En nuestro castellano habitual –tan mestizado y nuestra lingua franca, aunque se lo quiera negar– hay un refrán muy socorrido: “No hay peor sordo que el que no quiere oír ni peor ciego que el que no quiere ver”, que hoy es un axioma para describir a muchos políticos en nuestra Latinoamérica.
La contundencia del triunfo del Frente Sandinista (FSLN) en Nicaragua pocas semanas atrás, reeligiendo al presidente actual Daniel Ortega Saavedra, al margen de todas las críticas que se pudieran hacer a los comicios (su legalidad al haberse interpretado asaz permisivamente el precepto constitucional que prohibía la reelección, entre otras) desnudó uno de los errores más comunes entre las oposiciones a los gobiernos bolivarianos: sus atomizaciones por los autoconvencimientos de la “propiedad de la verdad absoluta”.
En estas elecciones, al FSLN se enfrentaron el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) y el Liberal Independiente (PLI) y las Alianza Liberal Nicaragüense (ALN) y Por la Republica (APRE); 3 de estos 4 opositores tienen el nombre de “liberal” por haberse desgajado del original Partido Liberal, como también parte del APRE lo fueron. Los números no engañan: los 4 partidos (con mucha afinidad ideológica entre ellos) alcanzaron 38% de los votos frente 62% (cuestionado) del FSLN, mientras que, separados, sólo PLI obtuvo una votación interesante (31%) y ALN y APRE no alcanzaron 1%; conclusión: separados, en general no tienen más capacidad que la de ejercer ruido mediático.
Distinta es la situación hoy en Venezuela. Después de los arrolladores triunfos electorales de Chávez Frías y de llevar casi a la extinción a los partidos tradicionales (AD y COPEI), para el referéndum constitucional de 2007 el liderazgo movilizador opositor se desplazó de los partidos y organizaciones tradicionales a los jóvenes universitarios contestatarios y la propuesta gubernamental fue rechazada por 51% de los votos, un estrecho margen que fue el generador de la Mesa de la Unidad Democrática y sus resultados en las Legislativas de 2010, que igualaron los del gobernante PSUV, cumpliéndose el pronóstico de Klaus Bodemer, ex director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de Hamburgo: “La fuerza de Chávez radica en la debilidad de la oposición.”
Bolivia tiene, hoy, muy buenos ejemplos de cuán debilitada está la oposición institucionalizada: Desde las elecciones de diciembre en Sucre para Alcalde, donde al MAS (originalmente con 2 candidatos, uno “nacional” y otro “local”) se le oponen Movimiento Sin Miedo, LIDER, Chuquisaca Somos Todos y Movimiento 25 de Mayo; pasando por el Concejo Municipal de Santa Cruz, con concejales oficialistas en fricción continua; o la Brigada Parlamentaria cruceña, en manos de la minoría (MAS), entre otros. No diferentes, a nivel nacional, están Unidad Nacional y el MSM, que no pueden ponerse de acuerdo y no logran proyectarse.
Deben los políticos bolivianos releer el estado del país y reevaluarse. Esta “receta” es para la oposición pero también para el oficialismo.
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