la elección y provocó numerosos conflictos y cismas: Hasta el Gran Cisma de Occidente [1378-1429] —antes de la Reforma— hubo 42 antipapas, 8 de los cuales fueron en ese período;[17] esta debilidad de la Iglesia para elegir a su Pontífice permitió el arbitraje de los sucesivos emperadores romano-germánicos, por lo que en la Edad Media algunos Papas no fueron elegidos sino impuestos por quienes detentaban el poder político en Roma, incluso niños.[18] Con Nicolás II [1059-1061] nació la tradición de que sólo los cardenales podían elegir al Papa, y en 1378 fue elegido el último Sumo Pontífice no purpurado: Urbano VI; en esa época no todos los cardenales eran obispos, por lo que los elegidos que no lo eran tenían que ser ordenados como tales antes de ser coronados, lo que fue solucionado por Juan XXIII a mediados del siglo xx al imponer la norma de que todos los cardenales fueran obispos.

En su Carta Apostólica “muto proprio”, Benedicto XVI restableció el requisito de que la elección del nuevo Vicario debería ser con los votos de dos tercios de los cardenales presentes en el Cónclave —en este caso, la mayoría calificada es de 77 votos—, que Juan Pablo II había modificado a mayoría simple.[19] Pero para llegar a este sistema electoral “efectivo” —además de la inspiración del Espíritu Santo—, la Iglesia tuvo que realizar numerosas reformas: La primera reforma [siglo xi] eliminó los fieles y el bajo clero de la elección y la consolidó en los cardenales; pero como era aún concebida como la vía para conocer la voluntad de Dios, seguía decidiéndose por unanimidad. Para solucionar los frecuentes desacuerdos, posteriormente se priorizó el voto de los cardenales-obispos sobre el de los cardenales-sacerdotes y los cardenales-diáconos —el después conocido en las elecciones modernas laicas como “voto calificado”—, lo que no fue una solución definitiva, por lo que en 1179 el Papa Alejandro III estableció la regla de la “mayoría cualificada” —dos tercios de los votantes, aún vigente en la actualidad—,[20] que posibilita que el elegido no sea cuestionado por ningún rival creíble, lo que expresaría la voluntad divina;[21] pero como esta regla de los dos tercios requiere un acuerdo muy amplio entre los electores —los cardenales— que, en muchos casos, no habían tenido oportunidades de interactuar y conocerse adecuadamente, lo que provocaba muchas demoras y vacantes en el Papado[22] por lo que el Papa Celestino V, en el siglo xiii, ordenó el encierro de los cardenales hasta que tomaran una decisión,[23] durmiendo en camastros y restringiéndoseles gradualmente su alimentación[24] y paga para para obligarles a elegir rápidamente y poder salir; estas condiciones a veces llevaron a decisiones precipitadas y sorprendentes al observar los electores los resultados de cada ronda de votación y concentrarse en los candidatos con más posibilidades de ganar, aunque no los conocieran adecuadamente.

Este encierro terminó con la reforma de Juan Pablo II, cuando se construyó la vecina Casa de Santa Marta —Domus Sanctae Marthae— para que los cardenales no durmieran en la Capilla Sixtina y se mejoraran los intercambios de información y las negociaciones —lo que acerca cada vez más la elección papal a cualquier típica campaña electoral.

Papables

"Necesitamos un Papa capaz de hablar al mundo." [Cardenal George Pell]

Sobre los favoritos a suceder a Benedicto XVI se hicieron muchas cábalas: a veces por regiones —recordando que Latinoamérica es el continente que tiene la mayor proporción de fieles católicos, que en África el catolicismo se enfrenta al fundamentalismo musulmán y que Asia es donde la religión ha tenido más crecimiento; que un Pontífice de EE.UU. sería una identificación muy clara con el poder global —aunque se mencionó algunos de sus nombres—; por edad; por cercanía al Papa Emérito; por aptitudes —clasificando entre “teólogos”, “administradores” y “políticos”—; por ideología —“moderados” y “conservadores” (“progresistas” no se mencionaron pero sí “reformadores”)—; que no pertenecieran a un movimiento religioso de los denominados “neoconservadores” —los más poderosos son Opus Dei,[25] Regnum Christi (movimiento seglar de la Legión de Cristo),[26] Camino Neocatecumenal[27] y Comunión y Liberación—,[28] por los compromisos aparejados. En fin: mil y un augurios y opciones.
Cuando fue elegido Joseph Ratzinger como Santo Padre se le consideró “de transición” tras un largo Papado de Juan Pablo II —26 años, el tercero más dilatado—, uno de los más importantes política y mediáticamente. Y como tal lo auguraban su edad —78 al ser elegido, a diferencia de los 58 de Karol Wojtyla— y su carácter poco público, lo que se confirmó con su ejercicio y posterior renuncia.

Los papables de las nuevas regiones eran: por Latinoamérica 19, de ellos 5 de Brasil (Geraldo Majella Agnelo [79 años], João Bráz de Aviz [65], Raymundo Damasceno Assis [76], Claudio Hummes [78] y Odilio Pedro Scherer [63]),[29] 3 de México (Norberto Rivera Carrera [70], Francisco Robles Ortega [64] y Juan Sandoval Iñiguez [79]), 2 de Argentina (Jorge Mario Bergoglio [76] y Leonardo Sandri [69]) y 1 respectivamente de Colombia (Rubén Salazar Gómez [70]), Chile (Francisco Javier Errázuriz Ossa [79]), Venezuela (Jorge Liberato Urosa Savino [70]), República Dominicana (Nicolás de Jesús López Rodríguez [76]), Cuba (Jaime Lucas Ortega y Alamino [76]), Honduras (Andrés Rodríguez Maradiaga [70]),[30] Perú (Juan Luis Cipriani Thorne [69]), Bolivia (Julio Terrazas Sandoval [77]) y Ecuador (Raúl Eduardo Vela Chiriboga [79]). En África hay 11: 2 en Nigeria (Anthony Olubunmi Okogie [76] y John Olorunfemi Onaiyekan [69]) y 1 respectivamente en Egipto (Antonios Naguib [78]),[31] Senegal (Théodore-Adrien Sarr [76]), República Democrática del Congo (Laurent Monsengwo Pasinya [73]), Sudán (Gabriel Zubeir Wako [72]), Sudáfrica (Wilfrid Fox Napier [72]), Tanzania (Polycarp Pengo [68]), Kenia (John Njue [69]), Guinea (Robert Sarah [67]) y Ghana (Peter Kodwo Appiah Turkson [64]);[32] por su parte, en Asia hay también 11 electores: 5 en India (George Alencherry [67], Ivan Dias [76], Oswald Gracias [68], Baselios Cleemis Thottunkal [53][33] y Telesphore Placidus Toppo [73]) y 1 respectivamente en Indonesia (Julius Riyadi Darmaatmadja [78]), Vietnam (Jean-Baptiste Pham Minh Mân [79]), China (John Tong Hong [73]), Líbano (Béchara Boutros Raï [73]),[34] Sri Lanka (Albert Malcolm Ranjith Patabendige Don [65]) y Filipinas (Luis Antonio Tagle [55]).[35] Por último, de Oceanía hay 1, por Australia (George Pell [71]).

Considerando que el próximo Papa debía ser un hombre más joven que Benedicto — la promedio de los Papas elegidos en los últimos siglos fue hasta 65 años (Juan XXII con 76 y Benedicto XVI con 78 fueron las excepciones y por eso se consideraron “de transición” después de dos papados largos),[36] considerando sus posibles años de papado y su capacidad física—, se limitaba la lista de papables elegibles a 46: 2 de África (Turkson de Ghana y Sarah de Guinea), 9 de Latinoamérica (Scherer y Bráz de Aviz de Brasil, Cipriani Thorne de Perú, Salazar Gómez de Colombia, Rodríguez Maradiaga de Honduras, Leonardo Sandri de Argentina, Urosa Savino [69] de Venezuela y Robles Ortega y Rivera Carrera de México), 7 de América del Norte (Timothy Michael Dolan [63], James Michael Harvey [63], Daniel N. DiNardo [63], Thomas Christopher Collins [66], Sean Patrick O’Malley [68] y Raymond Leo Burke [64], todos de EE.UU. y Marc Ouellet [68] de Canadá), 3 de Asia (Alencherry de India, Tagle de Filipinas y Thottunkal de India) y 25 de Europa (Angelo Bagnasco [70], Giuseppe Bertello [70], Giuseppe Betori [66], Angelo Comastri [69], Giuseppe Versaldi [69], Gianfranco Ravasi [70], Crescenzio Sepe [69], Fernando Filoni [66], Mauro Piacenza [68] y Domenico Calcagno [70] de Italia, Christoph Schönborn[37] [67] de Austria, Antonio Cañizares Llovera [67] de España, Dominik Jaroslav Duka [69] de la República Checa, Josip Bozanić [63] de Croacia, Philippe Barbarin [62], André Armand Vingt-Trois [70] y Jean-Louis Pierre Tauran [69] de Francia, Rainer Maria Woelki [56] y Reinhard Marx [59] de Alemania, Vinko Puljic [67] de Bosnia y Herzegovina, Willem Jacobus Eijk [59] de Países Bajos, Kazimierz Nycz [63] y Stanisław Ryłko [67] de Polonia, Kurt Koch [62] de Suiza y Péter Erdő [60] de Hungría).

El que de ellos fuera por pastor —por ejercer o haber ejercido efectivamente una Diócesis importante —,[38] político —entendido en el sentido amplio de los que han tenido relevancia, por acción o representatividad, con decisiones de liderazgo y política, ya sea presidiendo Conferencias Episcopales, en servicios diplomáticos o en las Secretarías de Estado o de Asuntos Económicos del Vaticano—,[39] y administrador, —un conocedor del gobierno vaticano y sus interioridades —,[40] tenía opciones reconocidas para ser, en ese momento, el próximo Vicario de Cristo porque los 115 electores debían buscar un Papa espiritual y misionero, con vocación de líder y conocedor de los problemas sociales, buen organizador y con conocimiento del funcionamiento de la Iglesia, hábil negociador, convincente comunicador, accesible —en el sentido que fue Juan Pablo II—, moderado o conservador de amplio criterio y joven, aunque quizá no tanto en años —se esperaba que tuviera entre 60 y 70— como en espíritu positivo. Y agregaría más: de origen no europeo.

También los medios de prensa se habían encargado de pronosticar candidatos. Entre los más mencionados estaban: Braz de Avis, Dolan, Marx, Sandri, Rodríguez Maradiaga, Sarah, Turkson, Erdö, Barbarin, Pell, Scherer, Burke, Tagle, Ouellet, O’Malley, Ravasi, Piacenza, Schönborn, Ryłko, Bagnasco de los ya mencionados; además, aparecen Donald William Wuerl [72] de EEUU y de Italia Angelo Scola[41] [71] y Tarcisio Bertone [78].[42] 

Como dato curioso, las casas de apuesta daban como favoritos a Bertone, Scola y Turkson —éste con más probabilidades al inicio y Scola al final—; también había apuestas por Oullet.[43]

En estas clasificaciones anteriores, los que aparecían en varias ocasiones eran: Barbarin, Braz de Avis, Burke, Dolan, Erdö, Marx, Pell, Robles Ortega, Rodríguez Maradiaga, Sandri, Sarah, Scherer, Scola, Tagle, Thottunkal, y Turkson.

Sin embargo, muchos medios y organizaciones de víctimas de abusos sexuales de sacerdotes católicos habían formulado denuncias contra 12 cardenales electores por encubrir a sacerdotes pederastas o minimizar sus castigos: los norteamericanos Mahony,[44] Dolan, O’Malley, Rigali y Wuerl, el hondureño Rodríguez Madariaga, los italianos Bertone y Scola, el mexicano Rivera Carrera, el irlandés Brady, el belga Danneels, el australiano Pell, el checo Duka, el canadiense Ouellet, el argentino Sandri y el ghanés Turkson.

Y el Espíritu Santo ayudó a los hombres

"Nosotros podemos caminar todo lo que queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no proclamamos a Jesucristo, la cosa no va. Nos convertiremos en un ONG piadosa, pero no en la Iglesia, la esposa del Señor. Cuando no se camina, se detiene todo" [Papa Francisco, primera homilía (espontánea) en la Capilla Sixtina ante los Cardenales, al día siguiente de su elección.]
Y los cardenales eligieron: al primer Pontífice Francisco[45] —por San Francisco, el Santo de Asís—,[46] primer jesuita en el Sillón de Pedro y primer latinoamericano Vicario de Cristo, Jorge Mario Cardenal Bergoglio  llega al Pontificado sin haber sido “papable” desde el inicio —como sí lo era Leonardo Sandri, el otro argentino—, a pesar de haber sido uno de los más votados en el Cónclave de 2005.[47]

Nacido dentro de una familia de la clase media trabajadora porteña de inmigrantes italianos —su padre Mario era trabajador ferroviario y su madre Regina María, ama de casa—, Bergoglio es hombre de fuertes contrastes y definidas posiciones que ya está llevando a su Papado: moderado —ni conservador ni progresista en la Iglesia: un pastor ortodoxo en dogmas pero flexible en otras áreas—, muy preocupado con la pobreza[48] y férreo crítico de la desigualdad en su país natal y de sus políticos —a cuyo histórico egoísmo, corrupción e insensibilidad siempre ha achacado las causas de esa desigualdad—, también ha sido contrario inflexible al matrimonio igualitario, los anticonceptivos y la inseminación artificial gratuitos y las adopciones de niños por homosexuales; ambas razones —corrupción e insensibilidad (la pobreza y la pelea con el campo fueron fuentes de fuertes críticas por Bergoglio), de un lado, y reformas en temas de sexo— lo enfrentaron con las dos Administración Kirchner.[49] Muy austero[50] y reacio a la prensa, directo en sus opiniones pero bromista, el hasta ahora Arzobispo de Buenos Aires y Primado de la Argentina fue acusado de supuestamente colaborar con la dictadura militar y declaró como testigo en juicios sobre dos sacerdotes jesuitas detenidos —y torturados— junto con varios laicos luego desaparecidos y por el robo de bebés nacidos en cautiverio; en ninguno se demostró su responsabilidad y el Premio Nobel de la Paz y defensor de los DDHH durante la dictadura, Adolfo Pérez Esquivel, ha afirmado que el nuevo Papa Francisco no tuvo vínculos con los gobiernos militares argentinos.[51]

Con su trayectoria fundamentalmente diocesana, este Papa de 76 años y sin un pulmón desde muy joven —aunque no le limita y goza de buena salud—, a pesar de sus virtudes como pastor[52] y su compromiso social, tendrá que enfrentar la reforma de la Curia, la postura de la Iglesia ante la pederastia y la corrupción del “banco” vaticano. Su elección fue un éxito de las posiciones que querían renovación de la Curia vaticana frente a los escándalos Vatileaks y del IOR: el hondureño Rodríguez Madariaga ayudó a Bergoglio a obtener apoyos desde la primera votación en oposición del brasileño Scherer, apoyado por la Curia encabezada por Bertone.[53]

Los retos para el nuevo Pontífice romano

Cuando la fumata bianca escapó de la Capilla Sixtina y el protodiácono Tauran proclamó en el balcón papal el Habemus Papam!, debió agregar: Et labore multum!

Porque al nuevo Vicario de Cristo le esperan ingentes tareas para las que el renunciado Papa Emérito no se consideró apto para encarar.

El carisma del nuevo Santo Padre tendrá que ejercer todos su poder para combatir los problemas que los Vatileaks empezaron a desnudar; además, el Sucesor de Pedro deberá profundizar la labor iniciada por Benedicto XVI para romper el silencio —y complicidad por omisión— sobre los casos de pedofilia cometidos por eclesiásticos;[54] con ambas acciones, el Sumo Pontífice deberá recuperar la percepción comprometida de la Iglesia en el mundo para —en el Año de la Fe— frenar el drenaje de fieles hacia las denominaciones evangélicas y el ateísmo.

También el Obispo de Roma deberá mejorar las relaciones con los musulmanes —afectadas por su antecesor—, avanzar en el ecumenismo real potenciado por Juan Pablo II y recuperar el espíritu social de Vaticano II, sin excluir las discusiones sobre el celibato y la ordenación femenina —cada vez más urgentes de discutir— ni silenciar voces “disidentes”, democratizando la Iglesia en el sentido que abrió Vaticano II —rompiendo el absolutismo a través de sus Sínodos deliberantes. Cómo político, como propugna Küng, deberá propender una "ética de mínimos" que pueda regular las relaciones internacionales de un mundo globalizado.

Francisco parece tener el temple, falta aún el consenso, tarea muy difícil. Con todo ello y más, el Siervo de los siervos de Dios será, realmente, el Patriarca de la Iglesia Universal.

“Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y poderes de la muerte jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra será atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra será desatado en el Cielo.” [Biblia LatinoamericanaMateo 16:18-19]

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