Si quieres ganar un adepto para tu
causa, convéncelo primero de que eres su amigo sincero. [Abraham
Lincoln]
Ése es
el requisito sine qua non para un Consultor
político, un strategos por
excelencia.
Si en la Antigua
Grecia strategos era
el comandante supremo de un cuerpo militar
terrestre y, además, magistrados de
Atenas, hoy en día un estratega —aun más si es político y máxime en época
electoral—, además de comandar una batalla desde su torre de comando, tiene que
saber cómo “meterse dentro de la piel ajena”.
Cuando algún político
individual u Organización contrata un Consultor político, busca en él —o en
ella, que amigas tengo muy buenas que lo son— algunas eficaces cualidades que
hacen que este sujeto sea una mezcla —desproporcionada en sus composición— de
chef pastelero, constructor y músico. ¿Por qué? Primero, porque el chef
pastelero tiene que “endulzar” a un político en la justa medida que requieran
sus consumidores: si lo “endulza” poco, no será apetecible; si lo “endulza”
mucho, será empalagoso o, peor aun, indigesto. La dosis justa es un secreto tan
bien oculto como la piedra filosofal y el chef pastelero tiene que descubrirla,
buscando cuál es la “justa” cantidad que agrada a cada uno de los que podría
consumir su pastel y hallando la media de esas dosis “justas”: Ése es el arte
de los pasteleros, que viene desde que combinaban frutos secos y miel en las
proporciones adecuadas, glorificados de estar en las páginas de la Biblia y del
Corán.
Segundo, nuestro Consultor
político tiene que dominar las artes de
construir: Saber edificar sobre bases sólidas —que ha encontrado en los
“caminos” trazados que ha encontrado en los electores— para que no se desmorone su edificación; tiene que ser como el “hombre
prudente” en la parábola que San Mateo transcribe y que “construyó su casa
sobre piedra firme” (Mt, 7: 24-27). Como los constructores de las pirámides, su
obra tiene que ser tan sólida que ningún viento (ni de desierto, ni de selva ni
de sabana) la afecte pero tan accesible y abierta que invite a visitarla y a
quedarse en ella. Escuadra y compás —símbolos iniciáticos— y mazo y
cincel le son fundamentales: La escuadra le dirá dónde no debe desviarse; el
compás, la capacidad de no tener ángulos abruptos; mientras el mazo y el cincel
desbastarán, permanentemente, la obra y sacarán las esquirlas que, según avance
el tiempo, vayan sobrando.
Y al final, esta obra tan sólida tendrá armonía, la que Teón de Esmirna describía
como la “combinación de contrarios, unificación de múltiples y acuerdo de
opuestos”. Ojala que llegue a concebir la que Pitágoras de Samos le atribuía a
las esferas celestes, que entonces será una creación exitosísima —pero también
asaz peligrosa en la medida que se dé cuenta y se lo atribuya.
Si logra eso, el Consultor político habrá triunfado porque
su Candidato aupado con probabilidad habrá vencido —porque el Consultor
político no se concibe si no tiene a quién (o qué) aupar porque es tan simbiótico
que no existiría sin cobijo, como tampoco el líquen sin tronco— y, entonces,
buscará nuevas batallas.
Pero como no se arriesga nunca pierde, aunque su Candidato —a
quien asignaría todas las causas de ello— sea derrotado. Siempre será —repito
al Consultor político— porque: no siguió sus consejos; oyó otras opiniones
malas; se apuró… o se detuvo antes; fue pusilánime… o muy agresivo... En fin,
no fue él si no “el otro”.
Es por eso que nunca será político porque aprendió de
Churchill que “la política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra
sólo se muere una vez”.
Espero
haberle invitado a la sonrisa y, luego, a la reflexión. Sonrisa tan necesaria
en un día dedicado a comerse las uñas.
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